MacDuff negó con la cabeza.
– Ella está aquí. ¿Es que no puede sentirla? Mientras su familia exista, mientras la Pista siga en pie, ella también vivirá. -Le sostuvo la mirada-. Creo que lo sabe.
Jane apartó la mirada.
– Tengo que volver al castillo. Trevor se estará preguntando dónde estoy. No le dije a dónde iba.
– Y probablemente no le preguntó porque él no quería ofender su independencia. Sigue sin estar seguro de usted. Aunque le gustaría estarlo.
– No tengo intención de hablar de Trevor con usted.
– Porque tampoco está segura de él. El sexo no lo es todo. -Se rió-. Aunque es muchísimo. ¿Ese es el vínculo, Jane? ¿Le hace sentir él lo que Cira deseaba para Pía? ¿Cuáles eran sus palabras? ¿«Noches de terciopelo y mañanas de plata»? ¿Siente que es usted la persona más importante de su vida? Lo necesita.
– Usted no sabe lo que necesito.
– Entonces ¿por qué siento como si lo supiera?
– ¿Mera arrogancia? -Jane se volvió y se dirigió a la puerta-. No se meta en mis asuntos, MacDuff.
– No puedo hacer eso. -Hizo una pausa-. Pregúntame por qué, Jane.
– No me interesa.
– No, tienes miedo de lo que diga. Pero lo diré de todos modos. No puedo evitar meterme en tus asuntos porque va en contra de mi naturaleza y mi educación.
– ¿Por qué?
– ¿No lo has adivinado? -Y añadió sencillamente-: Eres una de los míos.
Jane se paró en seco, paralizada por la impresión.
– ¿Qué?
– De los míos. Date la vuelta y vuelve a mirar a Fiona.
Jane se dio la vuelta lentamente, aunque se quedó mirando fijamente a MacDuff en lugar de al retrato.
– ¿Fiona?
– Fiona se casó con Ewan MacGuire cuando ella contaba veinticinco años, y se fueron a vivir a las Lowlands. Ella le dio cinco hijos, y la familia llevó una existencia próspera hasta finales del siglo diecinueve, cuando a los descendientes de Fiona les tocó vivir la época de las vacas flacas. Dos de los hijos más pequeños se fueron de casa en busca de fortuna, y uno de ellos, Colin MacGuire, se embarcó rumbo a Norteamérica en 1876. Nunca más se tuvo noticias de él.
Ella seguía mirándolo de hito en hito con expresión de asombro.
– Pura coincidencia.
– Mira el retrato, Jane.
– No tengo ningún parecido con su retrato. Está usted loco. Hay miles de MacGuire en Estados Unidos. Ni siquiera sé quién fue mi padre. Y estoy absolutamente segura de que no soy una de los «suyos».
– Lo eres hasta que demuestres lo contrario. -Sus labios se torcieron en una mueca-. Creo que estás poniendo en entredicho la Casa de los MacDuff. Prefieres ser una bastarda que un miembro de mi familia.
– ¿Espera que me sienta honrada?
– No, tan sólo que seas tolerante. No somos tan malos, y nos apoyamos entre nosotros.
– No necesito que nadie me apoye. -Giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta-. Métase su ofrecimiento por donde le quepa, MacDuff.
Jane lo oyó estallar en carcajadas mientras recorría a toda prisa el pasadizo hacia las escaleras que conducían de vuelta al establo. Estaba confusa, y asustada, y… furiosa. La ira la cogió por sorpresa, y no alcanzaba a ver ninguna razón para…
Sí, sí podía. Se había pasado sola toda su vida y se había sentido orgullosa de la independencia que aquella soledad había engendrado. La repentina revelación de MacDuff no la hacía sentir querida ni acogida. Antes bien, parecía quitarle algo.
¡Era un imbécil, ese MacDuff! Probablemente se hubiera inventado un parentesco sólo para conservar aquel maldito oro en la familia, para impedir que ella hablara con Trevor.
¿Y qué es lo que iba a hacer ella? ¿Cuánto le iba a contar a Trevor?
¿Y por qué siquiera estaba considerando limitar lo que le iba a contar a Trevor?
Pues claro que le contaría todo. Excepto aquella tontería sobre su parentesco con MacDuff. Lo que Trevor decidiera hacer en relación a su búsqueda del oro de Cira era asunto de su incumbencia, y ella no infundiría en él ninguna reticencia porque pudiera estar metiendo mano en el tesoro escondido de la familia.
