Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– Pobre Harry -murmuró Ted, con tristeza.

De todo el grupo, era el único que mostraba su inquietud por Harry. Siguió mirando fijamente en el monitor la esfera cerrada mientras insistía:

– ¿Cómo lo hizo? Espero que se encuentre bien.

Lo repitió tantas veces que al final, Beth dijo:

– Creo que sabemos cuáles son tus sentimientos, Ted.

– Estoy muy preocupado por él.

– También yo. Todos lo estamos.

– ¿Piensas que estoy celoso, Beth? ¿Es eso lo que quieres decir?

– ¿Por qué habría de pensar eso, Ted?

Norman cambió de tema, pues consideraba que era crucial evitar los choques entre los miembros del grupo. Le hizo a Ted algunas preguntas sobre el análisis que el astrofísico había hecho de los datos de vuelo, a bordo de la nave espacial.

– Es muy interesante -repuso Ted, entusiasmado por hablar de su tópico-. El detallado examen que hice de las primeras imágenes de los datos de vuelo me convenció de que esas imágenes muestran tres planetas: Urano, Neptuno y Plutón, y, al fondo, muy pequeño, el Sol. Por consiguiente, las fotografías fueron tomadas desde un punto que está mas allá de la órbita de Plutón. Esto sugiere que el agujero negro no se halla muy alejado de nuestro propio sistema solar.

– ¿Es posible? -preguntó Norman.

– Ah, por supuesto. En verdad, durante los últimos diez años, algunos astrofísicos pensaron que existe un agujero negro, no muy grande, pero agujero negro al fin, justo en el exterior de nuestro sistema solar.

– No lo sabía.

– Ah, sí. De hecho, algunos de nosotros hemos sostenido que, si fuese lo bastante pequeño, dentro de unos pocos años podríamos salir al espacio y capturar ese agujero negro; podríamos traerlo, ponerlo en órbita alrededor de la Tierra, y emplear la energía que genera para alimentar todo el planeta.

– ¿Cazadores de agujeros negros? -comentó Barnes sonriendo.

– En teoría, no existe razón alguna por la que no se pueda hacer. Entonces, piensen nada más que en esto: todo el planeta se emanciparía de su dependencia de los combustibles fósiles… Se alteraría el sistema de vida de la Humanidad.

– Es probable que también constituya un arma tremenda -conjeturó Barnes.

– Un agujero negro, incluso de lo más diminuto, sería demasiado poderoso para utilizarlo como arma.

– ¿Así que usted piensa que esta astronave salió para capturar un agujero negro?

– Lo dudo -contestó Ted-. Esta nave espacial está construida con tanta solidez, está tan protegida contra las radiaciones, que sospecho que tenía el propósito de pasar a través de un agujero negro. Y es lo que hizo.

– ¿Y por eso la nave viajó hacia atrás en el tiempo? -preguntó Norman.

– No estoy seguro -repuso Ted-. Verán: un agujero negro se encuentra, en realidad, en el borde del Universo. Lo que ocurre allí no está claro para nadie que viva en el momento presente. Pero algunos científicos piensan que no se «va a través del agujero», sino que ocurre algo así como que se roza y se avanza a saltos, como sucede con un guijarro que salta sobre la superficie del agua, cuando se arroja al ras, y lo que consigue es rebotar hacia un tiempo, un espacio, o un Universo diferente.

– ¿Así que la nave rebotó?

– Sí, y es posible que más de una vez. Y cuando rebotó de vuelta a la Tierra, hizo una entrada corta y llegó a esta época, unos pocos siglos antes de haber partido.

– ¿Y fue en uno de sus rebotes cuando recogió eso? -preguntó Beth, señalando el monitor.

Todos miraron la pantalla: la esfera seguía cerrada, pero tendido a su lado, con los brazos y las piernas extendidos en una posición extraña, estaba Harry Adams.

Durante un instante pensaron que se encontraba muerto. Después, Harry levantó la cabeza y lanzó un quejido.

EL SUJETO

Norman escribió en su libreta: El sujeto es un matemático negro de treinta y tres años, que pasó tres horas dentro de una esfera de origen desconocido. En el momento de recuperarlo, fuera de la esfera, el sujeto se hallaba en estado de estupor y no reaccionaba a estímulos: no sabía cuál era su nombre, ni dónde estaba ni qué año era. Fue traído de vueha al habitáculo y durmió durante una media hora; después despertó de repente y se quejó de tener dolor de cabeza.

