– ¿Puedes sentir aún la noche? -susurró, doblando mi oreja-. La cacería. La persecución. Correr en la ciudad.
Tuve un escalofrío.
– ¿Dónde la sientes? -preguntó Clay, su voz más grave, sus ojos de un azul fosforescente.
Bajó las manos hasta mis jeans, los desabotonó y me los quitó. Tocó el lado interior de mi muslo. Dejó sus dedos ahí lo suficiente como para que mi corazón diera un salto.
– ¿La sientes allí?
Luego bajó su mano hasta detrás de mis rodillas, trazando el camino de los escalofríos que me recorrían. Cerré los ojos y dejé que las imágenes de la noche fluyeran por mi cerebro, las puertas cerradas, las calles silenciosas, el perfume del miedo. Recordé la mano de Clay acariciándome la piel, la chispa de hambre en sus ojos al entrar en el departamento, la alegría de correr por la ciudad. Recordé el peligro en el callejón, mientras observaba a los adolescentes, esperando, oyendo el rugido de Clay al abalanzarse sobre ellos. La excitación seguía allí, latiendo en cada parte de mi cuerpo.
– ¿La puedes sentir allí? -preguntó, con su rostro cerca del mío. Empecé a cerrar los ojos.
– No -susurré-.
– Mírame.
Sus dedos subieron por mis muslos lentamente. Jugueteó al borde de mi bombacha un momento y luego los hundió en mi. Dejé escapar un suspiro. Sus dedos se movieron dentro de mí, encontrando el centro de mi placer. Me mordí el labio para no gritar. Justo cuando las oleadas del clímax comenzaban a subir, mi cerebro empezó a funcionar y advertí lo que hacía. Luché por resistirme a su mano, pero la mantuvo allí, con sus dedos en movimiento. El clímax comenzó a subir nuevamente, pero lo resistí no quería darle eso. Cerré los ojos fuertemente y tironeé de la atadura. El árbol crujió pero no pude zafarme. De pronto su mano se detuvo y salió. El sonido que produjo al bajar su cierre cortó el aire de la noche.
Mis ojos se abrieron y lo vi bajarse los jeans. Al ver su deseo en los ojos y en el cuerpo, mis caderas subieron hacia él. Sacudí la cabeza tratando de despejarme y me di vuelta. Clay se inclinó con su rostro junto al mío.
– No te voy a forzar, Elena. Te gustaría pensar que lo haría, pero no lo haré. Todo lo que tienes que hacer es decirme que no. Decirme que me detenga. Que te desate. Lo haré.
Su mano se metió entre mis muslos, separándolos antes de que pudiera cerrarlos. Salió a su encuentro mi calor y mi humedad, mi cuerpo me traicionó. Sentí que la punta de su pene me rozaba, pero no avanzó.
– Dime que pare -susurró-. Dímelo.
Lo miré con ira, pero las palabras no salieron de mis labios. Nos quedamos un momento mirándonos a los ojos. Entonces me tomó de abajo de los brazos y me penetró. Mi cuerpo se convulsionó. Por un instante no se movió. Podía sentirlo dentro de mí, sus caderas pegadas a las mías. Se retiró lentamente y mi cuerpo protestó, moviéndose involuntariamente con él, tratando de retenerlo. Sentí que sus brazos subían. Liberó mis manos. Entró en mí nuevamente y ya no pude resistir. Lo tomé, las manos en su pelo, las piernas envolviéndolo. Desató mis brazos y me besó, besos profundos que me devoraban mientras se movía dentro de mí. Hacía tanto tiempo. Hacía tanto tiempo y lo extrañé tanto.
Cuando se acabó nos hundimos en el pasto, jadeando como si hubiésemos corrido una maratón. Nos quedamos allí, aún enredados. Clay hundió su rostro en mi pelo, me dijo que me amaba y lentamente se fue durmiendo. Yo me quedé en una nube. Finalmente volví la cabeza y lo miré. Mi amante demonio. Hacía once años le había dado todo. Pero no fue suficiente.
– Me mordiste -susurré.
Clay me mordió en el estudio en Stonehaven. Estaba sola con Jeremy, que trataba de encontrar la manera de deshacerse de mí, aunque yo no lo sabía entonces. Parecía estar haciendo preguntas simples y benignas, del tipo que podría hacer un padre preocupado por conocer a una joven con la que su hijo pensaba casarse. Clay y yo estábamos comprometidos. Me había traído a Stonehaven para presentarme a Jeremy.
