Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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"No les gustan mucho, pero no saben qué hacer con ellos y, son, como nosotros, una democracia, así que tienen que ser educados con ellos. Al alemán promedio no le gustan muchos estos trabajadores invitados:

pero tampoco representan un verdadero problema, sólo alguna que otra gresca. Según me dicen, más que nada riñas de tabernas. Así que supongo que los turcos han aprendido a beber cerveza".

"¿Cómo lo sabes?", preguntó Dominic, sorprendido.

"Hay un contingente alemán en Mganistán. Nuestros campamentos eran vecinos y hablé con los oficiales".

"¿Eran buenos?"

"Eran alemanes, hermanito, y esos tipos eran profesionales, no reclutas. Sí, son muy buenos", le aseguró Aldo. "Era un equipo de reconocimiento. Su entrenamiento físico es tan duro como el nuestro, conocen bien la montaña y saben bien lo básico. Nuestros suboficiales y los suyos se llevaban estupendamente, intercambiaban gorras e insignias. Traían cerveza como parte de sus equipos y raciones, de modo que a mis hombres les caían bien. Sabes, su cerveza es muy buena".

"Igual que en Inglaterra. La cerveza es como una religión en Europa, y todos van a la iglesia".

Luego, Emil apareció con la comida -Mittagessen- que también les pareció muy buena. Pero no dejaban de mirar el edificio de apartamentos.

"Esta ensalada de papas es de lo mejor, Aldo", observó Dominic entre un bocado y otro. "Nunca comí nada así. Tiene mucho vinagre y azúcar, se siente crujiente en el paladar".

"La buena comida no sólo es italiana".

"Cuando regresemos a casa, tenemos que encontrar un buen restaurante alemán".

"De acuerdo. Enzo, mira, mira".

No era su objetivo, sino la compañera de éste, Trudl Heinz. Salía del edificio, idéntica a la foto que tenían en sus computadoras. Lo suficientemente bonita como para que cualquier hombre se volviera brevemente a mirarla, aunque no era ninguna estrella de cine. Su cabello había sido rubio, cosa que al parecer había cambiado en mitad de la adolescencia. Buenas piernas, bonita figura. Lástima que se hubiese enganchado con un terrorista. Tal vez él se hubiera unido a ella como parte de su fachada, lo cual, para él, era un beneficio suplementario. A no ser que fuesen una pareja platónica, lo cual no parecía probable. Ambos estadounidenses se preguntaron cómo la trataría, aunque era difícil saber algo así sólo viéndola pasar. Cruzó la calle, pero no se detuvo en la mezquita. De modo que por el momento no se dirigía allí.

"Estaba pensando… si va a la iglesia, le podemos dar el pinchazo cuando salga. Habrá mucha gente anónima, ¿no?", pensó Brian en voz alta.

"No es mala idea. Hoy veremos cuán creyente es él y cómo es la gente que va a la mezquita".

"Sin duda, así lo haremos", replicó Dominic. "Primero, terminemos aquí y vayamos a buscar una vestimenta más adecuada".

"Entendido", dijo Brian. Miró la hora: las dos de la tarde. Ocho de la mañana en casa. Sólo una hora de avión desde Londres, de modo que no podían hablar seriamente de jet lag.

Jack llegó más temprano que de costumbre, pues lo que suponía que se trataba de una operación en marcha en Europa había excitado su interés, y se preguntaba qué novedades habría aportado el tráfico de mensajes.

Resultó ser relativamente rutinario, y contenía algunos ítems adicionales sobre la muerte de Sali. El MIS le había reportado a Langley que la muerte había sido causada por un ataque cardíaco, probablemente originado por una arritmia fatal. Así decía en el informe oficial de la autopsia, y el cuerpo había sido entregado a una firma de abogados que representaban a la familia. Se estaban haciendo los arreglos necesarios para repatriarlo a Arabia Saudita. Su apartamento había sido registrado por un "equipo negro" de la inteligencia inglesa, que no había hallado nada de interés. Ni siquiera en su computadora personal, cuyo disco duro había sido copiado. Los datos allí contenidos estaban siendo examinados de a uno por los expertos en electrónica, quienes producirían un informe a su debido tiempo. Como Jack bien sabía, eso podía significar mucho tiempo. Técnicamente, era posible descubrir cosas escondidas en una computadora, pero, en teoría, uno también podía desmontar las pirámides de Gizeh piedra por piedra a ver si había algo oculto debajo de ellas. Si Sali había sido realmente astuto como para ocultar cosas en escondrijos que sólo él conocía o en un código cuya clave sólo tenía él… bueno, sería difícil. ¿Había sido así de astuto? Probablemente no, pensó Jack, pero la única forma de saberlo era investigándolo, y por eso era que la gente investigaba. Sin duda, llevaría al menos un mes. Un mes, si el pequeño hijo de puta era bueno con las claves y códigos. Pero el solo hecho de encontrar cosas ocultas revelaría que realmente era un jugador, no un aficionado, y sólo entonces se le asignaría un equipo del cuartel general. Pero nadie podría descubrir qué se había llevado en el interior de su cabeza al morir.

