– Siempre fue un hombre montaraz. Quiso caminar solo y hacerse su propio hueco en la vida. Lo entiendo. ¿Usted, no?
– Sí. ¿Cuándo averiguó usted lo del linaje de Cira? ¿O ese era otro de los viejos secretos familiares?
– No. Cira debió de olvidarse de Herculano cuando se estableció en las Highlands. No hay ningún cuento de bacanales romanas ni historias de Italia que pasaran de padres a hijos. Era como si hubieran brotado de la tierra allí y la hicieran suya. Angus y Torra eran montaraces y libres, y de vez en cuando tan salvajes como la gente que los rodeaba.
– ¿Torra?
– Significa «la del castillo». Un nombre digno de ser escogido por Cira que refleja con exactitud sus intenciones.
– ¿Y Angus?
– Fue el primer Angus. No difiere demasiado de Antonio.
– Y si no había historias familiares, ¿cómo llegó entonces a saber de Cira?
– Me lo dijo usted.
– ¿Cómo?
– Usted, y Eve, y Trevor. Leí el artículo en aquel periódico.
Ella lo miró fijamente con incredulidad.
MacDuff se rió entre dientes.
– ¿No me cree, eh? Pues es verdad. ¿Quiere que se lo demuestre? -Cogió uno de los faroles y atravesó la habitación hacia los objetos cubiertos que estaban apoyados contra la pared del fondo-. La vida es extraña. Pero esto era demasiado extraño. -Apartó las telas de un tirón para dejar a la vista una pintura… No, un retrato, se percató Jane, cuando él volvió la pintura hacia ella.
– Fiona.
– ¡Dios mío!
Él asintió con la cabeza.
– Es clavada.
MacDuff retrocedió y levantó el farol.
La mujer del retrato era una joven de veintipocos años e iba vestida con un vestido verde escotado. No estaba sonriendo, sino que miraba hacia fuera del retrato con tenacidad e impaciencia. Pero su vitalidad y belleza eran inconfundibles.
– Cira.
– Y usted. -Empezó a apartar las telas de las demás pinturas-. No hay ninguna otra con un parecido tan grande como el de Fiona, pero hay atisbos, indicios de parecidos. -MacDuff señaló a un joven vestido con un traje Tudor-. Su boca tiene la misma forma que la de Cira. -Hizo un gesto hacia una anciana con unos impertinentes y el pelo recogido en un rodete-. Y estos pómulos se transmitieron casi a todas las generaciones. Sin duda Cira dejó su sello en sus descendientes. -Hizo una mueca-. Tuve que bajar todos los retratos y esconderlos aquí cuando supe que le iba a alquilar el lugar a Trevor.
– Por eso hay tantos tapices en las paredes -murmuró Jane-. Pero usted no guarda el menor parecido.
– Puede que haya salido a Antonio.
– Tal vez. -Jane paseó la mirada de un retrato a otro-. Es sorprendente…
– Eso es lo que pensé. Al principio sólo sentí curiosidad. Luego, empecé a ahondar un poco y a hacer una investigación más intensa en la historia familiar.
– ¿Y qué fue lo que averiguó?
– Nada en concreto. Cira y Antonio borraron sus huellas muy bien. Excepto por una vieja carta destrozada que encontré enterrada junto a algunos documentos que Angus había traído de las Highlands. En realidad era un pergamino guardado en un estuche de latón.
– ¿De Cira?
– No, de Demónidas.
– Imposible.
– Era una carta muy interesante. Le alegrará saber que estaba dirigida a Cira, no a Pía. Estaba escrita en unos términos muy floridos, aunque en esencia era una carta de chantaje. Según parece, cuando Demónidas volvió a Herculano, se enteró de que Julius andaba buscando a Cira y decidió que iba a ver si conseguía sacarle más dinero a ella del que podría obtener de Julius por decirle dónde estaba Cira. Demónidas aceptó reunirse con Cira y Antonio para recibir su tajada. -Sonrió-. Craso error. Nunca más se volvió a oír nada de Demónidas.
– Excepto el cuaderno de bitácora.
