– ¿Qué?
– He estado intentando mantenerme ocupado, y encontré una referencia a un tal Demónidas en Internet. Vivió en la misma época que Cira.
– Eso es todo.
– No mucho más. -Hizo una pausa-. Pero adquirió cierta notoriedad pública cuando, hace dos años, se encontró su cuaderno de bitácora en Nápoles. Se supone que estaba en un buen estado de conservación, y el gobierno iba a sacarlo a subasta para recaudar fondos para los museos locales. Hubo bastantes rumores al respecto, y los coleccionistas hicieron cola para pujar.
– ¿Podemos verlo?
Él negó con la cabeza.
– Desapareció una semana antes de la subasta.
– ¿Robado?
– A menos que saliera andando de aquella caja fuerte de Nápoles.
– ¡Joder!
– Pero al menos existió, al igual que Demónidas. ¿Esto te hace sentir mejor?
– Sí. Cualquier cosa de este lío que se base en un hecho concreto es para bien.
– Seguiré buscando, aunque pensé que te gustaría saber algo definitivo. Esta ha sido una época bastante frustrante para todos.
– Eso es un eufemismo. -Sonrió-. Gracias, Trevor.
– De nada. Ha valido la pena. Es la primera vez que me sonríes en días. -Alargó la mano y cogió la de Jane-. Lo echaba de menos.
Jane bajó los ojos hacia sus manos unidas. Era reconfortante, agradable…
– He estado un poco nerviosa.
– Hemos estado así desde el día que nos encontramos. No me imagino cómo sería poder hacer una comida, ir a una exposición, quizá sentarse sin más y ver juntos la televisión. Cosas normales, vaya.
Tenía razón. La normalidad era un estado del que no sabían nada. No habían tenido tiempo ni ocasión de hablar, de explorar, de llegar a conocer mutuamente de verdad. Sólo había habido tensión sexual, un delicado equilibrio entre la confianza y la sospecha y, literalmente, moverse por el lado salvaje de la violencia.
– ¿Y es eso lo que quieres?
– ¡Joder, sí! Lo quiero todo. ¡Quiero conocerte!
Ella apartó la mirada.
– ¿Y si te decepciona cuando lo hagas?
– Me estás evitando.
Era verdad. El contacto de su mano era bueno, y ella necesitaba el consuelo y la cordialidad que le estaba dando. Aquello hacía que deseara aferrarse a él, y eso no se lo podía permitir. Si no tenía su fuerza y su independencia, no tenía nada.
– ¿Y qué esperas? Esto es demasiado nuevo. Yo no esperaba… Cuando era una niña de la calle lo que vi de las relaciones hombre-mujer no fue bonito. Supongo… que aquello me dejó huella. Me da miedo lo que me haces sentir. No te pareces a nadie que haya conocido antes, y ni siquiera estoy segura de que esté aquí cuando todo esto termine.
– Yo sí estaré aquí.
Jane retiró la mano y se levantó.
– Entonces ya nos preocuparemos de ir a comer y de ver la televisión juntos. -Se dirigió a la puerta-. Creo que bajaré y haré un dibujo de Jock y Mario juntos. Hacen un interesante contraste, ¿no te…?
– Jane.
– De acuerdo. Estoy evitando hablar de ello. -Lo miró fijamente a los ojos-. ¿Quieres sexo? Estupendo. Me encanta hacerlo contigo. Es sólo que no puedo… Me lleva su tiempo intimar con alguien. Y si no puedes aceptar eso, tendrás que apañártelas.
Trevor apretó los labios.
– Puedo aceptarlo. -Hizo una mueca repentina-. Y vaya si aceptaré el sexo. -Se volvió hacia la casa-. Encenderé el ordenador para ver si puedo dar con algo más sobre Demónidas.
– Deben de estar sentados por ahí, dándoles vueltas a los pulgares -dijo Wickman cuando Grozak atendió su llamada-. No hay el menor indicio de acción. ¿Por qué no cogemos unos cuantos hombres, entramos y armamos un poco de lío?
