– ¿Y si no podemos?
Jock meneó la cabeza.
¡Dios santo!, qué tozudo que era. Y Jane se veía incapaz de razonar con él, porque el muchacho sólo veía un camino, un objetivo.
– ¿Qué harías si te digo que no y volviera a entrar en el chalé y le dijera a Trevor y a MacDuff lo que has recordado?
– Si dijeras que no, entonces no estaré aquí cuando vengan a buscarme. -Jock mantenía la vista fija en las cumbres nevadas-. Sé como esconderme en las montañas. MacDuff podría encontrarme, pero ya sería demasiado tarde para todos.
– Jock, no hagas eso.
– Sólo a ti.
Hablaba en serio. Tenía los labios apretado con determinación.
Jane se rindió.
– De acuerdo -dijo secamente-. ¿Cuándo?
– Esta noche. Abrígate. Tal vez tengamos que quedarnos a la intemperie. ¿Puedes conseguir las llaves del coche?
– Me las arreglaré. -Se levantó-. A la una de la madrugada.
Él asintió con la cabeza.
– Eso estaría bien. Y coge una tarjeta de crédito. Necesitaremos gasolina y otras cosas. -La miró fijamente con cara de preocupación-. ¿Estás furiosa conmigo?
– Sí. Y no quiero hacer esto. Tengo miedo por ti. -Y añadió-: Y, ¡maldita sea!, tengo miedo por mí.
– No te ocurrirá nada. Te lo prometo.
– No puedes hacerme ese tipo de promesas. No sabemos lo que va a suceder.
– Pensé que querrías ir. Puedo ir solo.
– No, no puedes. Tengo que aprovechar la oportunidad de agarrarlo. -Jane lo miró por encima del hombro y empezó a recorrer el sendero-. Pero voy a dejar una nota. -Cuando Jock empezó a hablar, lo interrumpió-. No me digas que no. No voy a abandonarlos sin decirles ni una palabra y dejar que se preocupen por nosotros. Eso no te perjudicará. No me has dicho nada de valor.
– Supongo que tienes razón -dijo lentamente mientras empezaba a dirigirse hacia el embarcadero-. No quiero preocupar a nadie.
– Entonces no hagas esto.
Jock no contestó y avanzó por el sendero.
No, no quería preocupar a nadie, pero estaba dispuesto a lanzar un cartucho de dinamita en medio de aquel lío, pensó Jane mientras se dirigía hacia el chalé.
De acuerdo, no podía permitir mostrar su preocupación y nerviosismo. Tenía que quedarse allí fuera un ratito más, y para entonces ya sería hora de irse a la cama. Echó un rápido vistazo hacia el coche aparcado junto al chalé. Sin duda alguien los iba a oír cuando se marcharan de madrugada.
Bueno, entonces sería demasiado tarde para detenerlos.
Tenía que ignorar el arrebato de pánico que le produjo la idea. Al menos estaban haciendo algo para encontrar a Reilly. Jock le había prometido que ella podría pedir ayuda en cuanto llegaran a su destino.
Sí, y también le había prometido que estaría a salvo. No era muy probable. Jock estaría concentrado en atrapar a Reilly, y no en protegerla.
Entonces, tendría que protegerse a sí misma. ¿Y qué diferencia suponía eso? Había cuidado de sí misma toda su vida. De todas formas, Jock no le había sido de mucha ayuda. El muchacho era como una campana que a veces sonaba con nitidez y en otras explotaba con una algarabía atronadora.
Lo único que tenía que hacer ella era concentrarse en evitar que esa explosión la matara.
Lakewood, Illinois
Las cuatro chimeneas de la central nuclear rasgaban el horizonte.
Grozak se paró en un lateral de la carretera.
– Sólo podemos permanecer aquí un minuto. Las patrullas de seguridad hacen la ronda por toda la zona cada treinta minutos.
– No necesitaba ver esto -dijo Cari Johnson-. Todo lo que tiene que hacer es decirme lo que tengo que hacer, y lo haré.