– Eso fue escrito tres años antes de que intentara llenarse el bolsillo. Debió de haberlo dejado en su casa de Nápoles. Pero cuando me enteré de su existencia, supe que tenía que intentar apoderarme de él. No sabía lo que contenía, pero no quería correr el riesgo de que relacionara a Cira con mi familia.
– ¿Por qué?
– Por el oro. Es mío y va a seguir siendo mío. No podía permitir que nadie supiera que podría no estar en Herculano. Si se enteraban de que existía siquiera fuera una posibilidad de que estuviera aquí, encontrarían la manera de destruir este lugar.
– ¿Y lo encontrarían?
– Tal vez. Yo, todavía no.
– ¿Cómo sabe que no lo encontró algún descendiente de Cira y se lo gastó?
– No lo sé con seguridad. Pero en la familia siempre han circulado chismes sobre un tesoro escondido. Era una historia vaga, un cuento de hadas más que otra cosa, y nunca le presté atención. Estaba demasiado ocupado en ocuparme del mundo real.
– Como Grozak y Reilly. -Jane contempló el retrato de Fiona. La pariente de MacDuff podría haber tenido su cuota de padecimientos y tribulaciones, pero Jane dudaba que hubiera tenido que vérselas con monstruos a los que les trajera sin cuidado la vida humana o la dignidad.
– Está temblando -dijo MacDuff con brusquedad-. Hace frío aquí abajo. Si pretendía violar el bastión de Angus, ¿por qué demonios no cogió una chaqueta?
– No lo pensé. Fui a por ello, sin más.
– Lo que hace siempre. -Se dirigió a la mesa y abrió un cajón-. Pero esta vez puedo ocuparme de ello. -Sacó una botella de brandy y sirvió una pequeña cantidad en dos vasos pequeño-. Se me conoce por necesitar un traguito cuando trabajo toda la noche.
– Me sorprende que lo admita.
– Siempre admito mis defectos. -Sonrió cuando le entregó a Jane su vasito-. De esa manera no intimido a nadie con el enorme volumen de mis talentos y habilidades.
– Y su increíble modestia. -Jane se bebió el brandy y torció el gesto mientras el líquido le iba quemando por dentro. Pero enseguida entró en calor y se sintió más firme-. Gracias.
– ¿Más?
Jane negó con la cabeza. Para empezar no sabía ni por qué había aceptado el aguardiente. No estaba segura de confiar en él, y MacDuff ya le había dicho que no quería que nadie supiera que su familia podía tener alguna relación con Cira. Era un hombre duro, un bastardo despiadado, y eso podría significar que corría peligro de sufrir algún tipo de violencia. Sin embargo, allí estaba ella, compartiendo el brandy con él y sintiéndose muy cómoda al respecto.
– No era una cuestión de frío.
– Lo sé. -Se echó el brandy al coleto de un golpe-. Ha pasado una época difícil. Pero el brandy es mano de santo para más cosas que el frío. -Cogió el vaso de Jane y lo volvió a dejar en el arcón-. Y hará que sea más afable conmigo.
– Y un cuerno.
– Era una pequeña broma. -Tenía los ojos brillantes-. Afable jamás sería la palabra que escogería para describirla. -Retiró los vasos y el brandy-. Bueno, ¿le va a decir a Trevor que puede que yo esté sentado sobre su montón de oro?
– Usted, lo considera su montón de oro.
– Pero Trevor cree en la suerte de la lotería y del yo lo encontré, yo me lo quedo. Como la mayoría de la gente que irá tras el oro, si usted levanta la liebre.
– Puede impedir que los forasteros entren en el castillo.
– ¿Y si no está en el castillo? Yo creo que no está. He buscado durante mucho tiempo algún indicio o pista que me dijera dónde está escondido, y me conozco cada rincón y grieta. Claro está que podría estar en cualquier parte del terreno, o incluso enterrado en las Highlands, allí donde Angus vivió antes de venir aquí.
– O que no exista en absoluto.
Él asintió con la cabeza.
– Pero no aceptaré esa posibilidad. Cira no querría que me rindiera.
– Cira murió hace dos mil años.
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