"Sefiorita Parker, ¿alguna vez se refirió él a sus actividades profesionales?"
"Más que nada hablaba de bienes inmuebles, sabe, comprar y vender casas elegantes. Una vez me llevó a una casa en el West End, dijo que quería mi opinión respecto de si hacía falta pintarla, pero creo que sólo trataba de mostrarme lo importante que era".
"¿Conoció a alguno de sus amigos?"
"No a muchos, tres, quizá cuatro, creo. Todos árabes, todos de aproximadamente su edad, tal vez de hasta cinco años mayores que él, como máximo. Todos me miraron con atención, pero no hice negocios con ninguno. Me sorprendió. Los árabes suelen ser unos hijos de puta lujuriosos, pero pagan bien. ¿Cree que pueda haber estado metido en algo ilegal?", preguntó con delicadeza.
"Es una posibilidad", concedió Wills.
"Nunca vi ni un indicio de eso, cariño. Si jugaba con chicos malos, lo hacía donde yo no lo veía. Me encantaría ayudar, pero no tengo nada para decir". Al detective le pareció sincera, pero se recordó que, en materia de engaños, una puta como ésa podía sobrepasar a una gran actriz como Judith Anderson.
"Bueno, gracias por venir. Si recuerda algo -lo que sea-, llámeme".
"Así lo haré, querido". Se puso de pie y sonrió todo el camino hasta la puerta. Agradable tipo, este detective Willow. Lástima que fuese demasiado cara para él.
Bert Willow ya estaba en su computadora, mecanografiando su informe de contacto. La señorita Parker realmente parecía una muchacha agradable, instruida y muy encantadora. Parte de eso sin duda correspondía a su máscara para hacer negocios, pero tal vez hubiera una parte genuina. De ser así, esperaba que diera con otro tipo de trabajo antes de resultar totalmente destruida. Willow era un romántico, y, eso, algún día, podía llegar a provocar su caída. Lo sabía pero no tenía intención, como ella, de cambiar su ser por su trabajo. Quince minutos más tarde, envió su informe por correo electrónico a Thames House y luego lo imprimió para el legajo de Sali, que, en el curso de los acontecimientos, iría dar a los casos cerrados de Legajos Centrales, de donde probablemente no volviera a salir.
"Te lo dije", le dijo Jack a su compañero de oficina.
"Bueno, entonces puedes palmear tu propia espalda", respondió Wills "Así que, ¿cuál es la historia? ¿o la leo en los documentos?"
"Uda bm Salí cayó muerto de un aparente ataque al corazón. Su agente de vigilancia del Servicio de Seguridad no vio nada raro, sólo cómo caía en la calle. ¡Zas!, ya no habrá más fondos de Uda para los chicos malos".
"¿Cómo te hace sentir?", preguntó Wills.
"Por mí, está perfectamente bien, Tony.Jugó con quien no debía, donde no debía. Fin de la historia", dijo fríamente el joven Ryan. Me pregunto cómo lo hicieron, se dijo en un tono más quedo. "¿Crees que nuestra gente le habrá dado una mano?"
"No es nuestro departamento. Les suministramos información a los otros. Lo que hacen con ella cuando la tienen no es algo sobre lo que debamos especular".
"A la orden, señor". Después de semejante comienzo, lo que quedaba del día sería bastante aburrido.
Mohammed recibió la noticia mediante su computadora -mejor dicho, recibió un mensaje en código que le indicaba que debía comunicarse con un intermediario llamado Ayrnan Ghailiani, cuyo número de teléfono celular sabía de memoria. Para hacerlo, salió a dar un paseo. Había que cuidarse de los teléfonos de los hoteles. Una vez que estuvo en la calle, se sentó en un banco, con anotador y bolígrafo en la mano.
"Ayrnan, aquí Moharnmed. ¿Qué ocurre?"
"Uda murió", replicó el intermediario, ligeramente agitado.
"¿Cómo?", preguntó Mohammed.
"No estamos seguros. Se desplomó cerca de su oficina, lo llevaron al hospital más próximo. Allí murió".
"¿No lo arrestaron, no lo mataron los judíos?"
