– Siempre hay una alternativa -dijo MacDuff. Alargó la mano para coger el teléfono-. Debería haber acudido a mí. Yo habría conseguido que Jock escupiese todo lo que sabía.
– ¿Qué está haciendo? -preguntó Trevor.
– Pidiendo que un coche de alquiler me recoja y me lleve al aeropuerto. Ella dijo que Idaho. Me voy a Idaho.
– ¡Nos vamos a Idaho! -dijo Trevor.
– ¿Por qué no vamos sencillamente tras ellos? -terció Mario con impaciencia-. Quizá podríamos interceptarlos antes de que encuentren a Reilly. Y puede que Jock le mintiera e intente cambiar de destino en cuanto estén en la carretera.
– Jock llegó a un acuerdo con ella -dijo MacDuff-. Y dudo que en este preciso instante sea capaz de cualquier engaño complicado.
– ¿O sí lo es? -preguntó Trevor a Mario-. Tú has pasado mucho tiempo con él.
Mario pensó en ello, y entonces negó lentamente con la cabeza.
– No para de entrar y salir. A veces parece normal, y en otros momentos está como en una especie de bruma.
– Entonces es Idaho. -Trevor cogió la bolsa de lona y empezó a meter su ropa dentro-. Salgamos de aquí a toda pastilla.
* * *
Dos días
– Deberíamos parar a coger gasolina -dijo Jane-. Hay un área de servicio para camiones un poco más adelante. Suelen dar bien de comer en sus restaurantes.
– Sí. -Jock echó un vistazo a la gasolinera brillantemente iluminada-. Y un café muy bueno. -Sonrió-. Es extraño lo bien que recuerdo las cosas pequeñas, y los problemas que tengo con las importantes. De una manera u otra se me deben de escapar por los pelos.
– ¿Cuánto tiempo estuviste con Reilly?
– Es difícil de recordar. Los días se me mezclan. -Arrugó la frente pensativamente-. Tal vez… un año, dieciocho meses…
– Eso es mucho tiempo. -Jane entró en la gasolinera-. Y eras bastante joven.
– No lo pensaba así en su momento. Creía que era lo bastante mayor para hacer cualquier cosa, para ser cualquier cosa. Era un gallito. Muy gallito. Por eso no tuve problemas en aceptar el trabajo que Reilly me ofreció. No podía imaginarme que pudiera equivocarme. -Hizo una mueca-. Pero Reilly me lo demostró, ¿verdad?
– Se supone que Reilly es muy bueno en lo que hace. -Jane salió del coche-. Echaré la gasolina. Entra y trae café para los dos. Va a ser un viaje muy largo.
– No cojas demasiada. -Jock salió del coche-. Sólo lo suficiente para llegar a la siguiente ciudad.
– ¿Qué?
– Tenemos que abandonar este coche y alquilar otro. El señor estará haciendo averiguaciones para conseguir la matrícula de éste.
– Muy astuto por tu parte.
Jock meneó la cabeza.
– Adiestramiento. Nunca te quedes en el mismo coche de alquiler durante mucho tiempo. -Sonrió socarronamente-. A Reilly no le gustaría, y eso significaba castigo.
– ¿Qué clase de castigo?
Jock se encogió de hombros.
– No me acuerdo.
– Creo que sí te acuerdas. Creo que te acuerdas de más de lo que me dices. Siempre que no quieres contestar, lo «olvidas» convenientemente.
Jock la miró con preocupación.
– Lo siento. No lo recuerdo -repitió-. Traeré el café.
Jane no volvió a hablar hasta que estuvieron de nuevo en la carretera.
– No era mi intención hacerte sentir incómodo. Supongo que estoy un poco nerviosa. Nos estamos acercando tanto. ¿Estás seguro de que sabes dónde se encuentra Reilly?
– Todo lo seguro que puedo estar. -Jock se llevó el café a los labios-. Iremos al lugar donde me entrenó. Él estaba tan seguro de que no incumpliría mi entrenamiento básico, que apostaría a que nunca lo ha abandonado. Sería admitir el fracaso, y el ego de Reilly no se permitiría tal cosa.
– ¿Y si estás equivocado?
– Tengo algunos lugares más donde buscar que él ignora que conozco.
– ¿Y cómo lograste saberlo?