"Eh, Jack", saludó Wills, entrando.

"Buenos días, Tony".

"Veo que estás ocupado. ¿Qué hay sobre nuestro difunto amigo?"

"No mucho. Probablemente hoy repatrien sus restos, y el patólogo dijo que se trató de un ataque cardíaco. Así que nuestra gente quedó limpia".

"El Islam requiere que se disponga rápido del cadáver, y en una tumba sin marcas. De modo que una vez que el cuerpo parta, se puede considerar que se fue para siempre. No habrá exhumación para detectar indicios de drogas ni nada así".

"De modo que sí lo hicimos nosotros. ¿Qué empleamos?", preguntó Ryan.

"Jack, no sé ni quiero saber qué podemos haber tenido que ver con esta muerte prematura. Tampoco quiero averiguarlo. Tampoco debieras querer saberlo tú, ¿de acuerdo?"

"Tony, ¿cómo demonios puedes dedicarte a este trabajo sin sentir curiosidad?", preguntó Jack Jr.

"Aprendes qué no es bueno saber y aprendes a no especular sobre esas cosas", explicó Wills.

"Mmm, Jack reaccionó con duda. Claro, pensó, pero yo soy demasiado joven para pensar así. Tony hacía bien su trabajo, pero estaba en una caja. Como Sali, pensó Tony, pero no era un buen lugar en que estar. Además, sí lo matamos nosotros, pensó. No sabía exactamente cómo. Le podía preguntar a su mamá qué drogas o sustancias químicas podían haber tenido ese resultado, pero no, en realidad no podía hacerlo. Sin ninguna duda se lo contaría a su padre y por supuesto que Jack padre querría saber por qué su hijo hacía esa pregunta y hasta adivinaría la respuesta. De modo que eso estaba fuera de la cuestión. Completamente.

Una vez estudiado el tráfico oficial del gobierno sobre la muerte de Sali, Jack comenzó a buscar otros materiales al respecto que la NSA y otras fuentes interesadas hubiesen interceptado.

Ya no había referencias al Emir en el tráfico diario. Eso había aparecido y desaparecido, y la única referencia previa era la que Tony había encontrado. En forma similar, su solicitud de una investigación más a fondo de los registros de señales de Fort Meade y Langley no había sido aprobada por el piso superior, lo cual era una decepción pero no una sorpresa. Hasta el Campus tenía sus límites. Entendía que la gente del piso superior no estuviera dispuesta a arriesgarse a que alguien se preguntara por qué a alguien se le ocurría hacer tal pedido y que, al no obtener respuesta, investigara más a fondo. Pero había miles de solicitudes como ésa circulando a diario y una más no podía despertar especial interés ¿o sí? Sin embargo, decidió no preguntar. No tenía sentido ser identificado como un causante de problemas en una etapa tan temprana de su carrera. Pero sí instruyó a su computadora para que escudriñara todo el tráfico nuevo en busca de la palabra "Emir" y, si ésta aparecía, tendría un buen sustento para formular su solicitud otra vez,si es que había otra vez. En cualquier caso, para él, la palabra se refería a una persona en particular, aunque la única referencia al respecto que tuviera la CIA era que "probablemente se tratara de una broma interna". Esta opinión la formulaba un analista jefe en Langley, lo cual pesaba mucho en esa comunidad, y, por lo tanto, también en ésta. Se suponía que el Campus estaba consagrado a corregir los errores y/o fallas de la CIA, pero como no contaban con tanto personal como ésta, tenían que dar por buenas muchas de las ideas que se originaban en esa agencia supuestamente defectuosa. Nada de esto era muy lógico, pero a él nadie le había preguntado nada cuando Hendley instaló este lugar, así que tenía que dar por supuesto que sus jefes sabían lo que hacían. Pero como le había dicho Mike Brennan, refiriéndose al trabajo policial, dar cosas por sentadas era la madre de todos los errores. También era un adagio bien conocido en el FBI. Todos cometían errores, y el tamaño del error era directamente proporcional a la jerarquía del hombre que lo cometía. Pero a los jefes no les gustaba que les recordasen esa verdad universal. En realidad, a nadie le gustaba.

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