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– ¿De dónde viene eso? -preguntó Ted-. ¿De la superficie?
Barnes negó con la cabeza.
– Hemos cortado el contacto directo con la superficie.
– ¿Entonces lo están transmitiendo bajo el agua, de alguna manera?
– No -repuso Tina-. Es demasiado rápido para ser una transmisión subacuática.
– ¿Hay otra consola en el habitáculo? ¿No? ¿Puede ser del DH-7?
– El DH-7 está vacío ahora. Los buzos se fueron.
– En tal caso, ¿de dónde viene eso?
– A mí me parece aleatorio -dijo Barnes.
Tina asintió con la cabeza:
– Puede ser una descarga procedente de una memoria intermedia temporal que estuviera en alguna parte del sistema cuando nos pasamos a alimentación interna producida por los diesel…
– Es probable que sea eso -admitió Barnes-. Una descarga de una memoria intermedia, cuando se hizo el cambio de fuente de alimentación.
– Creo que debería conservarse -sugirió Ted, sin dejar de contemplar la pantalla-, por si acaso resulta ser un mensaje.
– ¿Un mensaje de dónde?
– De la esfera.
– ¡Diablos! -exclamó Barnes-. No puede ser un mensaje.
– ¿Cómo lo sabe?
– Porque no hay modo de que se pueda transmitir un mensaje: no estamos conectados con nada. Y, por supuesto, tampoco con la esfera. Tiene que ser un volcado de memoria, cuyo origen está en algún lugar de nuestro propio sistema de procesamiento electrónico de datos.
– ¿Cuánta memoria tenemos?
– Una buena cantidad. Diez gigas [ [16] ], más o menos.
– Puede ser que el helio esté afectando los microprocesadores -conjeturó Tina-. Quizá sea un efecto de la saturación.
– Así y todo, sigo creyendo que se debería conservar -insistió Ted.
Norman no había dejado de observar la pantalla, y aunque él no era matemático, había visto muchísimas estadísticas en su vida, al buscar patrones en los datos. Eso era algo para lo cual el cerebro humano tenía capacidad natural: el hallazgo de patrones en el material visual. Norman no lo podía reconocer con absoluta certeza, pero tenía la sensación de que en este conjunto de números había un patrón.
– Tengo la sensación de que estos números no están puestos al azar -dijo.
– Entonces, conservémoslos -decidió Barnes.
Tina se adelantó hacia la consola, pero cuando sus manos tocaron las teclas, la pantalla quedó en blanco.
– Eso fue todo en cuanto a los números -dijo Barnes-. Se fueron. ¡Qué lástima que no tuviéramos a Harry para que los mirara con nosotros!
– Sí -reconoció Ted, con tono lúgubre-. ¡Qué lástima!
– Échale un vistazo a este calamar-pidió Beth-. Aún vive.
Norman y Beth estaban en el pequeño laboratorio biológico situado cerca de la parte superior del Cilindro D. Desde su llegada ninguno de los miembros del equipo había estado en ese laboratorio porque nadie encontró ningún organismo vivo. Ahora, con las luces apagadas, el psicólogo y la bióloga observaban cómo el calamar se desplazaba dentro de un recipiente de vidrio.
El espécimen tenía aspecto delicado. El fulgor azul se concentraba en franjas situadas a lo largo del dorso y de los costados.
– Sí -dijo Beth-, las estructuras bioluminiscentes parecen estar localizadas en la zona dorsal. Son bacterias, claro.
– ¿Qué son bacterias?
– Las zonas bioluminiscentes. Los calamares no pueden producir luz por sí mismos. Los seres que la generan son bacterias. Así que los animales bioluminiscentes que hay en el mar incorporaron estas bacterias a su cuerpo. Lo que estás viendo son bacterias que refulgen a través de la piel.
– ¿Así que es como una infección?
– Sí, en cierto sentido.
Los grandes ojos del calamar miraban con fijeza, y sus tentáculos se movían.
– Y puedes ver todos los órganos internos -indicó Beth-. El cerebro está oculto detrás del ojo. Esa bolsa es la glándula digestiva; por detrás de ella está el estómago, y debajo de éste, el corazón. ¿Lo ves latir? Ese órgano grande que se encuentra delante es la gónada [ [17] ] y, bajando desde el estómago, hay una especie de embudo desde el cual el calamar despide la tinta y se propulsa a sí mismo.
– ¿De verdad es una nueva especie? -preguntó Norman.
Beth suspiró y dijo:
– No lo sé. En el aspecto interno es típico, pero el hecho de que tenga menos tentáculos lo acreditarían como una especie nueva, sí.
– ¿Le vas a llamar Calamarus bethus?
– Architeuthis bethis -rectificó Beth sonriendo-. Suena como si fuera un problema dental. Architeuthis bethis significa que se necesita un tratamiento de conducto.
– ¿Qué le parece, doctora Halpern? -inquirió Rose Levy, metiendo la cabeza entre los dos investigadores-. Tengo algunos buenos tomates y pimientos y sería una pena desperdiciarlos. ¿Realmente son venenosos los calamares?
– Lo dudo. Nunca se ha sabido que los calamares lo sean. Adelante -le dijo a Rose-, creo que comerlos es una buena idea.
Cuando Rose se hubo ido, Norman dijo:
– Creí que habías dejado de comer estas cosas.
– Nada más que pulpos -precisó Beth-. El pulpo es bello e inteligente. Los calamares, en cambio, son bastante… antipáticos.
– Antipáticos…
– Bueno, se comen unos a otros y son un tanto asquerosos… -Beth alzó una ceja-. ¿Otra vez me estás psicoanalizando?
– No. Es nada más que curiosidad.
– Como zoóloga se da por hecho que debo ser objetiva -explicó Beth-, pero tengo sentimientos respecto a los animales, como le ocurre a cualquier persona; siento un cálido afecto por los pulpos. Son inteligentes, ¿sabes? Una vez tuve uno en un tanque de investigación. Aprendió a matar cucarachas y a emplearlas como cebo para atrapar cangrejos. El cangrejo, curioso, se acercaba a la cucaracha muerta, y entonces el pulpo salía de su escondrijo y se abalanzaba sobre él.
»Es un ser muy inteligente, pero la principal limitación de su conducta es su período de vida; vive nada más que tres años; y no es tiempo suficiente como para desarrollar algo tan complicado como una cultura o una civilización. A lo mejor, si los pulpos vivieran tanto como nosotros habrían conquistado el mundo hace ya mucho tiempo. Pero los calamares son diferentes. No albergo ningún sentimiento hacia ellos, con la salvedad de que me gusta comérmelos.
– Bueno -dijo Norman sonriendo-, por lo menos has encontrado al fin alguna forma de vida aquí abajo.
– Es extraño, ¿sabes? -comentó Beth-. ¿Recuerdas qué estéril se veía todo ahí afuera? No había nada sobre el fondo del mar…
– Claro que sí. Muy llamativo.
– Pues cuando fui a pescar estos calamares di la vuelta por el costado del habitáculo y vi que sobre el fondo hay toda clase de gorgonias de bellos colores: azules, púrpura y amarillas. Algunas son bastante grandes.
– ¿Crees que aparecieron de pronto?
– No. Tienen que haber estado siempre en ese lugar, pero nunca fuimos para allá. Tendré que investigarlo más tarde. Me gustaría saber por qué están localizadas en ese sitio en particular, al lado del habitáculo.
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