Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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Sin embargo, ése es un período confuso, en el que todo gira como un remolino.

Tan sólo había que esperar que pasara.

Harry terminó la limonada y devolvió el vaso.

– ¿Más? -preguntó Levy.

– No, ya está bien. El dolor de cabeza se me ha calmado.

«Quizá fuese deshidratación», pensó Norman,… ¿Y por qué iba a estar Harry deshidratado tras haber pasado tres horas en la esfera?

– Harry…

– Dime una cosa, Norman, ¿tengo aspecto diferente?

– No.

– ¿Te parezco el mismo?

– Sí. Yo creo que sí.

– ¿Estás seguro?

Harry se incorporó de un salto, se dirigió a un espejo colocado en la pared y se estudió el rostro.

– ¿Qué aspecto crees tener? -preguntó Norman.

– No sé. Diferente.

– ¿Diferente en qué sentido?

– ¡No lo sé…! -Harry dio un fuerte golpe sobre la pared acolchada, al lado del espejo, y la imagen que aparecía en éste vibró; se dio vuelta, volvió a sentarse en la litera y suspiró-. Tan sólo diferente.

– Harry…

– ¿Qué?

– ¿Recuerdas lo que pasó?

– Por supuesto.

– ¿Qué pasó?

– Entré.

Norman aguardó, pero Harry no agregó más: se limitó a fijar la vista en el suelo alfombrado.

– ¿Recuerdas haber abierto la puerta?

Harry permaneció en silencio.

– ¿Cómo abriste la puerta, Harry?

Harry alzó la vista hacia Norman:

– Se daba por hecho que todos ustedes partirían, que regresarían a la superficie. No esperaba que permanecieran aquí.

– ¿Cómo abriste la puerta, Harry?

Se produjo un prolongado silencio.

– La abrí -dijo luego el matemático.

Se sentó, con la espalda bien recta, las manos a los costados. Parecía estar recordando, reviviendo lo sucedido.

– ¿Y después?

– Entré.

– ¿Y qué pasó dentro?

– Era hermoso…

– ¿Qué es lo que era hermoso?

– La espuma -dijo Harry.

Y en ese instante volvió a quedar en silencio, con la mirada vacía y fija en un punto del espacio.

– ¿La espuma? -lo incitó Norman.

– El mar. La espuma. Hermoso…

¿Estaría hablando de las luces?, se preguntó Norman. ¿Del conjunto de luces que remolineaban?

– ¿Qué es lo que era hermoso, Harry?

– Vamos, no te burles -dijo el matemático-. Prométeme que no vas a burlarte.

– No me burlaré.

– ¿Crees que se me ve igual?

– Sí, lo creo.

– ¿No cambié en absoluto?

– No. Al menos en nada que yo pueda apreciar. ¿Crees tú que cambiaste?

– No sé. Quizá… Yo…

– ¿Ocurrió algo en la esfera que te cambió?

– No entiendes lo de la esfera.

– Entonces, explícamelo -pidió Norman.

– Nada ocurrió en la esfera.

– Estuviste en ella durante tres horas…

– Nada ocurrió. Dentro de la esfera, nunca ocurre nada. Siempre es lo mismo… dentro de la esfera.

– ¿Qué es lo que siempre es lo mismo? ¿La espuma?

– La espuma siempre es diferente. La esfera siempre es la misma.

– No entiendo -dijo Norman.

– Sé que no entiendes -dijo Harry, y movió la cabeza-. ¿Qué puedo hacer?

– Dime algo más.

– No hay nada mas.

– Entonces, dímelo todo de nuevo.

– No serviría -dijo Harry-. ¿Piensas que os iréis pronto?

– Barnes dijo que no nos iríamos hasta dentro de varios días.

– Creo que deberíais marcharos cuanto antes. Habla con los demás. Convéncelos de que tienen que irse.

– ¿Por qué, Harry?

– No puede ser… No lo sé.

Harry se frotó los ojos y se recostó sobre la litera.

– Tendrás que disculparme -dijo-; pero estoy muy cansado. Quizá podamos continuar con esto en alguna otra ocasión. Habla con los demás, Norman. Haz que se vayan. Es… peligroso permanecer aquí.