– Yo no logré nada. Esa no era una opción en aquel tiempo. Su ama de llaves, Kim Chan, dejaba caer la información sobre esos lugares entre entrenamiento y entrenamiento conmigo.
– ¿Qué clase de entrenamiento?
– Sexual. El sexo es una fuerza motivadora. Reilly utilizaba el sexo, junto con todo lo demás, para mantener el control. Y Kim era una mujer muy versada en todo tipo de dolor sexual. Lo disfrutaba.
– Me sorprende que Reilly tolerara en su entorno a alguien que dijera cosas fuera de lugar.
– Kim no se atrevería a permitir que él se enterara de que había cometido algún error. Puede que ni siquiera recordara haberlo hecho. Confiaba plenamente en la estabilidad del condicionamiento de Reilly y en que no tendría que tener cuidado conmigo. Lleva con él más de diez años.
– ¿Una relación personal?
– Sólo en el sentido de que se retroalimentan. Él le permite tener un cierto poder, y ella hace todo lo que él le dice que haga.
– Pareces recordarlo muy bien -dijo Jane con sequedad-. Ahí no tienes lagunas.
– A Kim le gustaba que estuviera bien despierto y limpio de drogas cuando le tocaba el turno de trabajar conmigo.
– Pero ahora podrás ajustarle las cuentas.
– Sí.
– ¿Sin entusiasmo? Me dijiste que odiabas a Reilly.
– Y lo odio. Aunque ahora no puedo pensar en ello.
– ¿Por qué?
– Se interpondría en mi camino. Cuando pienso en Reilly, se me hace difícil pensar en otra cosa. Tengo que encontrarlo y asegurarme de que no hace daño al señor. -Cambió de tema-. Según el mapa, la siguiente ciudad es Salt Lake. Si dejamos el coche en el aeropuerto, tal vez tarden varios días en encontrarlo. Cogeremos otro coche y haremos lo mismo en…
– Lo tienes todo planeado. -Un atisbo de sarcasmo moduló las palabras de Jane-. Me siento como un chófer.
Jock la miró con inseguridad.
– ¿No crees que debamos hacerlo así?
Ella torció el gesto.
– Por supuesto que sí. Estoy un poco nerviosa. Es una buena idea. Pararemos en Salt Lake. Lo cierto es que me siento un poco más optimista acerca de todo esto, pero sigo sin aprobar tu chantaje. Aunque tengas puesto el automático, tienen muchísima más experiencia en esto que yo. Es algo así como volver las armas de Reilly en contra de él.
Jock sonrió con satisfacción.
– Lo es, ¿verdad? Me hace sentir mejor cuando me acuerdo de eso. -Volvió a bajar la vista al mapa-. Tal vez deberíamos coger un todoterreno con tracción a las cuatro ruedas la próxima vez. En la radio han pronosticado ventiscas en el Noroeste para los próximos días. A la zona donde vamos, las carreteras se ponen difíciles con el mal tiempo.
Un día
– ¿Cuánto falta? -Jane aguzó la vista para ver a través del parabrisas-. Ni siquiera puedo ver la línea blanca de la carretera. -La nieve se arremolinaba sobre el asfalto por delante del todoterreno como un derviche en trance.
– No mucho. -Jock miró el mapa que tenía sobre el regazo-. Unos pocos kilómetros más.
– Esta zona es muy desolada. Llevo más de treinta kilómetros sin ver una gasolinera.
– Así es como le gusta a Reilly. Que no haya vecinos. Que no haya preguntas.
– Trevor me dijo lo mismo sobre la Pista de MacDuff. -Echó un vistazo a Jock-. Pero el otro lado de la moneda es que es difícil encontrar ayuda en sitios tan asilados como este. Me dijiste que me dejarías llamar a la policía o a cualquiera con quien quisiera ponerme en contacto en cuanto llegáramos hasta Reilly. No me dijiste que tendrían que hacerle frente a una tormenta de nieve y a este paisaje inhóspito para llegar hasta aquí.
– No estás siendo justa. No sabía que iba a haber una tormenta. Aunque esto todavía no es una ventisca. Pero las ráfagas han estado yendo y viniendo. Dale otro par de horas. -Sonrió-. Y, por más inteligente que sea, no creo que Reilly tuviera la tecnología para provocarla. Es sólo mala suerte.
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