Thomas Harris - Hannibal

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Han pasado diez años desde que el Doctor Lecter escapó de sus captores. La agente Sterling no ha podido dejar de pensar en volver a atraparle y cuando aparece un rastro en Florencia comienza la caza.

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– Comuníquele los cargos, señor Krendler -le indicó Noonan.

– Agente Starling, se la acusa de revelación ilegal de material reservado a un criminal en busca y captura -dijo Krendler, con el rostro bajo cuidadoso dominio-. Específicamente, se la acusa de poner este anuncio en dos periódicos italianos advirtiendo al fugitivo Hannibal Lecter de que se hallaba en peligro de ser apresado.

El policía federal entregó a Starling una fotocopia borrosa del periódico La Nazione . Ella la volvió hacia la ventana para leer lo que habían enmarcado con un círculo: «A. A. Aaron: Entréguese a las autoridades más próximas, los enemigos están cerca. Hannah».

– ¿Cómo se declara?

– Yo no lo he puesto. Es la primera noticia que tengo.

– ¿Cómo explica usted que el anunciante utilice un nombre en clave, «Hannah», que sólo conocen el doctor Hannibal Lecter y este Bureau? ¿El nombre en clave que Lecter le pidió que usara?

– No lo sé. ¿Quién encontró esto?

– El Servicio de Documentación, en Langley, lo vio por casualidad mientras traducían la información sobre Lecter que venía en La Nazione .

– Si el nombre es un secreto dentro del Bureau, ¿cómo pudieron reconocerlo los del Servicio de Documentación? Ese servicio depende de la CÍA. Preguntémosles quién les llamó la atención sobre «Hannah».

– Estoy seguro de que el traductor estaba familiarizado con el expediente del caso.

– ¿Tan familiarizado? Lo dudo mucho. Preguntémosle quién le sugirió que se fijara en eso. ¿Cómo iba a saber yo que el doctor Lecter estaba en Florencia?

– Usted fue quien descubrió que habían entrado en el archivo VICAP de Lecter desde la Questura de Florencia -dijo Krendler-. El acceso se produjo varios días antes del asesinato de Pazzi. No sabemos cuándo lo descubrió usted. ¿Por qué iba la Questura de Florencia a interesarse por Lecter, si no?

– ¿Y qué razón iba a tener yo para avisar al doctor Lecter? Director Noonan, ¿qué tiene de particular este asunto para que lo lleve la Inspección General? Estoy dispuesta a hacer la prueba del polígrafo en cualquier momento. Tráiganlo cuando quieran.

– Los italianos han presentado una protesta diplomática por el intento de advertir a un conocido criminal mientras se encontraba en su país -explicó Noonan, e indicó al individuo pelirrojo sentado a su lado-. Éste es el señor Montenegro, de la Embajada de Italia.

– Buenos días, caballero. ¿Y cómo lo averiguaron los italianos? -preguntó Starling-. Supongo que no por los de Langley.

– La queja diplomática ha lanzado la pelota a nuestro tejado -intervino Krendler antes de que Montenegro pudiera abrir la boca-. Queremos dejar esto aclarado a satisfacción de las autoridades italianas, y a mi satisfacción y la del inspector general, y lo queremos ya. Será mejor para todos si estudiamos juntos los hechos. ¿Qué pasa con usted y el doctor Lecter, señorita Starling?

– Interrogué al doctor Lecter en varias ocasiones a las órdenes del jefe de sección Crawford. Después de la huida del doctor, he recibido dos cartas suyas en siete años. Ambas están en su poder -resumió Starling.

– De hecho, hay más cosas en nuestro poder -dijo Krendler-. Conseguimos esto ayer. Qué más haya podido recibir, lo desconocemos.

Krendler se dio la vuelta para coger una caja de cartón cubierta de sellos y maltratada por correos. Hizo como que se deleitaba con las fragancias que salían de la caja. Señaló la etiqueta de embarque con el dedo, sin molestarse en enseñársela a Starling.

– Dirigida a usted en su domicilio de Arlington, agente especial Starling. Señor Montenegro, ¿quiere decirnos qué son estos artículos?

El diplomático italiano removió los objetos envueltos en papel de seda haciendo destellar sus gemelos.

