– No lo espere. Me voy a casa con Eve y Joe.
– Bien. Lo necesitabas. Yo también me iré. Tengo que volver a Idaho y encontrar a Jock.
– Puede que Venable se le adelante -dijo Trevor mientras empezaba a subir los escalones del helicóptero.
MacDuff negó con la cabeza.
– Sólo tengo que acercarme lo suficiente para que me oiga, y Jock acudirá a mí. La razón de que volviera aquí fue la de recoger a Robert Cameron. Sirvió bajo mis órdenes en el ejército, y es el mejor rastreador que he conocido nunca.
– ¿Otro de los suyos? -preguntó Jane con sequedad.
– Sí. A veces eso es muy útil. -Empezó a alejarse-. Nos vemos.
– Lo dudo. Pero buena suerte con Jock. -Jane empezó a seguir a Trevor, que desapareció en el interior del helicóptero.
MacDuff le gritó desde atrás.
– Te haré saber cuándo lo encuentre.
– ¿Cómo sabe que no llamaré a Venable? Me está convirtiendo en cómplice a posteriori.
MacDuff sonrió.
– No lo llamarás. La sangre es más espesa que el agua. Y Jock es uno de los tuyos… Es tu primo.
– Y un cuerno lo es. Y yo no soy la prima de usted.
– Sí, lo eres. Estaría dispuesto a apostar mi ADN a que sí. Pero una prima muy lejana. -Le guiñó un ojo y la saludó militarmente-. A Dios gracias.
Jane se lo quedó mirando con exasperación y frustración mientras MacDuff se alejaba en dirección al establo. Parecía absolutamente seguro de sí mismo, arrogante y en su salsa en aquella antigua reliquia de castillo. Seguro que el viejo Angus habría tenido aquella misma actitud petulante.
– ¿Jane? -Trevor la miraba expectante e inquieto en la puerta del helicóptero.
Jane apartó la mirada de aquel maldito escoto y empezó a subir los escalones.
– Ya voy.
– Bastardo - dijo Cira haciendo rechinar los dientes -. Tú me hiciste esto.
– Sí. - Antonio le besó la mano -. ¿Me perdonas?
– No. Sí. Puede ser. - Cira gritó cuando volvió a sentir aquel dolor desgarrador -. ¡No!
– La mujer del pueblo jura que el niño nacerá en pocos minutos. No es normal que un primer hijo tarde tanto. Sé valiente.
– Soy valiente. ¿Llevo intentando parir a este niño desde hace treinta y seis horas y te atreves a decirme eso? Y mientras, tú estás ahí, cómodamente sentado, con ese aire tan petulante. No sabes lo que es el dolor. Sal de aquí antes de que te mate.
– No, me quedaré contigo hasta que nazca el niño. - Antonio le apretó las manos con la suya -. Te prometí que no te volvería a abandonar.
– Ya podía haber deseado que rompieras tu promesa, antes de que este niño fuera concebido.
– ¿Lo dices en serio?
– No, no lo digo en serio. - Cira se mordió el labio inferior cuando el dolor la abrumó de nuevo -. ¿Eres idiota? Quiero a este niño. Lo único que no quiero es el dolor. Tiene que haber una manera mejor para que las mujeres hagan esto.
– Estoy seguro de que pensarás en algo más tarde. - Antonio habló entrecortadamente -. Pero te agradecería que parieras de una vez a este niño y acabaras con esto.
Él estaba asustado, se percató vagamente Cira. Antonio, el que nunca admitía tenerle miedo a nada en ese momento estaba asustado.
– Crees que voy a morir.
– No, jamás.
– Es verdad, jamás. Me quejo, porque tengo derecho a quejarme, y no es justo que las mujeres tengamos que dar a luz a todos los niños. Deberías ayudarme.
– Lo haría, si pudiera.
Lo dijo con un poco más de firmeza, pero la voz seguía temblándole.
– Pensándolo bien no creo que pudiera volver a acostarme contigo, si te viera con una tripa hinchada. Tendrías un aspecto ridículo. Sé que no podría soportar mirarme a mí misma.
– Estás preciosa. Siempre estás preciosa.
