"Bien, yo me ocuparé de ella, pero antes déjame que te cure a ti, ¿de acuerdo?" Alzó los ojos y vio a Dominic que regresaba.
"No hay farmacia, hermano", casi gritó Dominic.
"iTrae lo que sea, camisetas, cualquier cosa!", le ordenó Brian. y Dominic fue corriendo a la tienda donde Brian se había comprado las botas. Salió un segundo después, con los brazos cargados de camisetas estampadas con distintos motivos.
Y en ese momento, llegó el primer policía, con su automática reglamentaria empuñada con las dos manos.
"iPolicía!", gritó.
"iVenga aquí, maldita sea!", rugió Brian en respuesta. El oficial llegó en unos diez segundos. "Enfunde esa pistola, oficial. No quedan malos", le dijo Brian en tono más medido. "Necesitamos todas las ambulancias de la ciudad y que le adviertan al hospital que un importante número de heridos va para allí. ¿Tiene un botiquín de primeros auxilios en su auto?" Quién es usted?", preguntó el policía sin enfundar su arma.
"FBI", respondió Dominic desde detrás del policía, exhibiendo su credencial en la mano izquierda. "Se terminó el tiroteo, pero hay muchos heridos. Llame a todos. Llame a la oficina local del FBI ya todos los demás. iPonga a funcionar esa radio, oficial, y hágalo ya!"
Como casi todos los policías de los Estados Unidos, el oficial Steve Barlow tenía un radiotransmisor portátil Motorola, con un micrófono abrochado a la hombrera de su camisa de uniforme, y con ésta emitió una frenética llamada de pedido de refuerzos y asistencia médica.
Brian regresó su atención al niñito que tenía en brazos. En esos momentos, David Prentiss era lo único que existía en el mundo para el capitán Brian Caruso. Pero todo el daño era interno. El chico tenía varias heridas aspirantes en el pecho, y eso no era bueno.
"Bueno, David, tomémonoslo con mucha calma. ¿Cuánto duele?"
"Mucho", respondió el niñito tras media respiración. Su rostro se estaba poniendo pálido.
Brian lo alzó y lo puso sobre el mostrador de la Piercing Pagoda, y luego se dio cuenta de que allí podía haber algo que sirviera -pero sólo encontró bolas de algodón. Metió dos de éstas en cada uno de los tres agujeros de la espalda del niño, luego lo puso boca arriba. Pero el niño sangraba internamente. Sangraba tanto por dentro que sus pulmones no tardarían en dejar de funcionar y se desmayaría y moriría de asfixia si antes nadie le aspiraba el pecho desde fuera mecánicamente, y Brian no podía hacerlo.
"iDios mío!" Quien habló era nada menos que Michelle Peters, tomando la mano de una niña de diez años, cuyo rostro estaba todo lo demudado que puede estar el rostro de un niño.
"Michelle, si sabes algo de primeros auxilios, escoge a alguien y ponte a trabajar", ordenó Brian.
Pero ella no sabía de eso. Tomó un puñado de bolas de algodón del puesto de perforar orejas y siguió camino, confundida.
"Eh, David ¿sabes quién soy?", preguntó Brian.
"No", contestó el niño, con un poco de curiosidad abriéndose paso a través del dolor de su pecho.
"Soy un infante de marina. ¿Sabes qué es eso?"
"¿Una especie de soldado?"
Brian se dio cuenta de que el niño estaba muriendo en sus brazos. Por favor Dios, que no muera, que este niñito no muera.
"No, somos mejores que los soldados. Ser infante de marina es lo mejor que puede hacer un hombre. Tal vez cuando seas grande, puedas ser un infante de marina como yo. ¿Qué te parece?"
"¿Y matar a los malos?", preguntó David Prentiss.
"Ya lo creo que sí, Dave". "Genial", pensó David, y cerró los ojos.
"¿David? No te vayas, David. Dave, vuelve a abrir los ojos. Tenemos que hablar un poco más: Suavemente, volvió a depositar el cuerpecito sobre el mostrador y buscó el pulso en la carótida.
Pero ya no habla pulso.