Cuando Jeremy me interrogaba, creí escuchar los pasos de Clay; pero se detuvieron. Lo había imaginado o él había ido a tomar el desayuno. Jeremy estaba parado junto a la ventana, de un cuarto de perfil hacía mí. Miraba el patio trasero.
– Para cuando se casen, Clayton habrá terminado sus estudios en la universidad -dijo Jeremy-. ¿Qué pasa si consigue trabajo en otra parte? ¿Estás dispuesta a abandonar tus estudios?
Antes de que pudiera formular una respuesta, se abrió la puerta. Quisiera poder decir que se abrió con un chirrido de goznes o algo igualmente ominoso. Pero no fue así. Simplemente se abrió. Viendo que se movía, me di vuelta. Entró un perro grande, con la cabeza gacha como si esperara que lo retaran por estar en un lugar indebido. Era inmenso, casi tan alto como un Gran Danés, pero tan sólido como un ovejero de músculos bien desarrollados. Su piel dorada refulgía. Al entrar al cuarto, me miró. Tenía ojos de un azul muy brillante. El perro me miró y abrió la boca. Yo le sonreí. Pese a su tamaño, sabia que no tenía nada que temer. Lo sentí claramente.
– Guau -dije-. Es bello. ¿O es una hembra?
Jeremy giró. Sus ojos se abrieron y palideció. Dio un paso adelante, luego se detuvo y llamó a Clay.
– ¿Lo dejó escapar Clay? -pregunté-. Está bien. No me importa.
Dejé caer mi mano, invitando al perro con mis dedos.
– No te muevas -dijo Jeremy en voz baja-. Retira tu mano.
– No hay peligro. Lo voy a dejar olerme. Se supone que hay que hacer esto con un perro extraño antes de acariciarlo. Tuve perros cuando chica. Al menos mis padres adoptivos los tenían. ¿Ves su postura? ¿Las orejas hacia delante, la boca abierta? Menea la cola. Significa que está calmo y curioso.
– Retira tu mano ahora.
Miré a Jeremy. Estaba tenso, como si se preparara para saltar sobre el perro si me atacaba. Volvió a llamar a Clay.
– De veras, no hay problema -dije, ya enojada-. Si es nervioso lo vas a asustar gritando. Confía en mí. Me mordió un perro una vez. Un chihuahua bien chiquito, pero dolió mucho. Aún tengo la marca. Este es una bestia bruta, pero es amigable. Como la mayoría de los perros grandes. Es de los chiquitos que hay que cuidarse.
El perro se acercó más. Con un ojo miraba a Jeremy, alerta, observando su lenguaje corporal, como si esperara una paliza. Sentí ira. ¿Maltrataban al perro? Jeremy no parecía esa clase de persona, pero lo conocía desde hacía menos de doce horas. Le di la espalda a Jeremy y extendí más la mano.
– Ven, muchacho -susurré-. Sí que eres lindo, ¿verdad?
El perro dio otro paso hacia mí, lento y cauteloso, como si temiéramos asustarnos el uno al otro. Su hocico vino hacia mi mano. Al alzar su nariz para oler mis dedos, de pronto tomó mi mano y la pellizcó con sus dientes. Di un grito, más por sorpresa que por dolor o temor. El perro comenzó a lamerme la mano. Jeremy saltó a través del cuarto. El perro lo esquivó y salió corriendo por la puerta. Jeremy lo siguió.
– No -le dije, poniéndome de pie-. No quiso lastimarme. Estaba jugando.
Jeremy vino junto a mí e inspeccionó la mordedura. Dos dientes habían atravesado mi piel, dejando pequeñas heridas de las que sólo salieron un par de gotas de sangre.
– Apenas si me atravesó la piel -dije-. Un mordisco de afecto. ¿Ves?
Pasaron unos minutos mientras Jeremy me examinaba la herida. Luego hubo ruido en la puerta. Levanté la vista, esperando volver a ver al perro. Pero era Clay. No pude ver su expresión. Jeremy estaba entre los dos, obstruyéndome la vista.
– El perro me pellizcó --dije-. No es nada. Jeremy se volvió hacia Clay.
– Sal -dijo, con voz tan baja que apenas lo oí.
Читать дальше