– ¿Dónde? Royd la sacará de ahí en cuestión de minutos.
– Puede que dejen alguna clave de hacia dónde se…
– No puedo seguirla por todo el país. Tengo que echarle el guante ahora mismo.
– ¿Por qué no mandamos a Devlin a Florida? Si tiene un punto de partida, debería poder seguirles la pista. Tú te has asegurado de convertirlo en un experto.
– No, no quiero desperdiciar… -calló, pensando en ello. Maldita sea, él quería atraer a aquella mujer hacia su bando. Era una posibilidad remota, pero siempre era preferible contar con trabajadores bien dispuestos en lugar de obligados. Era una verdad que había aprendido con los experimentos en Garwood. Existía la posibilidad de que Sophie se sintiera atrapada porque la buscaba la policía. Era evidente que no estaba lo bastante asustada-. Sí, llamaremos a Devlin. Tengo que hablar con él.
– Cuéntame -dijo Royd, en cuanto cogieron la autopista-. ¿Qué crees que se trae entre manos Sanborne? Has dicho que no quería deshacerse de ti.
– Estoy segura de que, a la larga, lo deseará. Pero, por ahora, no. -Sophie frunció el ceño, intentando recordar las palabras y los matices de aquella conversación-. En realidad, quería que me uniera a su pandilla de matones. ¿Te imaginas el ego de ese hombre? ¿Acaso pretende que ignore todo lo que ha hecho?
– No es su ego. He estudiado la psicología de Sanborne desde que escapé de Garwood, y diría que le falta algo.
– ¿La conciencia?
– Ni siquiera eso. Sanborne no tiene emociones, tal como las perciben otras personas. Finge tenerlas, pero no las tiene. Es un hombre inteligente, sabe apreciar la belleza y disfruta de la sensación de poder, pero en realidad no entiende el dolor y el odio que provoca porque él mismo no los siente. Puesto que conoce la sed de poder, no alcanza a entender por qué no decides ignorar todo lo que ha hecho para herirte si te ofrece suficiente dinero a cambio. -Royd se encogió de hombros-. Tú eres la psicóloga. Es probable que sepas cuáles son los términos técnicos.
– Lo has explicado muy bien. -Tenía sentido. Sophie había estado tan llena de odio y culpa, tan obsesionada con la intención de librar al mundo de Sanborne y del REM-4 que nunca se había tomado el tiempo para analizar a la persona. Sin embargo, cuando pensaba en todos sus encuentros con Sanborne, veía las señales-. Y ése es precisamente el motivo por el que no tiene escrúpulos cuando se trata de darle ese uso al REM-4.
– Es lo que sospecho. Desde luego, es posible que Sanborne sea tan sólo un pobre hijo de perra. A mí me da igual. Aprendí a entender quién era para aumentar mis posibilidades de destruirlo. Me da igual que sea un maniático. No pretendo curarlo sino eliminarlo -calló un momento-. Sin embargo, ¿por qué te presiona ahora? Me habías dicho que en el pasado ya intentó persuadirte, pero cuando te negaste, él decidió seguirte el rastro con sus perros. Ahora, de pronto, da marcha atrás. Puede que sencillamente quisiera ganar tiempo mientras localizaba la llamada. ¿Estás segura de que lo has entendido bien?
– ¿Cómo puedo estar segura? -Sin embargo, luego pensó que estaba casi segura. Y tenía que haber un motivo-. Gorshank.
– ¿Qué?
– Te había dicho que las ecuaciones eran brillantes, pero no conseguía entender cómo había llegado a ciertos resultados.
– Dijiste que necesitabas tiempo para estudiarlo.
– Pero ¿qué pasaría si su trabajo fuera defectuoso? ¿Qué pasaría si hubiera algunos agujeros?
– Entonces tendrían que remediarlo, y hacerlo rápido. Consiguiendo a la persona que conoce la fórmula original.
Ella asintió con un movimiento de la cabeza.
– Y necesitan eso más que eliminarme para siempre. Es sólo una suposición, pero tiene…
Sonó su teléfono.
– ¿Debería contestar?
– Si es breve.
Sophie pulsó la tecla para responder.