"Mierda, oh, mierda" musitó Brian. La adrenalina se evaporó de su torrente sanguíneo. Su cuerpo se sintió vacío, sus músculos laxos.
Llegaron los primeros bomberos, que usaban sus chaquetas antillama color caqui y llevaban cajas de algo que deblan ser insumos médicos. Uno de ellos tomó el mando, dirigiendo a sus hombres a distintos puntos. Dos se dirigieron a donde estaba Brian. El primero tomó el cuerpo de sus brazos. y lo miró por un instante, luego lo depositó en el suelo y siguió su camino sin decir palabra, dejando allí a Brian, con la sangre de un niño en su camisa.
Enzo estaba allí cerca, sólo parado y mirando, ahora que los profesionales – sobre todo bomberos voluntarios, en realidad, pero así y todo, eficientes- tomaban control del área. Juntos, caminaron hasta la salida mas próxima y salieron al claro aire del mediodía. Todo el episodio había durado menos de diez minutos.
Como en el combate real, pensó Brian. Una vida -no, muchas vidas, habían llegado a su prematuro fin en lo que, en términos relativos, era apenas un parpadeo del tiempo. Su pistola estaba otra vez en su riñonera. El cargador vacío posiblemente había quedado en Sam Goody. Lo que acababa de experimentar era lo más parecido a ser Dorothy, arrebatada por un tornado en Kansas. Pero no había emergido en la Tierra de Oz. Aún estaba en Virginia central, y había muchos muertos y heridos detrás de él.
"¿Quienes son ustedes?", era un capitán de la policía.
Dominic alzó su identificación del FBI y, por el momento, eso bastó.
"¿Qué ocurrió?"
"Al parecer, terroristas. Cuatro. Entraron y se pusieron a disparar, están todos muertos. Les dimos a los cuatro", le dijo Dominic.
"¿Está herido?", le preguntó el capitán a Brian señalando su camisa ensangrentada.
Aldo meneó la cabeza. "Ni un rasguño. Capitán, hay muchos civiles heridos ahí dentro".
"¿Que hacían allí?", preguntó el capitán.
"Comprábamos zapatillas", dijo Brian con amargura.
"A la mierda, observó el capitán de policía, mirando a la entrada del centro de compras, quedándose inmóvil sólo porque tenía miedo de ver lo que había adentro. "¿Alguna idea?"
"Disponga un perímetro", dijo Dominic. "Verifique todas las patentes de los autos. Verifique si los malos llevan algún tipo de identificación. Conoce la rutina, ¿no? ¿Quién es el agente especial a cargo local?"
"Aquí sólo tenemos un agente residente. La oficina importante cercana es la de Richmond. Ya los llamé. El AFC es un tipo llamado Milis".
"¿Jimmy Milis? Lo conozco. Bien, el Buró deberá enviar a unos cuantos hombres. Lo mejor que puede hacer es preservar la escena del crimen, esperar, sacar a los heridos. Ahí dentro hay un jodido desastre, capitán".
"Lo creo. Bien, ya regreso".
Dominic esperó a que el capitán de policía entrase, luego le dio con el codo a su hermano y juntos se dirigieron a su Mercedes. El auto de policía ubicado en la entrada del estacionamiento -dos uniformados, uno armado con escopeta- vio la identificación del FBI y les permitió pasar. Diez minutos mas tarde, estaban de vuelta en la casa.
"¿Qué ocurre?", preguntó Alexander desde la cocina. "La radio dijo…"
"Pete, sabes, esas dudas que yo tenía, dijo Brian.
"Sí, pero…"
"Puedes olvidarlas, Pete. Para siempre y en toda circunstancia", anunció Brian.
Los equipos de los noticiarios convergieron sobre Charlottesville como buitres sobre un cadáver – mejor dicho, comenzaron a hacerlo hasta que las cosas se complicaron.
Las siguientes noticias urgentes llegaron de un lugar llamado Citadel Mali en Colorado Springs, Colorado, luego de Provo, Utah y finalmente de Des Moines, Iowa. Eso lo convirtió en una historia colosal. El ataque en el centro comercial de Colorado terminó con seis cadetes de la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos -muchos otros fueron puestos a salvo por compañeros- y veintiséis civiles muertos.
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