– Puede que el informador de Venable este equivocado.
– Y puede que esté en lo cierto. -Se recostó en la silla, intentando procesar esas posibilidades en su cabeza-. Lucerna…
– Jock se reunirá con nosotros en la fuente -dijo MacDuff mientras atravesaba el patio hacia Jane-. ¿Le parece bien?
– Ningún problema. -Ella se sentó en el borde la fuente y abrió el cuaderno de dibujo-. ¿Cuándo va a venir?
– Dentro de unos minutos. Está regando las plantas. -Arrugó la frente-. ¿Qué está haciendo?
– Haciendo un boceto de usted. Detesto perder el tiempo. -Su lápiz se movió con rapidez sobre la hoja-. Tiene una cara muy interesante. Rasgos muy marcados, excepto la boca… -Añadió unos pocos trazos a los pómulos-. Sabía que me recordaba a alguien. ¿Ha visto alguna vez el programa ese de televisión, Highlander?
– No, me ahorré ese trago.
– Se parece al actor que interpretaba al protagonista.
– ¡Oh, Dios!
– Era muy bueno. -Jane sonrió tímidamente, sin saber muy bien lo lejos que podía llevar aquello-. Y guapo, muy guapo.
MacDuff no mordió el anzuelo.
– Se suponía que era a Jock a quién tenía que dibujar.
– Estoy soltando la mano. Es como hacer estiramientos antes de correr. -Hizo una pausa-. A propósito, Trevor me llevó a la Pista anoche.
– Lo sé.
– ¿Cómo lo supo?
El hombre no respondió.
– Ah, claro, Trevor me dijo que tenía a su gente por todo el castillo. -Su mirada se centró en el dibujo-. Debe resultarle difícil tener que alquilar este lugar. Yo me crié en la calle, y allí nunca ha habido un lugar al que pudiera considerar realmente como propio. Pero anoche, durante unos minutos, pude imaginarme cómo sería eso. -Levantó la vista del cuaderno-. Creo que también le pasó a Trevor. Esa es la razón de que le guste tanto la Pista.
MacDuff se encogió de hombros.
– Entonces, debería disfrutar de ello mientras pueda. Le voy a devolver el alquiler.
– ¿Cómo?
– Como pueda.
– Pero Trevor dijo que su familia no podía permitirse no alquilar el lugar.
– Entonces esa es la manera de recuperarlo, ¿no?
– ¿Con el oro de Cira?
– El oro parece ser el objetivo de todos nosotros. ¿Por qué habría de ser diferente en mi caso?
– ¿Esa es entonces la razón de que esté preocupado por Grozak?
– ¿Qué le dijo Trevor?
– Me dijo que le preguntara a usted.
Él sonrió débilmente.
– Me alegro de que mantenga su palabra.
– Yo no. Quiero saber cómo se ha involucrado usted. ¿Es sólo por el oro?
MacDuff no respondió directamente.
– El oro debería ser suficiente para motivar a cualquier hombre, en especial a uno que necesita el dinero de manera tan desesperada como yo. -Miró más allá del hombro de Jane-. Aquí viene Jock. -Torció el gesto-. Procure evitar insultarme cuando esté delante. Será más saludable para todos.
Jane se volvió para ver al chico que se acercaba a ellos. Estaba sonriendo, y había un atisbo de entusiasmo en su expresión. ¡Por Dios, qué cara…! -Volvió automáticamente la hoja del cuaderno-. Buenos días, Jock. ¿Has dormido bien?
– No. Tuve sueños. ¿Tú tienes sueños, Jane?
– A veces. -Empezó a dibujar. ¿Sería capaz de captar la expresión de angustia que anidaba detrás de aquella sonrisa? ¿Y era eso lo que quería? La vulnerabilidad del muchacho casi se podía tocar, y reproducirla era casi una intromisión-. ¿Fueron malos sueños?
– No tan malos como antes. -El muchacho estaba mirando a MacDuff, y la devoción que apareció en su expresión hizo que Jane meneara la cabeza de asombro-. Están mejorando, señor. De verdad.
– Deberían -dijo MacDuff con brusquedad-. Ya te dije que es sólo cuestión de voluntad. Utilízala. -Se sentó en el borde de la fuente-. Ahora, para de lamentarte y deja que la mujer te dibuje.