– Gorshank se encuentra en Charlotte, Carolina del Norte -dijo MacDuff-. Tres veintiuno, Ivy Street.
Sophie puso el móvil en modo altavoz para que Royd pudiera oír la conversación.
– ¿Cómo lo han encontrado?
– Transfirió una importante suma de dinero a un banco ruso para pagarle una deuda a la mafia. Jock y yo haremos un trasbordo en el aeropuerto Kennedy y nos dirigiremos enseguida a Charlotte.
– ¿Cuándo llegaréis?
– Otras siete horas.
Royd negaba con la cabeza.
– Si Gorshank corre peligro, podría ser demasiado tarde. No hay una gran diferencia, pero nosotros podemos llegar antes. Os llamaremos cuando hayamos establecido contacto. -Colgó antes de que MacDuff pudiera contestar-. Iremos a Daytona, donde cogeremos un avión hasta Charlotte.
– ¿Correr peligro?
– Si los resultados de Gorshank no dejan satisfecho a Sanborne, ya no le servirá para gran cosa.
– Y será una carga y una amenaza -dijo Sophie, llevando la idea un paso más allá-. Como todos los otros científicos relacionados con el proyecto, que él despidió y que, supuestamente, fueron exterminados por sus gorilas -Enseguida miró a Royd-. Puede que sea demasiado tarde.
Éste asintió con un gesto.
– Esperemos que Sanborne mantenga vivo a Gorshank hasta que encuentre una manera de dar contigo. Tiene que haber tenido algo de confianza en él o no lo habría puesto en nómina.
Ella negó sacudiendo la cabeza con gesto de escepticismo.
– No lo sé. Sanborne es un hombre totalmente implacable. Para él, todo es blanco o negro. Si cree que Gorshank lo ha embaucado, no le dará una segunda oportunidad.
– Entonces puede que nuestro esfuerzo no valga de nada. -Royd pisó el acelerador-. Pero no pienso perderme la oportunidad de encontrar a Gorshank. Él tiene que saber dónde está situada la isla y quizá algo acerca de las defensas que la rodean. -Apretó los labios-. Si está vivo, hablará.
El 321 de Ivy Street era una casa apartada del camino y rodeada de álamos blancos que proyectaban su sombra sobre el porche de la pequeña construcción de tablilla gris. La casa estaba a oscuras, pero había una luz que parpadeaba en la habitación a la izquierda de la puerta, probablemente el reflejo de un televisor. Gorshank se había convertido en un gran amante de la televisión desde su llegada a Estados Unidos. Cuando no estaba ante su mesa en el despacho, se instalaba frente al televisor a ver Los Simpson o CSI o cualquier otra serie.
Devlin había estudiado los informes de vigilancia de Gorshank que le había entregado Sanborne, si bien no era necesario. El científico era un hombre de hábitos inflexibles y estaba entregado a una multitud de excesos que lo convertían en un ser lamentablemente vulnerable. Demasiado vulnerable. Devlin se impacientó al saber que Sanborne lo mandaba allí, cuando podría haber ido en busca de Royd. Eso sí habría sido un verdadero desafío.
Sin embargo, tenía que mantener un perfil bajo después del festín que se había dado en las tierras de MacDuff. Nada de discusiones ni de intentos de manipulación durante un tiempo. Además, matar a un imbécil como Gorshank sería un placer. Los imbéciles lo irritaban.
Comprobaría las puertas y encontraría una manera de entrar en la casa. Gorshank estaría sentado en su silla con su lata de cerveza y Devlin lo tendría en sus manos antes de que se percatara de lo que ocurría. Cuando lo tuviera a su merced, decidiría si lo despachaba enseguida o si se tomaba su tiempo.
Aquello sería como quitarle un caramelo a un niño.
– Quédate aquí. -Royd estacionó junto al bordillo-. Voy a comprobar el lugar.
Sophie vio la luz parpadeante que brillaba en una de las ventanas de la casa. Era una visión común a la mitad de las casas en esa ciudad. No había nada que temer.
Entonces, ¿por qué estaba tan tensa, como si esa luz del televisor fuera un mal presagio?
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