– Veamos, esto son lociones, sapone di mandarle , el famoso jabón de almendras de Santa María Novella, en Florencia, de la farmacia del convento, y algunos perfumes. Es el tipo de cosa que se regala la gente cuando está enamorada.

– Han sido escaneados para comprobar las toxinas y los irritantes, ¿no, Clint? -preguntó Noonan al anterior supervisor de Starling.

Pearsall parecía avergonzado.

– Sí -respondió-. No tienen nada malo.

– Una prenda de amor -dijo Krendler con cierto regodeo-. Ahora vayamos a la epístola amorosa -desplegó la hoja de pergamino y la sostuvo haciendo visible la foto de periódico de Starling en el cuerpo de la leona alada; luego, le dio la vuelta para leer la letra redonda del doctor Lecter-. «¿Ha pensado alguna vez, Starling, en por qué los filisteos no la comprenden? Porque es usted la respuesta al acertijo de Sansón: usted es la miel en la boca del león.»

Il miele dentro la leonessa , me gusta -dijo Montenegro, archivando la frase en la memoria por si se le presentaba la ocasión de usarla.

– ¿Que le gusta? -se asombró Krendler.

Con un gesto de la mano, el italiano declinó contestarle, al darse cuenta de que Krendler era incapaz de oír la música dé la metáfora de Lecter, o de percibir las evocaciones táctiles del regalo.

– El inspector general quiere que demos prioridad a esta cuestión, a causa de las ramificaciones internacionales -dijo Krendler-. El camino que se siga, el que los cargos sean administrativos o criminales, depende de lo que descubramos en nuestras pesquisas. Si el asunto toma la vía criminal, será visto por la Sección de Integridad Pública del Departamento de Justicia, que lo llevará a juicio. Se la informará con tiempo más que suficiente para que se prepare. Director Noonan…

Noonan respiró hondo y se dispuso a asestar el mazazo.

– Clarice Starling, queda en suspensión administrativa hasta el momento en que esta materia sea juzgada. Deberá entregar sus armas y su identificación del FBI. Se le revoca el acceso a cualquier dependencia del Bureau excepto a las públicas. Se la escoltará para salir del edificio. Por favor, entregue su arma reglamentaria e identificación al agente especial Pearsall. Adelante.

Al acercarse a la mesa, Starling vio a los hombres por un momento como bolos en una partida de campeonato. Hubiera podido cargarse a los cuatro antes de que ninguno llegara a echar mano a su arma. El momento pasó. Sacó su 45 y miró fijamente a Krendler mientras dejaba caer el cargador en la palma de la mano, lo depositaba sobre la mesa y hacía saltar el cartucho de la recámara. Krendler lo cogió en el aire y lo apretó en la mano hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

La placa y la identificación fueron detrás.

– ¿Tiene una segunda arma? -preguntó Krendler-. ¿Y un rifle?

– ¿Starling? -la urgió Noonan.

– Bajo llave en mi coche.

– ¿Otro equipo táctico?

– Un casco y un chaleco.

– Oficial, recupérelos cuando acompañe a la señorita Starling a su vehículo -dijo Krendler-. ¿Tiene un teléfono celular cifrado?

– Sí.

Krendler se volvió hacia Noonan con las cejas arqueadas.

– Devuélvalo también -dijo Noonan.

– Quiero decir algo, creo que estoy en mi derecho.

– Adelante -dijo Noonan mirándose el reloj.

– Esto es un montaje. Creo que Mason Verger intenta capturar al doctor Lecter por motivos personales. Creo que fracasó en Florencia. Creo que el señor Krendler puede estar actuando en combinación con Verger y quiere que los esfuerzos del FBI contra el doctor Lecter beneficien a Verger. Creo que Paul Krendler, del Departamento de Justicia, está obteniendo dinero de esto y que quiere destruirme para conseguir sus propósitos. El señor Krendler se ha comportado conmigo de una forma impropia con anterioridad y está actuando ahora movido por el despecho además de por intereses económicos. Esta misma semana me ha llamado «conejito de granja». Reto al señor Krendler a someterse conmigo a un detector de mentiras ante esta comisión. Estoy a su disposición. Podríamos hacerlo ahora mismo.

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