– He visto a demasiados presos maltratados por otros presos, y sé que no hay ninguna celda de seguridad que sea del todo segura -admitió Joe, mientras se ponía rápidamente la chaqueta-. Y Sanborne tiene dinero suficiente para actuar como si fuera Dios. -Fue hacia la puerta y se detuvo-. Ahora nosotros cogemos el relevo. Será un alivio volver a encontrarse en terreno conocido.
– Gracias, Joe.
– No me des las gracias a mí. Ya sabes que no quería que volvieras con MacDuff. Tenía que venir para asegurarme de que no te pasara nada.
– Mentiroso. Querías asegurarte de que no le pasara nada a ese niño.
– Eso también -dijo él, encogiéndose de hombros-. Y Eve jamás me habría perdonado si os hubiera dado la espalda a cualquiera de los dos. Nos encontraremos abajo en quince minutos. Ve a buscar a Michael. Le diré a Campbell que haga algo para ganar tiempo.
Jane subió las escaleras a toda prisa y abrió de golpe la puerta de la habitación de Michael.
– Michael, despierta -dijo, sacudiéndolo suavemente-. Tenemos que irnos.
Michael abrió los ojos adormecidos.
– ¿Mamá? -dijo, y se despejó al ver a Jane-. ¿Mamá está bien?
– Está perfectamente. Acabo de hablar con ella. Pero ahora tenemos que irnos de aquí. -Jane fue hacia el armario y le lanzó unos pantalones vaqueros y una camisa-. Date prisa. Joe ha dicho que tenemos que salir de aquí enseguida.
– ¿Por qué? -Michael empezó a vestirse a toda prisa-. Creí que nos quedaríamos para…
– Yo también lo creía -dijo Jane, mientras metía unas mudas de ropa en la mochila de Michael. Con eso bastaría. Miró por la ventana. Los faros de los coches estaban más cerca. Esperaba que el cálculo de Joe fuera correcto-. Las cosas no han salido así. Si queremos mantener a salvo a tu mamá, tenemos que mantenerte a salvo a ti. Y eso significa que tenemos que hacer lo que tenemos que hacer. -Abrió la puerta y le hizo un gesto con la cabeza-. Venga. Nos vamos de viaje. Joe nos espera.
Michael ya bajaba corriendo por las escaleras.
– ¿En el coche?
Ella iba detrás. Vaya, sí que le costaba seguirle el ritmo, pensó. Había olvidado lo rápido que podía moverse un niño.
– No, no vamos en el coche.
Él volvió la mirada por encima del hombro.
– ¿No? ¿Cómo?
Ella bajó la voz, con un histriónico gesto de complicidad.
– Ya lo verás. Es un túnel secreto. ¿No te parece emocionante?
– ¿De verdad? -preguntó él, con los ojos muy abiertos.
Quizá Michael fuera un niño maduro para su edad, pero era evidente que la perspectiva de lo misterioso lo atraía. Cualquier niño se sentiría intrigado.
– De verdad. Pero tienes que guardar silencio y hacer todo lo que te diga. -Jane miró por la ventana del rellano. Maldita sea, las luces se iban acercando.
Alcanzó a Michael y le cogió de la mano. Abrió la puerta de un tirón. Joe estaba en el patio hablando con Campbell.
– Ya llega el momento -dijo Joe, con voz grave-. Vamos, Campbell. Entretenlos durante al menos cinco minutos. Ruego a Dios que sea suficiente.
Sophie intentó llamar a MacDuff cuatro veces después de intentar comunicarse con Jane.
Él tampoco contestaba. Maldita sea.
– ¿Qué diablos está pasando? -preguntó, y llamó a Jock. Tampoco contestó.
El pánico se apoderó de ella.
– ¿Qué habrá pasado con Michael? Tendría que haberle dicho a Jane que lo sacara de ahí.
– Tranquila -dijo Royd-. MacDuff y Jock deberían llegar en cualquier momento.
– Entonces, ¿por qué nadie contesta? Vaya con la tecnología. -Volvió a llamar a Jane, sosteniendo el móvil con mano temblorosa-. Lo han apagado. No hay buzón de voz. El maldito aparato está apagado.
– Eso no significa que Jane no haya tenido una buena razón para apagarlo.
– Lo sé.
