Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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Parecía muy tranquila, y le sonrió. Norman miró en derredor: las alarmas no se habían encendido, y tampoco las luces estaban destellando.

– No sé. Creí… -La voz se fue haciendo más débil.

– ¿Pensaste que otra vez estábamos sufriendo un ataque? -le preguntó Beth.

Él asintió con la cabeza.

– ¿Por qué piensas eso, Norman?

De nuevo ella lo estaba mirando de manera extraña: calculadora, con una fijeza muy directa y fría. Transmitía la suspicacia de la antigua Beth: eres hombre y eres un problema.

– Harry sigue inconsciente, ¿no? Entonces, ¿qué te hizo creer que estábamos siendo atacados?

– No sé. Supongo que estaba soñando.

Beth se encogió de hombros.

– Quizá sentiste la vibración que produje en el suelo al andar por él -dijo-. De cualquier modo, me agrada que hayas decidido dormir.

Esa misma mirada fija y calculadora… Como si hubiese algo mal en él…

– No dormiste lo suficiente, Norman.

– Ninguno de nosotros lo hizo.

– Tú, en particular.

– A lo mejor tienes razón. -Tuvo que admitir que, ahora que había dormido un par de horas, se sentía mejor, sonrió-. ¿Te acabaste todo el café y la tarta rellena?

– No hay ni café ni tarta rellena, Norman.

– Lo sé.

– Entonces, ¿por qué dijiste una cosa así? -preguntó la mujer, con gesto serio.

– Era una broma, Beth.

– Ah.

– Nada más que una broma. Una reflexión humorística sobre la condición en la que nos hallamos…

– Ya entiendo. -Estaba trabajando con las pantallas-. A propósito, ¿qué descubriste, en relación con el globo?

– ¿El globo?

– El globo de superficie. ¿Te acuerdas que hablamos de ello?

Norman negó con la cabeza. No recordaba.

– Antes de que yo fuera al submarino te pregunté los códigos de control para enviar un globo a la superficie, y dijiste que mirarías en el ordenador y verías si podías hallar el modo de hacerlo.

– ¿Eso dije?

– Sí, Norman. Lo dijiste.

Hizo un repaso mental: recordaba cómo él y Beth habían levantado del suelo el cuerpo inerte, y sorprendentemente pesado, de Harry, y lo habían acostado sobre el sofá; recordaba cómo le habían restañado la sangre que le manaba de la nariz, en tanto Beth le colocaba una intubación endovenosa, lo que ella sabía hacer debido a su trabajo con animales de laboratorio. Hasta bromeó diciendo que esperaba que a Harry le fuese mejor que a esos animales de laboratorio que, por lo común, terminaban muertos. Después, Beth se ofreció como voluntaria para ir al minisubmarino, y Norman había dicho que se quedaría con Harry. Eso era todo lo que recordaba.

No tenía ni idea de que hubieran hablado sobre globos de superficie.

– Por supuesto -continuó Beth-, porque las comunicaciones dijeron que se esperaba que confirmáramos haber recibido la transmisión, y eso significa el envío de un globo con radio a la superficie. Y creíamos que, al apaciguarse la tormenta, las condiciones en superficie estarían lo bastante tranquilas como para permitir que el globo ascienda sin cortar el cable. De modo que la cuestión era cómo soltar los globos. Y dijiste que buscarías las instrucciones de control.

– La verdad es que no lo recuerdo. Lo siento.

– Norman, en estas últimas horas que nos restan tenemos que trabajar juntos.

– Pienso lo mismo. Estoy convencido de que debe ser así.

– ¿Cómo te sientes ahora?

– Bien. Muy bien, a decir verdad.

– Eso es bueno. Aguanta un poco, Norman. Sólo son unas pocas horas más.

Lo abrazó. Era un abrazo cálido; pero cuando lo soltó, Norman vio en los ojos de Beth aquella misma mirada fría y calculadora.

