Jeffrey Archer - El cuarto poder

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Las historias de Lubji, húngaro judío perseguido durante la segunda guerra mundial, y la de Kent, joven adinerado que descubre sus facultades de líder, sirven de escenario para que el gran Jeffrey Archer, dibuje con magistralidad y estilo propio, los pormenores de la vida del mundo de la prensa en EL CUARTO PODER, popular novela que fue llevada a la pantalla, y que muestra descarnadamente los laberintos de la información desde un punto de vista desprovisto de concesiones. Lubji emerge de un pasado lleno de frio y soledad, donde debe escapar de su mundo para lograr salvar la vida mientras sus habilidades de comerciante le permiten sobrevivir en el gélido ambiente de una Europa desgarrada por la lucha fratricida con la amenaza de Adolf Hitler rondando la buena marcha de la paz y la concordia.
Kent, por su parte, entre apuestas en el hipódromo, y su propio despertar sexual mientras participó en intrigas y maldades, va envolviéndose en un mundo donde el conocimiento es la llave del éxito. Escrita con un estilo fuerte e incluyente, El Cuarto Poder es un retrato perfecto del rostro de los grandes magnates que encajan muy bien en la máxima de Balzac, "Detrás de cada gran fortuna, hay un gran crimen". Esta novela es un fiel reflejo de dos historias unidas por la sagacidad y el destino, y que los lleva al inevitable choque.

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Townsend ni siquiera quiso pensar en qué tesoros estaría pensando ella. Se limitó a permanecer sentado y escuchar el diagnóstico del forense.

– Aun suponiendo que el proceso quede terminado de un modo satisfactorio, y como parte de un plan de emergencia, tendremos que emitir un comunicado de prensa para explicar por qué la Global Corp. se dispone a efectuar una liquidación voluntaria. Si eso fuera necesario, entregaría sin dilación ese comunicado de prensa a la agencia Reuters.

Townsend tragó saliva con dificultad.

– Pero si ese paso demostrara ser innecesario y seguimos trabajando juntos, pasaría entonces a la tercera fase, que me exigirá visitar a cada banco e institución financiera con la que esté relacionado, para tratar de convencerles de que le concedan un poco más de tiempo para devolver sus extraordinarios créditos. Aunque debo decir que, si yo estuviera en su lugar, no lo haría así.

Guardó un momento de silencio, se inclinó de nuevo hacia adelante y abrió otra carpeta.

– Parece ser -dijo, leyendo de una nota escrita a mano-, que tendría que visitar en ese caso un total de treinta y siete bancos y otras once instituciones financieras situadas en cuatro continentes, la mayoría de las cuales ya se han puesto en contacto conmigo esta misma mañana. Sólo espero que haya podido ser lo bastante convincente como para inducirles a esperar hasta que nos hayamos hecho una composición del cuadro general. -Sus manos se desplazaron por el aire, sobre las carpetas-. Si por algún milagro se pudieran completar las fases uno, dos y tres, mi tarea final, y con mucho la más difícil, consistiría en convencer a esos mismos bancos e instituciones, actualmente tan recelosos en cuanto a las perspectivas futuras de su grupo, que deben permitirle establecer un paquete de medidas financieras que aseguren la supervivencia a largo plazo de la compañía. No podré alcanzar esa fase, sin embargo, a menos que pueda demostrarles, con cifras auditadas de modo independiente, que sus préstamos están asegurados por verdaderos valores de mercado y por una liquidez positiva. Y estoy segura de que no le sorprenderá saber que eso es algo de lo que yo misma tengo que quedar previamente convencida. Tampoco debe imaginar ni por un momento que si fuera usted tan afortunado como para llegar a la cuarta fase, puede por ello relajarse. Antes al contrario, porque será entonces cuando se le comunicarán los detalles de la quinta fase.

Townsend notaba que el sudor empezaba a resbalarle por la nariz.

– Ha habido un aspecto en el que el Financial Times ha sido exacto -continuó ella-. Si uno solo de los bancos no estuviera dispuesto a colaborar, entonces, y cito textualmente, eso sería suficiente para que «todo el edificio se desplome». En el caso de que ése fuera el resultado final, le pasaría el caso a un colega mío que trabaja en el piso de abajo, y que se especializa en liquidaciones.

»Concluiré diciéndole, señor Townsend, que si espera usted evitar el destino de sus compatriotas, el señor Alan Bond y el señor Christopher Skase, no sólo tiene que estar de acuerdo en cooperar plenamente conmigo, sino que también tiene que darme la seguridad de que, a partir del momento en que salga de este despacho, no firmará un solo cheque sin consultar antes conmigo, ni transferirá ningún dinero de ninguna cuenta que esté bajo su control, a excepción de aquello que sea absolutamente necesario para cubrir los gastos corrientes cotidianos. Y ni siquiera entonces pueden exceder, bajo ninguna circunstancia, la cantidad de dos mil dólares.