MacDuff entró en el parking del Wal-Mart veinte minutos más tarde y Sophie cruzó la distancia que los separaba antes de que él y Jock bajaran del coche.
– ¿Por qué no ha contestado al móvil? ¿Sabe qué está pasando en el castillo?
– La respuesta a la primera pregunta es que estaba ocupado. Tenía que hacer unas llamadas. La respuesta a la segunda pregunta es que en el castillo no ocurre nada en este momento. -MacDuff abrió la puerta del coche y bajó-. Salvo que hay un buen número de funcionarios muy alterados inspeccionando mi propiedad e intentando encontrar a su hijo.
– No lo encontrarán, Sophie -aseguró Jock con voz serena mientras bajaba del lado del pasajero-. Jane lo ha sacado del castillo y ahora van camino a la pista de aterrizaje en las afueras de Aberdeen.
Sophie sintió que el alivio era tan intenso que la mareaba.
– ¿Has hablado con ella?
– No teníamos alternativa -dijo MacDuff, con una mueca-. En cuanto estuvieron a una distancia segura con el niño me llamó hecha una fiera para reprocharme que me hubiera marchado justo cuando necesitaban ayuda para huir de mi «magnífico castillo». Luego me ordenó que hiciera lo necesario para que pudieran viajar a Atlanta y para asegurarme de que el niño estaba protegido adecuadamente hasta que embarcara.
– ¿Y se ha asegurado?
– Por eso estaba ocupado el teléfono -dijo Jock-. Tuvimos que hacer unas cuantas llamadas y otros tantos arreglos, pero lo conseguimos -explicó, y miró su reloj-. Deberían de estar a punto de embarcar en una hora y media. Me llamarán en cuanto despegue el avión.
– Bien. -Sophie sintió que las piernas le flaqueaban y se apoyó en el coche. Esa hora y media sería una eternidad-. Atlanta. Eso queda muy cerca de aquí. ¿Cree que podría verlo?
– Quizá. Lo pensaremos -dijo Royd, que se acercaba por detrás.
– Quiero verlo. -Sophie lanzó una mirada a Royd-. ¿Crees que seguirá corriendo peligro?
Él no contestó a la pregunta directamente.
– Creo que Franks no se dará por vencido. Sanborne no se lo permitirá. -Se volvió hacia MacDuff-. ¿Os habéis deshecho del cuerpo de Devlin?
El escocés asintió con un gesto de la cabeza.
– Es una de las llamadas que he hecho. Mandarán a los chicos a encargarse de la limpieza.
– ¿Ningún problema?
– Devlin ya tenía un expediente muy abultado antes de que Sanborne lo llevara a Garwood. Están dispuestos a cooperar por ahora. En la CIA se han mostrado muy preocupados al enterarse de lo ocurrido con esos hombres que fueron sometidos a un lavado de cerebro en las instalaciones de Thomas Reilly, donde recluyeron a Jock antes de enviarlo a Garwood. No quieren tener a un montón de hombres bomba deambulando de un lado a otro del país… ¿Por qué quieres que Devlin desaparezca?
– Puede que nos convenga que Sanborne ignore que nos hemos enterado de la existencia de Gorshank.
– ¿Por qué?
– Nos dará un margen de tiempo. Si no nos hemos enterado de lo de Gorshank, no nos hemos enterado de los documentos que he encontrado en su mesa.
– ¿Documentos?
– Planos de una planta depuradora de aguas. -Sonrió-. En una isla llamada San Torrano, frente a la costa de Venezuela.
– Al final, lo has encontrado -murmuró Jock-. Vaya golpe de suerte.
– ¿Sigues con ganas de ir a por Sanborne? -preguntó Royd a MacDuff-. Devlin era tu objetivo, y ha muerto.
– No me gusta que te me hayas adelantado y matado al cabrón -dijo MacDuff, con voz grave-. Ya lo creo que voy a por Sanborne. Mandó a Devlin a matar y mutilar y luego consiguió que la policía de mi propio país se volviera contra mí -dijo, entre dientes-. Y no me agrada que pisoteen mis dominios. Tendrán que mantenerse alejados de las tierras de MacDuff.
– Ahí tienes tu respuesta -dijo Jock, mirando fijo a Royd-. Y sospecho que ya tienes alguna idea acerca de cómo quieres utilizarnos.
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