Se acostó del todo y cerró los ojos.

CAMBIOS

– Está durmiendo -informó Norman a los demás-. Se encuentra en estado de shock emocional. Se muestra confuso, pero, en apariencia, no hay daños.

– ¿Qué te dijo con respecto a lo que pasó allí adentro? -preguntó Ted.

– Se halla muy alterado -repuso Norman-, pero se esta recuperando. Cuando lo hallé, en el primer momento, ni siquiera recordaba su nombre. Ahora, sí. También recuerda mi nombre, y dónde está. Sabe que entró en la esfera, y creo que también se acuerda de lo que sucedió dentro de ella… aunque no lo dice.

– Grandioso -comentó Ted.

– Mencionó el mar, y la espuma, pero no dejó claro lo que quería decir con eso.

– Miren afuera -dijo Tina, señalando las portillas.

Norman tuvo una visión inmediata de luces, de miles de luces que llenaron la negrura del océano, y su primera reacción fue la de un terror irracional: las luces de la esfera venían para atraparlos. Pero entonces se dio cuenta de que cada una de las luces tenía forma, y que se desplazaban agitándose con movimientos serpenteantes.

Los investigadores apretaron la cara contra las portillas, para mirar.

– Calamares -declaró Beth, por fin-. Calamares bioluminiscentes.

– Varios millones.

– Menos -dijo la zoóloga-. Calculo que hay medio millón como máximo rodeando todo el habitáculo.

– Hermoso.

– El tamaño del cardumen es asombroso -opinó Ted.

– Impresionante, pero nada fuera de lo común -dijo Beth-. La fecundidad del mar es muy grande, en comparación con la de tierra firme. El mar es el lugar en el que comenzó la vida, y en el que apareció por vez primera la intensa competencia entre los animales. Una de las respuestas a la competencia es producir ingentes cantidades de crías. Muchos animales marinos lo hacen. Tenemos tendencia a creer que los animales salieron de la tierra para dar un paso hacia adelante en la evolución de la vida. Pero la verdad es que los primeros seres fueron arrojados fuera del océano, estaban simplemente tratando de alejarse de la competencia. Pueden ustedes imaginar que cuando los primeros peces-anfibios treparon por la playa, asomaron la cabeza para mirar la tierra y vieron esta vasta extensión seca, sin competencia en absoluto, tuvo que parecerles la Tierra Prometida… -Beth se interrumpió de repente y se volvió hacia Barnes-. ¡Pronto! ¿Dónde guardan las redes para especímenes?

– No quiero que vaya afuera.

– Tengo que hacerlo -respondió Beth-. Estos calamares tienen seis tentáculos.

– ¿Y qué hay con eso?

– No se conoce ninguna especie de calamar que tenga seis tentáculos; se trata de una especie no catalogada. Tengo que ir a recoger muestras.

Barnes le indicó dónde estaban el vestuario y los equipos, y Beth salió. Norman miró con renovado interés el cardumen de calamares.

Los animales tenían cerca de treinta centímetros de largo y parecían transparentes.

Los grandes ojos se destacaban con claridad en el cuerpo, que refulgía con un tono azul pálido.

Al cabo de pocos minutos, Beth apareció en el exterior; estaba en medio del cardumen y movía su red de un lado a otro para atrapar algunos ejemplares. Furiosos, varios calamares descargaron chorros de tinta.

– Son encantadores -dijo Ted-. ¿Saben? El desarrollo de la tinta del calamar es una muy interesante…

– ¿Qué les parecería que preparara calamares para la cena? -preguntó Rose Levy.

– Diablos, no -respondió Barnes-. Si es una especie no estudiada no la vamos a comer. Lo que menos falta hace es que todos enfermen debido a una intoxicación por la comida.

– Muy sensato -reconoció Ted-. Nunca me gustó el calamar, de todos modos. Tiene un interesante mecanismo de propulsión pero su textura es gomosa.

En ese instante se produjo un zumbido y uno de los monitores se encendió solo. Mientras los investigadores miraban, la pantalla se llenó rápidamente de números:

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