– Mientes. - Cira aguantó el siguiente espasmo de dolor -. Esta tierra es dura y fría y nada fácil para las mujeres. Pero no podrá conmigo. La haré mía. Como a este niño. Lo pariré, y lo educaré, y le daré todo aquello que he echado en falta. - Levantó la mano para tocar dulcemente la mejilla de Antonio -. Me alegra que no te echara en falta, Antonio. Noches de terciopelo y mañanas de plata. Eso es lo que le dije a Pía que buscara, pero hay mucho más. - Cerró los ojos -. La otra mitad del círculo…
– ¡Cira!
– ¡Por los dioses, Antonio! - Abrió los párpados de golpe -. Ya te dije que no iba a morir. Sólo estoy cansada. Ya no tengo tiempo para consolarte más. Cierra la boca o vete mientras me ocupo de tener a este niño.
– Me callaré.
– Bueno. Me gusta que estés conmigo…
MacDuff contestó al teléfono al quinto timbrazo. Parecía somnoliento.
– ¿Cuántos hijos tuvo Cira? -preguntó Jane cuando descolgó.
– ¿Cómo dices?
– ¿Tuvo sólo uno? ¿Murió en el parto?
– ¿Por qué quieres saberlo?
– Dígamelo.
– Según la leyenda familiar, Cira tuvo cuatro hijos. No sé cómo murió, aunque alcanzó una edad muy avanzada.
Jane soltó un suspiro de alivio.
– Gracias. -Cambió repentinamente de idea-. ¿Dónde está?
– En Canadá.
– ¿Ha encontrado a Jock? -Todavía no. Pero lo encontraré.
– Siento haberlo despertado. Buenas noches.
MacDuff se rió entre dientes.
– Ha sido un placer. Me alegra que pienses en nosotros. -Colgó.
– ¿Todo bien? -Eve estaba en la entrada del dormitorio de Jane.
– Muy bien. -Jane pulsó el botón de desconexión-. Tenía que comprobar una cosa, nada más.
– ¿A estas horas?
– Me pareció urgente en el momento. -Se levantó de la cama y se puso la bata-. Vamos. Ya que estamos despiertas, podríamos tomarnos un chocolate caliente. Has estado trabajando tanto, que apenas he tenido ocasión de hablar contigo desde que volví a casa. -Torció el gesto mientras se dirigía a la puerta-. Por supuesto que en parte es por mi culpa. Me he estado acostando pronto y levantando tarde. No sé lo que me pasa. Me siento como si hubiera estado consumiendo drogas.
– Agotamiento. Estás reaccionando a la muerte de Mike, por no hablar de lo que pasaste en Idaho. -Siguió a Jane a la cocina-. Me alegra ver que estás descansando, para variar. ¿Cuándo vas a volver a la universidad?
– Pronto. He perdido demasiado tiempo este trimestre. Tendré que hacer algo para ponerme al día.
– ¿Y luego?
– No lo sé. -Sonrió-. Puede que me quede por aquí hasta que me eches a patadas.
– Eso no es una amenaza. A Joe y a mí nos gustaría que lo hicieras. -Echó unas cucharadas de cacao en dos tazas-. Pero no creo que tengamos la más mínima oportunidad. -Vertió el agua caliente-. ¿Otro sueño, Jane?
Jane asintió con la cabeza.
– Pero no de los que dan miedo. -Arrugó la nariz-. A menos que consideres que tener un niño es algo terrorífico.
Eve asintió con la cabeza.
– Y absolutamente maravilloso.
– Creía que los sueños cesarían cuando Cira salió del túnel. Parece que tengo que cargar con ella.
Eve le dio a Jane su taza.
– ¿Y eso te inquieta?
– No, supongo que no. Se ha convertido en una buena amiga con los años. -Se dirigió al porche-. Pero a veces me deja colgada.
– Ella ya no te inquieta. -Eve se medio sentó sobre la barandilla del porche-. Antes estabas muy a la defensiva.
– Porque no sabía la razón de que tuviera aquellos condenados sueños. No era capaz de encontrar una secuencia lógica que los explicara.
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