Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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En el Guy's Hospital, el cadáver ya estaba en el laboratorio de análisis post mortem. Para cuando llegó el patólogo jefe de turno, el cuerpo ya había sido desvestido y yacía boca arriba sobre una mesa de acero inoxidable. El patólogo era Sir Percival Nutter, un distinguido médico académico de sesenta años de edad, director del Departamento de Patología del hospital. Sus técnicos ya habían extraído 0,1 litro de sangre para analizar. Era mucho, pero iban a hacer todos los análisis conocidos.

"Muy bien, tiene el cuerpo de un sujeto de sexo masculino de aproximadamente veinticinco años de edad -busca su identificación así ponemos las fechas exactas, María", le dijo al micrófono que pendía del techo, que llevaba a un grabador de cinta. "¿Peso?", la pregunta iba dirigida directamente a un residente novato.

"Setenta y seis punto seis kilogramos. Ciento ochenta y un centímetros de largo", respondió el flamante médico.

"La inspección visual no revela marcas distintivas en el cuerpo, lo cual sugiere un incidente cardiovascular o neurológico. ¿Qué prisa tenemos con esto, Richard? El cuerpo aún está tibio". Sin tatuajes, etcétera. Los labios estaban ligeramente azulados. Por supuesto que sus comentarios no oficiales serían eliminados de la cinta, pero es que un cuerpo aún tibio era algo muy fuera de lo común.

"A solicitud de la policía, señor. Al parecer cayó muerto en la calle mientras lo observaba un agente de policía". No era exactamente cierto, pero sí lo suficiente.

"¿Vio marcas de agujas?", preguntó Sir Percy.

"No, señor, ni rastros".

"De modo que ¿qué opinas, muchacho?"

Richard Gregory, el nuevo médico, que cumplía su primer turno en tología, encogió los hombros dentro de su equipo quirúrgico color verde. "Por lo que dice la policía, por la forma en que cayó, suena como un posible ataque cardíaco masivo o alguna suerte de convulsión, a no ser que sea inducido por drogas. Parece demasiado saludable para que sea así y no hay grupos de pinchazos que sugieran drogas".

"Muy joven para un infarto fatal", dijo el médico de más edad. Para él, el cuerpo podría haber sido un trozo de carne en el mercado o un ciervo recién cazado en Escocia, no lo que quedaba de un ser humano que estaba vivo hacía -¿cuánto?- dos o tres horas atrás. Qué mala suerte para el pobre tipo. Tenía un aspecto vagamente levantino. La piel de las manos, lisa y sin marcas, no sugería trabajo manual, aunque parecía en un estado físico razonablemente bueno. Los ojos eran de un castaño tan oscuro como para parecer negros a la distancia. Buenos dientes, no mucho trabajo de dentista. En términos generales, un joven que parecía cuidar bien de sí mismo. Curioso. ¿Tal vez un defecto cardíaco congénito? Para saberlo, deberían abrirle el pecho. A Nutter no le incomodaba hacerlo -sólo era un aspecto rutinario de su trabajo, y hacía tiempo había aprendido a olvidar la inmensa tristeza asociada con él- pero por tratarse de un cuerpo tan joven, le pareció una pérdida de tiempo, aunque tal vez la causa de la muerte fuese lo suficientemente misteriosa como para tener un interés intelectual, tal vez incluso para escribir un artículo para The Lancet, algo que había hecho muchas veces en el transcurso de los últimos treinta y seis años. Y de paso, la forma en que diseccionaba a los muertos había salvado a cientos o aun miles de personas vivientes, y de hecho era el motivo por el que había escogido patología. Además, no hacía falta hablar mucho con los pacientes.

Por el momento, esperaría que los resultados de los exámenes toxicológicos de sangre salieran del laboratorio de serología. Al menos, orientaría su operación.