Una hora después habían resuelto el modo de soltar el globo. A lo lejos oyeron un chirrido metálico producido por el alambre que se estaba desenrollando del carrete exterior, siguiendo el ascenso del globo inflado, cuando éste se disparó hacia la superficie. Después se produjo una prolongada pausa.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Norman.

– Estamos a trescientos metros de profundidad -explicó Beth-, y el globo tarda en llegar a la superficie.

En ese momento la pantalla cambió y recibieron una lectura de las condiciones imperantes en la superficie del mar: la velocidad del viento había descendido a casi veintiocho kilómetros por hora, las olas llegaban hasta un metro ochenta y la presión barométrica era de 20,9. Había registro de existencia de luz solar.

– Buenas noticias -declaró Beth-: la superficie está bien.

Norman tenía la vista clavada en la pantalla, pensando en el hecho de que se había registrado la presencia de la luz del sol; nunca antes había anhelado ver la luz solar. Era extraño…, parecía algo tan trivial, y ahora la sola idea de contemplar la luz del sol se le antojaba un placer increíble; no podía imaginar una alegría mayor que la de admirar el sol, las nubes y el cielo azul.

– ¿En qué estás pensando?

– Estoy pensando en que no veo el momento de largarme de aquí.

– Yo tampoco -confesó ella-. Pero ya no falta mucho.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

Norman estaba inspeccionando a Harry y, al oír ese sonido, se volvió con brusquedad.

– ¿Qué es eso, Beth?

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– Ten calma -le aconsejó ella, sentada frente a la consola-. Sólo estoy analizando cómo operar esta cosa.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– ¿Qué cosa?

– El sonar de barrido lateral. O sonar de falsa abertura. No sé por qué le llaman de «falsa abertura». ¿Sabes lo que significa «falsa abertura»?

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– No, no lo sé -contestó Norman-. Apágalo, por favor. El sonido era irritante.

– Está señalado como «SFA», lo que, según creo, significa «sonar de falsa abertura», pero también dice «barrido lateral». Es muy confuso.

– ¡Beth, apágalo!

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

– Claro, por supuesto -dijo.

– De todas maneras, ¿para qué quieres saber cómo operar eso? -preguntó Norman.

Se sentía irritado, como si Beth, adrede, lo hubiera fastidiado con ese sonido.

– Por las dudas… -repuso ella.

– ¿Por las dudas de qué, por el amor de Dios? Tú misma dijiste que Harry estaba inconsciente, que no se iban a producir más ataques.

– Cálmate, Norman. Quiero estar preparada, eso es todo.

0720 HORAS

No había podido disuadirla. Beth había insistido en salir y conectar los explosivos colocados alrededor de la nave espacial. Era una idea fija en su mente.

– Pero ¿por qué, Beth? -le había preguntado Norman.

– Porque me sentiré mejor después de hacerlo -había respondido ella.

– Pero no hay motivo alguno para ello.

– Me sentiré mejor si lo hago -había insistido ella y, al final, Norman no la pudo detener.

En ese momento la vio: era una pequeña figura, de cuyo casco surgía una sola luz refulgente, que iba de un cajón de explosivos a otro. Los abría y sacaba conos amarillos grandes que se parecían bastante a los que se utilizan para delimitar carriles cuando se efectúan reparaciones en las carreteras. Interconectaba los conos y, cuando el circuito estaba completo, en la punta de ellos brillaba una lucecita roja.

Norman vio lucecitas rojas a todo lo largo de la nave espacial, y eso hizo que se sintiera inquieto.

Cuando Beth salía, él le había dicho:

– Pero no irás a conectar los explosivos que están cerca del habitáculo.

– No, Norman, no lo haré.

– Prométemelo.

– Ya te lo dije: no lo haré. Sí eso te desagrada, no lo haré.

– Me desagrada.

– Está bien, está bien.

Ahora las luces rojas formaban un rosario que se extendía a lo largo de la astronave, a partir de la cola apenas visible que se erguía desde el fondo coralino. Beth iba cada vez más hacia el norte, hacia los restantes cajones que estaban sin abrir.

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