"No, no hay informes de que haya sido así.
"De modo que fue una muerte natural".
"Por el momento, así parece".
Me pregunto si hizo la transferencia antes de dejar este mundo, pensó Mohammed.
"Entiendo". Claro que no era así, pero debía llenar el silencio de alguna manera. "Hay alguna sospecha de que pueda tratarse de un crimen?"
"Por el momento, no. Pero cuando uno de los nuestros muere, uno siempre…"
"Lo sé, Ayma. Uno siempre sospecha. ¿Su padre sabe?"
"Por él me enteré".
Su padre seguramente esté feliz de deshacerse de ese inútil, pensó Mohammed. "¿A quién tenemos para que verifique la causa de la muerte?"
"Ajmed Mohamed Hamed Alí vive en Londres. Tal vez mediante un abogado…"
"Buena idea. Encárgate de que así se haga". Una pausa. "¿Alguien se lo ha dicho al Emir?"
"No, no creo".
"Encárgate". Era un tema menor, pero así y todo, se suponía que debía estar al tanto de todo.
"Lo haré", prometió Ayman.
"Muy bien. Eso es todo, entonces". Y Mohammed apagó su celular. Estaba de regreso en Viena. Le gustaba esa ciudad. Para empezar, en una ocasión allí se habían encargado de los judíos, cosa que a muchos vieneses no parecía afligirlos demasiado. Además, era un buen lugar en que tener dinero. Había buenos restaurantes atendidos por personas que conocen la importancia de servir bien a sus superiores. La antigua ciudad imperial tenía mucha historia cultural que apreciar cuando estaba con ánimo de turista, lo que ocurría más a menudo que lo que uno imaginaría. Mohammed había descubierto que a menudo pensaba mejor cuando contemplaba algo sin relación con su trabajo. Hoy, tal vez un museo de arte. Por el momento, dejaría que Ayman se encargara del tedioso trabajo de rutina. Un abogado de Londres hurgaría en busca de información vinculada a la muerte de Uda y, como buen mercenario que sería, los haría saber de cualquier anormalidad. Pero a veces las personas simplemente morían. Las acciones de Alá no siempre eran fáciles de entender y nunca podían ser previstas.
Tal vez no tan aburrido. NSA envió unos mensajes más después de la hora de la comida. Jack hizo algunos cálculos mentales y decidió que al otro lado del charco atardecía. Los expertos en electrónica de los carabinieri -la policía federal italiana, que vestía uniformes muy coquetos- habían interceptado algunas comunicaciones, que enviaron a la embajada estadounidense en Roma y que de allí habían salido directamente por satélite a Fort Belvoir -principal enlace de comunicaciones de la costa este. Alguien llamado Mohammed había conversado con alguien llamado Ayman -sabían esto por la conversación grabada, que también había mencionado la muerte de Uda bm Sali, lo cual causó un "bingo" electrónico en varias computadoras, que llamó la atención de algún analista de inteligencia de señales e hizo que la embajada transmitiera la información de inmediato.
"¿Alguien se lo dijo a Emir? ¿Quién demonios es Emir?", preguntó Jack.
"Es un título nobiliario, como duque o una cosa de ésas", respondió Wills.
"¿Cuál es el contexto?"
"Aquí", dijo Jack tendiéndole una hoja impresa.
"Parece interesante". Wills se volvió y buscó EMIR en su computadora, obteniendo sólo una referencia. "Según esto, es un nombre que apareció hace aproximadamente un año en una escucha telefónica, contexto incierto, nada significativo desde entonces. La Agencia cree que puede tratarse de un código para designar a un operador de nivel intermedio de su organización".
"En este contexto, me parece que es más que eso", pensó Jack en voz alta.
"Tal vez", concedió Tom. "Hay muchos de estos tipos a los que aún no conocemos. Langley probablemente lo atribuiría a alguien en una posición de supervisión", concluyó sin mucha confianza.
"¿Hay alguien aquí que hable árabe?"
"Hay dos tipos que aprendieron el idioma en la Universidad de Monterrey, pero no tenemos expertos en la cultura".
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