Brian y Dominic regresaron a su hotel en taxi. Una vez allí, Brian encendió su laptop y se conectó. El breve mensaje de correo electrónico que envió fue codificado y despachado automáticamente en unos cuatro minutos. Supuso que el Campus reaccionaría aproximadamente en una hora, siempre que nadie se asustara, lo cual era poco probable. Granger parecía un tipo capaz de hacer esa misión él mismo. Su experiencia en el Cuerpo le había enseñado a reconocer por la mirada quiénes eran duros. John Wayne había jugado al fútbol en el equipo de la universidad del sur de California. Audie Murphy, rechazado por un agente de reclutamiento de la infantería de marina -para eterna verguenza del Cuerpo- había parecido un nulo perdido en la calle, pero había matado a más de trescientos hombres por mano propia. El también tenía ojos fríos cuando lo provocaban.

De pronto, los Caruso se sentían sorprendentemente solos.

Acababan de asesinar a un hombre a quien no conocían y con quien ninguno de los dos había hablado ni una palabra. Todo había parecido lógico y sensato en el Campus, pero ahora ése parecía un lugar muy distante, tanto física como espiritualmente. Pero el hombre a quien mataron había financiado a los seres que apretaron el gatillo en Charlottesville, matando mujeres y niños sin piedad y, al facilitar ese acto de barbarie, se había hecho culpable ante la ley y la moral. Así que no era como si hubieran matado al hermano menor de la Madre Teresa cuando iba camino a misa.

Era más duro para Brian que para Dominic, quien se dirigió al mini-bar y tomó una lata de cerveza. Se la arrojó a su hermano.

"¡Ya sé!", dijo Brian. "Se lo merecía. Es sólo que, bueno, no es como Mganistán, ¿sabes?"

"Sí, esta vez logramos hacerle a él lo que él quiso hacerte a ti. No es nuestra culpa si era un mal tipo. No es nuestra culpa si el tiroteo del centro comercial le pareció casi tan agradable como irse a la cama con una fulana. Sí que se lo merecía. Tal vez no le disparó a nadie, pero compró las armas, ¿sabes?", preguntó Dominic en el tono más razonable que pudo.

"No voy a prender una vela en su memoria. Pero… maldita sea, no se supone que debamos actuar de esa forma en un mundo civilizado".

"¿Qué mundo civilizado, hermanito? Liquidamos a un tipo que era importante mandar a hablar con Dios. Si El quiere perdonarlo, es asunto Suyo. Sabes, hay quien cree que todos los que usan uniforme son asesinos mercenarios. Asesinos de bebés, cosas de ésas".

"Bueno, ésas son idioteces", chasqueó impaciente Brian. "Lo que me da miedo es, ¿y si nos volvemos iguales a ellos?"

"Bueno, siempre podemos negamos a hacer un trabajo, ¿verdad? Y nos dijeron que en cada ocasión nos explicarían los motivos. No seremos como ellos, Aldo. A mí no me ocurrirá. A ti tampoco. Así que hagamos lo que tenemos que hacer, ¿de acuerdo?"

"Si tú lo dices". Brian tomó un largo trago de su cerveza y extrajo el bolígrafo dorado de su bolsillo. Debía recargarlo. En menos de tres minutos, el dispositivo estaba listo otra vez para entrar en acción. Luego lo hizo girar para convertirlo otra vez en instrumento de escritura y lo volvió a guardar en el bolsillo de su abrigo. "Estaré bien, Enzo. No se supone que uno se sienta bien después de matar a un tipo en la calle. Y aún me pregunto si no sería lógico simplemente arrestarlo e interrogarlo".

"Los ingleses tienen reglas de derechos civiles como las nuestras. Si pide un abogado -y sabes que lo habrán instruido para que lo haga- los policías, igual que en nuestro país, no le pueden preguntar ni la hora. No tiene más que sonreír y mantener la boca cerrada. Es uno de los problemas de la civilización. Tiene sentido cuando se trata con delincuentes, pero estos tipos no son delincuentes. Se trata,de una forma de guerra, no de delito callejero. El problema es ése, y mal puedes amenazar a un tipo que desea morir en cumplimiento del deber. Sólo puedes detenerlo y detener a una persona así significa que debes detener los latidos de su corazón".

Otro largo trago de cerveza. "Sí, Enzo, estoy bien. Me pregunto quién será nuestro próximo objetivo".

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