– Nada -dijo en voz baja. Salió de abajo de la cama. -¿Y tú?
– Lo mismo. No deja nada que lo identifique.
– Pero no sabe que no tiene que atacar a la gente del lugar.
– Hereditario, pero joven -dije-. Huele a nuevo, pero ningún licántropo mordido podría tener esa clase de experiencia, así que debe de ser joven. Joven y engreído. Su papi debe haberle enseñado 1o básico, pero no tiene suficiente experiencia como para evitar problemas, mantenerse lejos del territorio de la Jauría.
– Bueno, no va a vivir lo suficiente como para tener la experiencia necesaria. Su primera metida de pata ha sido la última.
Estábamos revisando por última vez el departamento cuando Nick pasó la puerta, jadeando.
– Iba a llamar -dijo-. ¿Encontraste su departamento? ¿Está aquí?
– No -dije.
– ¿Podemos esperar? -pregunto. Nick, esperanzado.
Vacilé y luego negué con la cabeza.
– Nos olería antes de llegar a la puerta. Jeremy dijo que lo matáramos sólo si podíamos hacerlo sin peligro. Y no podemos. No es para nada un novato; él percibió nuestro olor. Con algo de suerte, entendió la indirecta y se fue de la ciudad. No obstante podemos atraparlo y asesinarlo luego, fuera de aquí, un trabajo totalmente limpio.
Clay extendió la mano y tomó de la mesa de noche las cosas que había quitado de debajo de la cama. Me entregó dos cajitas de fósforos.
– Ahora sabemos dónde pasa las noches -dijo-. Si no está aquí cuando vengarnos mañana, apuesto a que estará en alguno de estos mercados de carne buscando la cena.
Miré las cajas de fósforos. La primera era de la Taberna de Rick, uno de los apenas tres establecimientos autorizados del área. La segunda era una cajita marrón barata, con una dirección anotada en el dorso. Memoricé los nombres de los bares, ya que no podríamos llevárnosnos nada, pues no teníamos bolsillos.
– De vuelta al auto -dijo Clay-. Mejor Cambiamos.
El corazón empezó a latirme acelerado.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? Bueno, cariño, creo que tres personas desnudas corriendo por la calle podrían llamar la atención.
– Hay ropa aquí
Clay resopló.
– Profiero que me vean desnudo antes que ponerme la ropa de un callejero. -Como no le contesté, se volvió con el ceño fruncido. -¿Pasa algo, cariño?
– No, sólo… No. No pasa nada.
Me volví y fui al cuarto, dejando un poco abierta la puerta, para poder salir cuando Cambiara, si es que lograba hacerlo. Por suerte a nadie le pareció extraño que quisiera Cambiar en privado. Es lo que hace la mayor parte de la Jauría. No importa la confianza que se tenga con alguien, hay cosas que uno no quiere que los demás vean. Clay era la excepción, como en todas las cosas. No le importaba quién lo viera Cambiar. Para él era un estado natural y nada de qué avergonzarse. Aunque a la mitad del Cambio uno fuese algo digno de un circo. Para Clay, la vanidad era otro concepto extraño de los humanos. Nada natural debía ocultarse. Las cerraduras de los baños en Stonehaven están rotas desde hace veinte años. Nadie se molesta en arreglarías. Algunas cosas no vale la pena discutirías con Clay. Pero trazábamos la raya con respecto a Cambiar.
Pasé al otro lado de la cama para que nadie pudiera verme a través de la abertura de la puerta. Entonces me puse en el piso y me concentré esperanzada. No pasó nada por cinco largos minutos. Empecé a sudar e intenté con más ahínco. Pasaron varios minutos más. Creí sentir que las manos se me convertían en zarpas, pero cuando miré, eran sólo mis dedos muy humanos hundidos en la alfombra.
Por el rabillo del ojo vi moverse la puerta. Una nariz negra se metió en el cuarto. La siguió un morro dorado. De un salto, cerré la puerta antes de que Clay pudiera verme. Gimió con tono interrogativo. Gruñí, con la esperanza de que el sonido fuera suficientemente canino. Clay respondió con otro gruñido y se alejó de la puerta. Un respiro, pero breve. En menos de cinco minutos lo intentaría de nuevo. Clay era muy impaciente.
