Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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El viaje tomó exactamente siete minutos hasta su destino en Dom Strasse. A partir de allí, sólo le quedaba una cuadra por andar. En ese trayecto, volvió a ver las miradas, los ojos llenos de hostilidad o, aun peor, los ojos que registraban su presencia y simplemente miraban hacia otro lado, como quien mira a un perro vagabundo. Habría sido agradable llevar a cabo alguna acción en Alemania -aquí, en Munich- pero tenía órdenes precisas.

Su destino era un café. Fa'ad Rahman Yasin ya estaba allí, vestido informalmente, como un trabajador. Había muchos parecidos a él en el café.

"Salaam aleikum", saludó Atef. La paz sea contigo.

"Aleikum salaam", respondió Fa'ad. "La pastelería es muy buena aquí"

"Si", asintió Atef, hablando quedamente en árabe."¿Qué hay de nuevo, amigo mío?"

"Nuestra gente está contenta con lo de la semana pasada. Hemos logrado conmover gravemente a los estadounidenses", dijo Fa'ad.

"No lo suficiente como para que repudien a los israelíes. Aman más a los judíos que a sus propios hijos. Recuerda lo que te digo. y nos golpearán".

"Cómo?", preguntó Fa'ad. "Sí, golpearán a aquellos que sus agencias de espías ya conozcan, pero eso sólo irritará a los creyentes y traerá más gente a nuestra causa. No, no conocen nuestra organización. Ni siquiera saben cómo se llama". Esto era así porque no tenía nombre. "Organización" no era más que una palabra descriptiva para su asociación de creyentes.

"Espero que tengas razón. ¿y hay más órdenes?"

"Te has desempeñado bien -tres de los hombres que escogiste eligieron el martirio en los Estados Unidos".

"¿Tres?" Atif se sintió agradablemente sorprendido. "Confío en que habrán muerto bien".

"Murieron en el Santo Nombre de Alá, y con eso debería alcanzar. Así que ¿tienes más reclutas para nosotros?"

Atef sorbió su café. "Aún no, pero hay dos que están casi listos. Ya sabes que no es fácil. Hasta los fieles más creyentes quieren gozar de los frutos de una buena vida". Este era, claro, su caso.

"Te has desempeñado bien, Anas. Es mejor estar bien seguro a exigir demasiado. Tómate tu tiempo. Sé paciente".

"¿Cuán paciente?", quiso saber Atef.

"Tenemos más planes para los Estados Unidos, les haremos doler aún más. Esta vez, fueron cientos. La próxima, serán miles", prometió Fa'ad, los ojos relucientes.

"Exactamente ¿cómo?", preguntó Atef. Podría haber sido -debería haber sido- oficial de planificación. Su entrenamiento como ingeniero lo hacía ideal para tales cosas. ¿Acaso no lo sabían? Había gente en la organización que pensaba con los cojones, no con el cerebro.

"Eso no puedo decírtelo, amigo mío". Dijo Fa'ad Rahman Yasin. Porque no lo sabía, pero no lo dijo. Sus superiores de la organización no confiaban en él, lo cual, de haberlo sabido, lo habría indignado.

Al mismo tiempo, Atef pensaba porque probablemente el hijo de puta no lo sepa.

"Se acerca la hora de la oración, amigo mío", dijo Anas Aní Atef tras consultar su reloj. "Ven conmigo. Mi mezquita está a sólo diez minutos de aquí. Estaba por ser la hora del Salat. Era una prueba para ver si su colega era un verdadero creyente.

"Como digas". Ambos se pusieron de pie y caminaron hasta la parada del autobús que, quince minutos más tarde, se detuvo a una cuadra de la mezquita.

"Atención, Aldo", dijo Dominic. Había dado un paseo por el vecindario, sólo para darse una idea de cómo era, pero allí iba su amigo, caminando calle abajo con lo que debía ser un amigo de él.

"Me pregunto quien será el moraco número dos", dijo Brian.

"Nadie que conozcamos, y además no podemos trabajar por cuenta propia", respondió Dominic. Su objetivo estaba a unos treinta metros, caminando directamente hacia ellos, probablemente dirigiéndose a la mezquita, que habían dejado unos cincuenta metros atrás. "¿Qué te parece?

"Cancelemos, será mejor atraparlo a la salida".

"De acuerdo". y ambos se volvieron a la izquierda para mirar la vidriera de un sombrerero. Lo oyeron -casi sintieron- pasar junto a ellos "¿Cuánto crees que tardará?"

"No tengo ni idea. Hace un par de meses que no voy a la iglesia".

"Qué bien", gruñó Brian. "Mi propio hermano es un apóstata".