Ella no tenía otra familia que Eve y Joe. Y sin duda, en ese momento no necesita invitar a un arrogante y paternalista MacDuff a entrar en su vida.
Pero «paternalista» no era la palabra correcta. La actitud de MacDuff había sido…
No dedicaría ni un minuto a pensar en la actitud de MacDuff. Hacerlo la inquietaba, y en ese momento ya tenía bastantes traumas emocionales con los que lidiar.
Había llegado al patio y vio a Trevor parado en las escaleras delanteras.
Noches de terciopelo y mañanas de plata.
¡Que le jodan, MacDuff! El sexo era magnífico, y Trevor era un hombre único que le estimulaba tanto la mente como el cuerpo. Eso era todo cuanto necesitaba o quería.
Apretó el paso.
– Tengo algo que contarte. Encontré la carta de Cira, y no me sorprende que Mario no quisiera contarnos lo que ella…
– ¿Qué es lo que quieres que haga al respecto? -preguntó Trevor en voz baja cuando Jane hubo terminado.
– ¿Sobre el oro? Haz lo quieras -dijo Jane-. Llevas buscándolo mucho tiempo. Tu amigo Pietro murió en aquel túnel intentando encontrarlo.
– Hay quien diría que MacDuff se merece el oro, puesto que técnicamente es la fortuna de su familia.
– Sí. ¿Y tú qué piensas?
– Que se lo merece, si es capaz de encontrarlo y conservarlo.
– Dijo que dirías algo así.
– Es un hombre perspicaz. -Hizo una pausa-. No iré tas el oro, si no quieres que lo haga. No es más que dinero.
– No me vendas eso. Es una puñetera fortuna. -Empezó a subir los escalones-. Y tendrás que tomar tu propia decisión. No voy a asumir la responsabilidad de influenciarte en uno u otro sentido. Estoy hasta la coronilla de ser responsable.
– Y yo creo que me estoy cansando de ser un irresponsable. ¿No crees que haríamos una pareja fantástica?
Jane sintió una oleada de felicidad, seguida de cansancio.
– ¿Qué es lo que estás queriendo decir?
– Sabes lo que quiero decir. Tienes miedo de admitirlo. Bueno, yo ya he pasado esa etapa. Tendrás que alcanzarme. ¿Cómo te sentiste cuando pensaste que estaba hecho pedacitos?
Jane dijo lentamente:
– Fatal. Asustada. Vacía.
– Bien. Esto progresa. -Le cogió la mano y le besó la palma-. Sé que me estoy precipitando. No lo puedo evitar. Te conozco hace años, y sé lo que quiero. Y tú tendrás que esforzarte en llegar a esto. No sé si puedes confiar en lo que tenemos. -Sonrió-. Y es labor mía demostrarte que estos sentimientos jamás van a desaparecer. No por mi parte y, Dios lo quiera, tampoco por la tuya. Voy a pisarte los talones, y a seducirte cada vez que tenga ocasión, hasta que decidas que no puedes vivir sin mí. -La volvió a besar en la palma-. ¿Qué vas a hacer después de marcharte de aquí?
– Me voy a casa, a estar con Eve y Joe. Voy a dibujar y descansar, y a olvidar todo lo relacionado con la Pista de MacDuff.
– ¿Y estoy invitado a acompañarte?
Jane se lo quedó mirando, y aquella oleada de felicidad desenfrenada la invadió de nuevo. Le dio un beso rápido y seco, y sonrió.
– Dame una semana. Y luego, ¡joder, sí!, estás invitado.
MacDuff se reunió con ellos en el patio cuando el helicóptero aterrizó dos horas más tarde.
– ¿Se marchan? ¿Debo entender que está dando por concluido su alquiler, Trevor?
– No lo he decidido. Puede esperar sentado. Puede que necesite un campamento base, si opto por buscar el oro, y la Pista de MacDuff podría venirme muy bien.
– O podría no venirle bien. -MacDuff sonrió ligeramente-. Esta es mi casa, mi gente, y esta vez no le extenderé la alfombra de bienvenida. Podría encontrarlo incómodo. -Se volvió a Jane-. Adiós. Cuídate. Espero verte pronto.
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