Empujé un poco la puerta para poder abrirla si Cambiaba -cuando, por favor; cuando Cambiara-. Pero por las dudas pensé en un plan alternativo. ¿Tomar algo de ropa y escapar por la ventana? Mientras evaluaba si podría saltar por la ventana, comencé a sentir un cosquilleo en la piel que se me estiraba. Miré y me encontré con que se me engrosaban las uñas, se me acortaban los dedos. Con un fuerte suspiro de alivio cerré los ojos y dejé que la transformación siguiera su curso.
Atravesamos el patio trasero y salimos al lado norte del centro comercial de Bear Valley donde había locales de todas las cadenas de comida chatarra. Escabulléndonos por las playas de estacionamiento, nos metimos en un laberinto de callejones en medio de galpones. Corno ya no estábamos a la luz de los reflectores, nos atrevimos a correr.
Al poco rato, Clay y yo comenzamos a correr carreras. Era más una carrera de obstáculos que otra cosa, con resbalones y tropezones. Yo estaba a la cabeza cuando oímos que un tacho de basura se caía al final del callejón. Los tres nos detuvimos resbalando para escuchar.
– ¿Qué mierda estás haciendo? -dijo una voz joven-. Ten cuidado y ponte en marcha. Si mi viejo descubre que nos escapamos me va a desollar.
Otra voz masculina contestó con una risita de borracho. El tacho de basura se arrastró por la grava y luego aparecieron dos cabezas. Traté de retroceder a las sombras y di contra una pared. Estaba encerrada entre una pila de basura y un montón de cajas. Enfrente de mí, Clay y Nick se metieron en un portal, hundiéndose en la oscuridad, de modo que sólo se divisaba el fulgor azul de los ojos de Clay. Me miró a mí y luego a los muchachos, diciéndome que las sombras no me ocultaban. Era demasiado tarde. Sólo podía esperar que los muchachos estuvieran demasiado borrachos como para prestar atención a lo que los rodeaba mientras avanzaban a tropezones.
Los muchachos hablaban de algo, pero las palabras pasaron por mis oídos como ruido blanco. Para entender el habla humana estando bajo esta forma, tenía que concentrarme, como tenía que concentrarme para entender a alguien que hablara en francés. Ahora no podía ocuparme de eso. Estaba demasiado ocupada mirándoles los pies a medida que se acercaban.
Cuando llegaron junto a la pila de basura, me agaché y me aplasté contra el piso Sus borceguíes dieron tres pasos más, y Pasaron justo delante de mi escondrijo. Me obligué a no escuchar; a mirar sus rostros solamente y guiarme por lo que viera. No tenían más de diecisiete años. Uno era alto y llevaba chaqueta de cuero con la cabeza rapada y aros en los labios y en la nariz. Su compañero estaba ataviado de modo similar, pero sin la cabeza rapada y los aros, y le faltaba el coraje o la idiotez para convertir una moda en una desfiguración semipermanente.
Continuaron hablando mientras se alejaban. Entonces el chico rapado tropezó. Al caer; giró para tomarse del costado del basurero y me vio. Parpadeo una vez. Luego tironeó de la manga de su amigo y me señaló. El instinto me llevaba a responder a la amenaza con el ataque. La razón me obligó a esperar. Hace diez años habría matado a los chicos en el momento en que entraron al callejón. Hace cinco años, habría saltado en cuanto uno de ellos se hubiera dado cuenta de mi presencia. Aún hoy podía sentir el impulso en las tripas, un temor que hacía tensar mis músculos, listos para atacar. Era eso -la batalla por el control de mi cuerpo-- lo que más odiaba.
Un gruñido grave hizo eco por el callejón, y era yo la que gruñía. Tenía las orejas aplastadas contra la cabeza. Por un momento, mi cerebro trató de controlar el instinto, y luego advertí que era mejor rendirme a él, dejar que los chicos vieran lo cerca que estaban de morir.
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