– Porque sería una estupidez -dijo Grozak-. Me sorprende que siquiera lo sugieras. Te dije que quería a la mujer, y en cuanto intentes utilizar la fuerza, empezarán a rodearla para protegerla. Y si no tienes éxito, eso demostrará a Reilly lo ineptos que somos. Ese bastardo siente un gran respeto por la fuerza.
– No soy ningún inepto.
– Sé que no lo eres -se apresuró a decir Grozak-. Sólo lo parecerías.
– Cinco días, Grozak.
– No tienes necesidad de recordármelo. Ahora estoy en Chicago, encargándome del envío de los explosivos a Los Ángeles. Luego, iré a Los Ángeles y me aseguraré de que se han pagado los sobornos.
– Todos tus magníficos planes no servirán de nada, si no le damos a Reilly lo que quiere. -Wickman colgó el teléfono.
Grozak apretó los labios mientras hacía lo propio. Wickman se mostraba más arrogante cada vez que hablaba con él. Estaba empezando a lamentar el día que había contratado a ese hijo de puta. Puede que Wickman fuera inteligente y eficiente, pero había momentos en que Grozak sentía como si el sicario estuviera perdiendo el control.
¿Tendría que matarlo?
Todavía no.
Miró en calendario del escritorio y sintió que se le hacía un nudo en el estómago.
Cinco días.
Cuatro días
– Hola, Jock. -Jane se sentó detrás de él en los peldaños del porche, y se quedó absorta en la magnificencia de la puesta del sol antes de abrir su cuaderno de dibujo.
– Qué paz se respira aquí, ¿verdad? Me recuerda al chalé que Joe tiene en el lago de nuestra ciudad.
– ¿Tenéis montañas?
– No, sólo colinas. Pero la paz es la misma.
El chico asintió con la cabeza.
– Me gusta esto. Hace que me sienta limpio por dentro. Y libre.
– Eres libre.
– En este momento. Pero nunca estoy seguro de si seguiré así.
– Sé cómo te sientes. -Levantó la mano cuando Jock empezó a menear la cabeza-. Vale, nadie podría saberlo a menos que pasara por lo que has pasado tú, pero me lo puedo imaginar. No creo que haya nada peor que el que a uno lo controlen como si fuera un esclavo. Es la peor de mis pesadillas.
– ¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza.
– Y Trevor me dijo que a Reilly le encantaría intentar echarme el guante para controlarme. Me puse enferma.
Jock arrugó la frente.
– Pero en su campamento no había ninguna mujer excepto Kim, y ella trabaja para Reilly.
– Se supone que yo iba a ser la excepción.
Jock asintió con la cabeza.
– Tal vez se deba a tu parecido con Cira. A él le gustaba. No paraba de preguntarme por ella y si el señor había averiguado algo sobre el oro o…
– ¿Eso hizo? -Jane desvió la mirada rápidamente hacia la cara del muchacho-. ¿Te acuerdas de eso?
– Sí, he estado recordando algunas pequeñas cosas estos últimos días.
– ¿Qué más?
– Cuatro ocho dos.
Jane sintió que la invadía la decepción.
– Oh.
– No es eso lo que querías que dijera.
– Creía que ya lo habías aceptado.
– Ahora sí. Ahora que he recordado que hice todo lo que pude.
– ¿Te gustaría contarme lo que sucedió aquella noche?
– No hay mucho que contar. Reilly me indicó la dirección y la víctima, y me dirigí a hacer lo que me había dicho.
– ¿Y por qué una niña?
– Para hacer daño a Falgow. Algo relacionado con la Mafia. Creo que habían pagado a Reilly para que castigara a Falgow por no colaborar.
– Pero a una niña pequeña…
– Eso le haría sufrir. A mí me hizo sufrir. No pude hacerlo. Pero si yo no lo hacía, Reilly enviaría a otro. Yo lo sabía. Tenía que hacer algo…
– ¿El qué?
– Cualquier cosa. Pensaban que la niña estaba a salvo. Pero no lo estaba. Jamás estaría a salvo, si no la protegían. Tiré una mesa. Y rompí una ventana y salí a aquel camino. Tenían que saber que había alguien allí, que ella no estaba segura.
– Pero a mí sí.
– También a Mario. Pero sin Reilly, Grozak no puede hacer nada. Podéis atraparlo más tarde.
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