Dominic sofocó una carcajada. "Siempre fuiste el monaguillo de la familia".

Y en efecto, Atef y su amigo entraron. Era la hora de la oración diaria, el Salat, el segundo de los Cinco Pilares del Islam. Se inclinarían e hincarían en dirección a La Meca, musitando ciertas frases del Santo Corán y reafirmando así su fe. Al entrar, se quitaron el calzado, y vieron, para sorpresa de Yasin, que la mezquita tenía cierta influencia alemana. En la pared del atrio había cubículos individuales para el calzado, numerados para evitar confusiones… o robos. Esto habría sido muy raro en un país musulmán, pues las penas islámicas para el robo eran muy severas, y hacerla en la Propia Casa de Alá hubiese sido una deliberada ofensa a Dios Mismo. Luego, ingresaron en el recinto de la mezquita propiamente dicha, y allí se inclinaron ante Alá.

No les llevó mucho tiempo y reafirmar sus creencias religiosas produjo una suerte de refresco en el alma de Ated. Luego, finalizaron. Su amigo y él regresaron al atrio, recogieron sus zapatos y salieron a la calle.

No fueron los primeros en salir, y los dos estadounidenses ya los esperaban. Ahora, sería cuestión de ver hacia dónde irían. Dominic vigilaba la calle, atento a la presencia de algún agente de inteligencia o de la policía, pero no vio a ninguno. Contaba con que su objetivo se dirigiría hacia su apartamento. Brian fue en dirección opuesta. Parecía que unas cuarenta personas se habían congregado para orar. Al salir, se dispersaron en todas direcciones, solos o en grupos. Dos se pusieron al volante de sendos taxis -que, presumiblemente, les pertenecían- y partieron en busca de pasajeros. Esta categoría no incluía a sus correligionarios, que probablemente fueran en su mayoría modestos trabajadores que caminaban o tomaban transporte público. Ello no los hacía antipáticos a los ojos de los gemelos, quienes se acercaban, ni muy rápida ni muy obviamente. Entonces, el objetivo y su compañero salieron.

Giraron a la izquierda, directamente hacia Dominic, que estaba a treinta metros de ellos.

Desde donde estaba, Brian veía todo. Dominic sacó el bolígrafo dorado del bolsillo interior de su chaqueta de corte alemán, girando furtivamente la punta para armarlo, luego teniéndolo en su mano como para acuchillar de arriba abajo. Fue al encuentro de su presa…

Fue un espectáculo de perversa belleza. A sólo seis pies de distancia, Dominic pareció tropezar con algo y cayó directamente sobre Atef. Brian ni siquiera vio el pinchazo. Atef y su hermano cayeron, y la caída seguramente enmascaró la sensación del pinchazo. El amigo de Atef ayudó a ambos a incorporarse. Dominic se disculpó y siguió su camino, mientras Brian continuó siguiendo al blanco. No había visto el fin de Sali, de modo que esto le provocaba una tétrica curiosidad. El sujeto caminó unos quince metros más y se paró en seco. Debe de haber dicho algo, pues su amigo se volvió como para hacerle una pregunta, justo a tiempo para ver cómo caía Atef. Estiró un brazo como para protegerse el rostro del impacto, pero luego todo su cuerpo quedó exangüe.

El otro estaba claramente atónito por lo que veía. Se inclinó a ver qué ocurría, primero desconcertado, luego preocupado, finalmente en pánico, dando vuelta el cuerpo y hablándole a gritos a su compañero. En ese momento, Brian pasó junto a ellos. El rostro de Atef era inmóvil e inexpresivo como el de un muñeco. Su cerebro funcionaba, pero no podía abrir los ojos. Brian se quedó allí aproximadamente un minuto, luego se alejó, pero haciéndole señas a un alemán que pasaba de que prestara asistencia, cosa que el otro hizo, extrayendo un teléfono celular del bolsillo y marcando un número. Probablemente estuviera llamando a una ambulancia. Brian caminó hasta la siguiente esquina y se volvió a observar, controlando su reloj. La ambulancia llegó en seis minutos y medio. Los alemanes estaban realmente bien organizados. El bombero enfermero verificó si había pulso y alzó la vista con sorpresa primero, alarma después. Su compañero sacó una caja del vehículo y, mientras Brian miraba, entubaron a Atef y le suministraron oxígeno. Evidentemente, los dos bomberos estaban bien entrenados y claramente estaban repitiendo un proceso que habían ensayado muchas veces y que probablemente habían empleado otras muchas en la calle. Ante la emergencia, no metieron a Atef en la ambulancia, sino que le dieron el mejor tratamiento posible allí donde estaba.

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