– Sí, señor. -Jock miró a Jane-. ¿Qué hago?
– Nada. -Jane bajó la vista al cuaderno-. Actúa con naturalidad. Háblame. Háblame de tus flores.
– Buenos días -dijo Jane cuando entro en el estudio de Mario llevando una bandeja-. ¿Cómo te encuentras hoy? -Meneó la cabeza cuando vio el montón papeles que había encima de la mesa de Mario-. Diría que o te has quedado trabajando hasta tarde o has empezado temprano. Sea lo que sea, puedes parar un instante para tomarte un café y algunas tostadas.
Mario asintió con la cabeza.
– Gracias. En realidad no he dormido mucho esta noche y puede que haya tomado ya demasiado café. -Alargó la mano para coger la jarra-. Lo cual no significa que no vaya a tomar un poco más.
Jane estudió su expresión.
– Estás enfrascado.
– Vuelve a estar interesante. -Le dio un trago al café-. Hay horas en que no hay más que un doloroso descifrar, y entonces se empieza a abrir para mí. -Sonrió con entusiasmo-. Como el telón que se abre en un teatro cuando va a empezar la obra. Es algo excitante…
– Ya lo veo. -Se dirigió a su sillón del rincón y se sentó-. Pero si empiezas a hacer comparaciones con el teatro y las obras, es que has estado traduciendo demasiado a Cira.
Mario echó una ojeada a la estatua, situada al lado de la ventana.
– Nunca hay demasiado sobre Cira. -Miró la fotocopia que tenía en la mesa delante de él-. Tengo que avisar a Trevor. Creo que puedo haber encontrado una referencia a lo que está buscando.
– ¡Ah!, ¿al oro?
– Sí, algo que tiene que ver con el oro. -Arrugó el entrecejo-. No, esperaré a terminar la traducción. Tengo que volver a revisar las notas que tuve que hacer. He de asegurarme de que…
– El correo. -Trevor estaba en la entrada con un paquete pequeño y dos cartas en las manos-. Para ti, Mario. Acaba de traerlo un mensajero especial. -Se dirigió a la mesa-. ¿A quién conoces en Lucerna?
El tono de Trevor carecía de expresión, pero de repente Jane se percató de la tensión que subyacía en su comportamiento.
– ¿En Lucerna? -La mirada de Mario se centró en el correo que Trevor había colocado delante de él-. ¿Es para mí?
– Eso es lo que he dicho. -Trevor apretó los labios-. Ábrelo.
A Jane le recorrió un escalofrío. Sabía lo cuidadoso que era Trevor en todo lo relacionado con la seguridad. No le gustaba aquello. Algo pasaba.
– ¿Lo has comprobado?
– Pues claro que lo he comprobado. -En ningún momento dejó de mirar fijamente a Mario-. No contiene ninguna bomba. Ni pólvora.
– ¿Entonces por qué estás…? -Jane se interrumpió mientras observaba a Mario abrir la carta y empezar a leerla.
– O quizá sí que haya una bomba -murmuró Trevor.
Jane sabía a qué se refería. La perplejidad y el horror paralizaron la expresión de Mario mientras su mirada recorría a toda prisa la hoja.
– ¿Qué pasa, Mario?
– Todo. -Levantó la vista-. Todo. ¿Cómo pudiste hacer esto? ¿Por qué no me diste las otras cartas, Trevor?
– ¿Qué cartas? -preguntó Trevor.
– Tengo que ver la cinta. -Mario rasgó frenéticamente el envoltorio del paquete y sacó una cinta negra de VHS-. ¿Dónde hay un reproductor de vídeo?
– En la biblioteca -dijo Trevor-. Iré contigo y la pondré.
– No, iré solo -dijo Mario entrecortadamente-. No quiero tu ayuda. -Salió corriendo de la habitación.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Jane mientras se levantaba.
– No lo sé, pero tengo intención de averiguarlo. -Atravesó la habitación hacia la mesa y cogió la carta.
Jane arrugó la frente.
– Eso es una violación de la intimidad.
– Denúnciame. -Trevor ya estaba leyendo la carta-. Tengo el pálpito de que de todas formas el contenido va dirigido a mí. Mario estaba… ¡Mierda! -Arrojó la carta a Jane y se dirigió a la puerta-. Léela. Hijo de puta…
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