– Pensé que no haría ningún daño. -Y Grozak quería ver la reacción de Johnson ante la visión del lugar donde iba a encontrarse con la muerte. Cuando había recogido a Johnson, el sujeto lo había impresionado. Era un hombre joven de aspecto pulcro, bien parecido, y hablaba con un acento del Medio Oeste. Por supuesto, aquel aspecto típicamente norteamericano estaba bien, aunque a Grozak lo preocupaba: no era capaz de imaginarse a Johnson atravesando aquella verja con el camión-. El camión es una furgoneta de reparto de comida y bebida y acude a la central todos los días a las doce del mediodía. Tiene autorización para entrar, aunque lo registran en cuanto llega al punto de control.
– ¿Está bastante cerca ese punto de control?
– Hay suficiente potencia de fuego para derribar las dos primeras torres. Después de eso, toda la planta saltará por los aires.
– ¿Está seguro?
– Estoy seguro.
Johnson observó con aire pensativo las dos chimeneas.
– Reilly me dijo que la radiación borraría del mapa a Illinois y a Missouri. ¿Es correcto eso?
– Correcto. Y probablemente más que eso.
– Ha de merecer la pena, ¿sabe?
– Le aseguro que lo…
– Si no, Reilly me lo dirá. Dijo que me llamaría.
– Entonces, estoy seguro de que lo hará.
– ¿Le importa si me voy al motel ahora? Reilly me digo que me fuera al motel y me quedara allí.
Grozak arrancó el motor.
– Pensé que debía ver…
– Quería ver si me asustaba. -Johnson lo observaba sin mostrar ninguna emoción-. No tengo miedo. Reilly me enseñó a controlar el miedo. No puedes tener miedo y ganar. Y ganaré, y todos esos bastardos y sanguijuelas perderán. -Se recostó en el asiento y cerró los ojos-. Sólo asegúrese de que esa carga explosiva haga su trabajo.
Tres días
– No enciendas el motor -dijo Jock en voz baja cuando Jane entró en el coche-. Quita el freno, y yo lo empujaré hasta el camino. Puede que pongamos suficiente distancia para que no nos oigan.
– No hay muchas posibilidades. -La noche era tranquila y glacial, así que su aliento salía en vaharadas con cada palabra-. Podemos intentarlo. -Soltó el freno de mano-. Vamos.
No tuvo que decírselo dos veces. Jane sintió que el coche se movía lentamente sobre el hielo que había bajo los neumáticos mientras Jock lo empujaba con cuidado y esfuerzo hacia el camino.
Ninguna señal de agitación en el chalé.
Jane mantenía la esperanza a medias de que alguien los oyera. Quizá, si lo hicieran, Jock renunciara a la idea de…
Llegaron al camino de grava.
Jock estaba jadeando cuando se metió de un salto en el asiento del acompañante, al lado de Jane.
– No aceleres. Despacio. Muy despacio.
El crujido de la grava bajo los neumáticos recordaba al sonido de una pistola infantil de perdigones.
Ninguna señal de vida en el chalé.
¿O sí?
Sí, una luz en una ventana.
– ¡Vamos! -dijo Jock-. Entra en la autovía, pero sal en la primera salida. Esperarán que nos quedemos en ella. Cogeremos otra autovía más tarde.
El móvil de Jane sonó.
Echó una ojeada a Jock y pulsó el botón.
– ¿Qué demonios estás haciendo? -preguntó Trevor-. ¿Y dónde está Jock?
– Sentado a mi lado. -La autovía estaba justo delante de ellos-. Te dejé una nota.
– Vuelve.
– Lee la nota. -Jane entró en la autovía-. Lo siento, Trevor. -Colgó el teléfono.
– Yo también lo siento -dijo Jock con delicadeza mientras alargaba la mano para coger el teléfono-. Quiero confiar en ti, Jane. Te prometo que te devolveré el teléfono cuando lleguemos hasta Reilly.
Ella le puso el teléfono en la mano lentamente. La entrega la hizo sentir muy vulnerable.
– Gracias. -Jock desconectó la alarma y se metió el móvil en el bolsillo de la chaqueta-. Ahora, sal en la siguiente salida.
– ¡Condenada mujer! -La expresión de Mario era tan violenta como el tono de su voz-. Me ha estado engañando.
– Cuida tus palabras -dijo Trevor-. Leíste la nota. Jock no le dejó muchas alternativas. Dijo que nos haría saber algo en cuando haya comprobado la localización de Reilly.
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