– ¡Oh, Dios!

Harry estaba sentado en su litera, sosteniéndose la cabeza entre las manos y gimiendo.

– ¿Te duele? -preguntó Norman.

– De una manera brutal. Machacante.

– ¿Algo más?

– Tengo sed. ¡Dios! -Se lamió los labios-. Estoy muy sediento.

Extremada sed, escribió Norman.

Rose Levy, la cocinera, apareció con un vaso de limonada. Norman le pasó el vaso a Harry, el cual se lo bebió de un solo trago, y lo devolvió.

– Más.

– Mejor traiga una jarra -sugirió Norman.

Levy salió y Norman se volvió hacia Harry, que todavía se sostenía la cabeza y gemía.

– Tengo que hacerte una pregunta.

– ¿Qué pregunta?

– ¿Cuál es tu nombre?

– Norman, no necesito que me psicoanalicen en este preciso instante.

– Tan sólo dime tu nombre.

– Harry Adams, por el amor de Dios. ¿Qué te pasa? ¡Oh, mi cabeza!

– Antes no lo recordabas… -dijo Norman-. Cuando te encontramos.

– ¿Cuando me encontraron? -preguntó Harry.

Parecía estar otra vez confuso.

Norman asintió con la cabeza.

– ¿Te acuerdas de cuando te hallamos?

– Tiene que haber sido… afuera.

– ¿Afuera?

Harry miró hacia arriba, súbitamente furioso, y con los ojos relampagueantes de ira:

– ¡Afuera de la esfera, remaldito idiota! ¿De qué crees que estoy hablando?

– Tómalo con calma, Harry.

– ¡Tus preguntas me están volviendo loco!

– Muy bien, muy bien. Tranquilo.

Norman hizo más anotaciones: Emocionalmente inestable. Furia e irritabilidad.

– ¿Tienes que hacer tanto ruido?

Norman alzó la vista, perplejo.

– Tu lápiz -dijo Harry-. Suena como las cataratas del Niágara.

Norman dejó de escribir. Tenía que ser una jaqueca, o algo similar. Harry se sostenía la cabeza con las manos, con delicadeza, como si su cráneo estuviera hecho de cristal.

– ¿Por qué no pueden darme una aspirina, en el nombre de Dios?

– No queremos darte ningún medicamento durante algún tiempo porque, en el caso de que te hayas lastimado, tenemos que saber dónde está el dolor.

– El dolor, Norman, está en mi cabeza. ¡Está en mi remaldita cabeza! Ahora, ¿por qué no me dan una aspirina?

– Barnes dijo que no lo hiciéramos.

– ¿Barnes está aquí todavía?

– Todos estamos aquí todavía.

Harry alzó la vista con lentitud.

– Pero se dijo que subirían a la superficie.

– Lo sé.

– ¿Por qué no os habéis ido?

– El clima empeoró mucho y no nos pudieron enviar los submarinos.

– Pues deberíais marcharos. No tendríais que estar aquí, Norman.

Rose Levy llegó con más limonada. Mientras bebía, Harry miró a la mujer.

– ¿También usted sigue aquí?

– Sí, doctor Adams.

– En total, ¿cuánta gente hay aquí abajo?

– Somos nueve, señor -respondió Rose.

– ¡Jesús! -Harry devolvió el vaso y Rose lo volvió a llenar-. Todos ustedes deberían irse. Deberían abandonar este sitio.

– Harry -dijo Norman-, no nos podemos ir.

– Tenéis que iros.

Norman se sentó en la litera que estaba frente a la de Harry, lo observó mientras éste bebía. El matemático tenía manifestaciones, bastante típicas, de shock emocional: irritabilidad, flujo nervioso maníaco de ideas, temor inexplicable por la seguridad de los demás… todo eso era característico de quienes, a consecuencia de accidentes graves, como un accidente automovilístico de importancia o la caída de un avión, sufrían un shock emocional. Al producirse un hecho de este tipo, el cerebro lucha por asimilarlo; por darle sentido, por rearmar el mundo mental, aun cuando, en torno de éste, el mundo físico estuviese hecho añicos. La mente entra en una especie de marcha forzada y trata presurosamente de rearmar las cosas, de hacer que vuelvan a estar como deben, de restablecer el equilibrio.

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