– ¿Dos mil dólares? -repitió Townsend.

– Sí -asintió ella-. Podrá ponerse en contacto conmigo en cualquier momento, de día o de noche, y nunca tendrá que esperar más de una hora a que yo tome una decisión. Sin embargo, si cree usted que no puede aceptar estas condiciones -añadió, cerrando la carpeta-, entonces no estoy dispuesta a seguir representándole, y con ello incluyo a este banco, cuya reputación, no hace falta decirlo, también está en juego. Espero haber dejado bien clara mi postura, señor Townsend.

– Abundantemente -asintió Townsend, que tenía la sensación de haber mantenido diez asaltos con un peso pesado.

Elizabeth Beresford se reclinó en su sillón.

– Naturalmente, puede usted solicitar asesoramiento profesional -dijo-. En cuyo caso me complacería ofrecerle la utilización de una de nuestras salas de consulta.

– Eso no será necesario -dijo Townsend-. Si mi asesor profesional hubiera estado en desacuerdo con cualquier aspecto de su valoración, tal como lo ha planteado usted, ya lo habría dicho así hace rato. -Tom se permitió esbozar una sonrisa-. Cooperaré con todas sus recomendaciones.

Townsend se volvió a mirar a Tom, que hizo un gesto de asentimiento.

– Bien -dijo la señorita Beresford-. En ese caso podría empezar por entregarme sus tarjetas de crédito.

Tres horas más tarde, Townsend se levantó de la silla, estrechó la mano de Elizabeth Beresford y, sintiéndose totalmente exhausto, la dejó en compañía de sus carpetas. Tom regresó a su oficina mientras él subía lentamente los escalones que conducían al piso superior y recorría el pasillo hasta llegar a la puerta del despacho del director general. Estaba a punto de llamar cuando David Grenville abrió la puerta y apareció ante él con un gran vaso de whisky.

– Tengo la sensación de que podría necesitar esto -le dijo, entregándole el vaso a Townsend-. Pero antes dígame, ¿ha sobrevivido a los asaltos iniciales de E. B?

– No estoy muy seguro -contestó él-. Pero estoy ocupado todas las tardes, desde las tres hasta las seis durante los próximos quince días, incluidos los fines de semana. -Tomó un gran trago de whisky y añadió-: Y ella se ha quedado hasta con mis tarjetas de crédito.

– Eso es una buena señal -dijo Grenville-. Demuestra que no da su caso por perdido. A veces, E. B. se limita a enviar las carpetas a un despacho situado un piso más abajo en cuanto ha terminado la primera reunión.

– ¿Y encima debo sentirme agradecido? -preguntó Townsend después de vaciar el whisky.

– No, sólo temporalmente aliviado -dijo Grenville-. ¿Se siente todavía con ánimos para asistir esta noche a la cena de banqueros? -le preguntó al tiempo que le servía un segundo whisky.

– Bueno, la verdad es que esperaba acompañarle -contestó Townsend-, pero resulta que ella -y señaló con un dedo hacía el piso de abajo-, me ha puesto tantos deberes para hacer en casa y dejarlos terminados antes de las tres de la tarde de mañana que…

– Creo que sería prudente que hiciera usted una aparición en público esta noche, Keith. En las circunstancias actuales, su ausencia podría malinterpretarse con suma facilidad.

– Quizá sea cierto, pero ¿no me enviará ella a casa antes de que sirvan los entremeses?

– Lo dudo, porque le he situado a la derecha de donde ella se sienta. Todo esto forma parte de mi estrategia para convencer al mundo de la banca de que estamos apoyándole por completo.

– Demonios, ¿cómo se comporta esa mujer en un ambiente social?

El presidente reflexionó un momento sobre la pregunta, antes de contestar:

– Debo confesar que a E. B. no le gusta mucho hablar de fruslerías.

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Carlos y Diana Motivo de preocupación Tiene una llamada de Suiza por la - фото 37
Carlos y Diana: «Motivo de preocupación»

– Tiene una llamada de Suiza por la línea uno, señor Armstrong -dijo la secretaria temporal cuyo nombre ya no recordaba-. Dice llamarse Jacques Lacroix. También retengo otra llamada de Londres por la línea dos.

– ¿Quién llama desde Londres? -preguntó Armstrong.

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