– Eso queda entre vosotros dos -dijo Royd, y empezó a bajar las escaleras-. Dejaré que tú misma libres esa batalla.
– Gracias. -Su tono era irónico-. Eres demasiado amable.
– Eso es lo que quieres de mí, ¿no? -preguntó él, con voz seca-. No quieres que vaya y me cruce en tu camino. Predicas mucho y dices que es bueno que las personas se ayuden, pero eres tan mala en eso como yo. Te han herido tan profundamente que crees que yo haré lo mismo. Pues puede que te haga daño, pero no si puedo impedirlo. Y mataré a cualquiera que se atreva a hacerte daño. Maldita sea, sí, mataría por ti. Te guste o no te guste.
Ella se detuvo para mirarlo, desconcertada por aquel brote de sinceridad.
– ¿Demasiado fuerte para ti? -Royd apartó la mirada y siguió escaleras abajo-. Mala suerte, tendrás que tragártelo. Tenía que decirlo. He sido jodidamente diplomático, y se me empezaba a pegar en la garganta.
– ¿Diplomático? ¿Tú?
– Claro que sí -dijo él, ceñudo-. Y si pretendes venir a ver a MacDuff conmigo, te sugiero que lo hagas ya. -Se dirigió hacia el pasillo que conducía a la biblioteca.
Ella siguió bajando lentamente. Que tío más rudo y mandón. Debería estar enfadada. Royd había tenido una actitud desagradable y crítica, y hasta amenazante.
Pero la amenaza no era contra ella. Dios, había ofrecido matar por ella.
Y lo decía en serio.
– Date prisa -dijo Royd, mirando hacia atrás.
Ella obedeció instintivamente. Royd tenía razón. Tenían que explicar aquel desastre a MacDuff y ver si él podía ayudarlos. No era el momento indicado para pensar en el enigma que era Matt Royd.
– Gorshank -repitió MacDuff-. ¿Ninguna inicial? ¿Ningún nombre?
– Sólo el apellido -dijo Sophie-. Esta tarde he intentado buscar Gorshank en Internet en diversas universidades y organizaciones científicas. Nada.
– ¿Es posible que se trate de un científico de Estados Unidos? -preguntó MacDuff.
Ella asintió.
– Es posible. Pero también he comprobado las organizaciones internacionales. No hay ningún Gorshank.
– Hay muchos científicos del este de Europa que trabajaban en el bloque soviético en algunos proyectos muy peligrosos. No se les solía estimular para que se dieran a conocer como científicos ni para que dieran a conocer sus trabajos -explicó Royd-. Después del colapso del régimen, se instalaron por todo el mundo.
– Si él forma parte de ese grupo, estará en la lista de alguien -dijo MacDuff-. Es probable que en la CIA o en el Departamento de Estado. Conozco a unas cuantas personas. Veré qué puedo hacer.
– ¿Cuánto tardarás?
Él se encogió de hombros.
– Eso me gustaría saber a mí. Aunque lo identifiquen, puede que no lo encuentren. Quizá ya haya viajado a esa isla.
– Esperemos que Sanborne no lo necesite antes de que lleguen -dijo Sophie-. Son muy cautelosos con la fórmula del REM-4 y no querrán correr el riesgo de que un científico que conoce la fórmula sea reclutado por uno de sus clientes.
– Esperanza es la palabra -dijo MacDuff-. Me pondré a ello de inmediato. No…
Lo interrumpió el teléfono de Royd.
– Perdón -dijo éste, y pulsó una tecla-. Royd. -Se quedó escuchando-. Mierda. No, ya sé que no podías evitarlo. No pierdas la esperanza. Llámame cuando llegues a puerto. -Colgó-. Kelly ha perdido al Constanza.
– No -murmuró Sophie.
– Se vio atrapado en una tormenta. Tiene suerte de haber salvado el pellejo. Pero no había manera de conocer el rumbo del Constanza. Cuando logró dejar atrás la tormenta, había desaparecido.
Sophie se hundió en su silla.
– ¿No hay manera de seguirles la pista?
– Si tuviera un radar moderno, quizá tendría alguna posibilidad. Pero cuando alquiló la lancha, no hubo tiempo para especificar nada más que la rapidez. Tenía que moverse o los perdería. -Royd se volvió hacia MacDuff-. Así que será mejor que te pongas a trabajar y nos des otra pista para seguir. -Acto seguido, se incorporó-. Y yo me voy. No pienso estar en el lado equivocado del Atlántico cuando me llames y me digas dónde puedo encontrar a Gorshank o esa isla -añadió, y salió de la biblioteca.
– Usted quiere ir con él -dijo MacDuff, que escrutaba el rostro de Sophie.
– Tengo que ir con él. -Sophie apretó las manos-. Fui yo quien abrió esta olla de grillos. Yo tengo que cerrarla.
MacDuff asintió con un movimiento de la cabeza.
– ¿Y Michael? -preguntó.
– Claro que se trata de Michael. No lo dejaré si ni usted ni Jock están aquí. A menos que haya cambiado de parecer.
– No, me marcho en cuanto acabe el trabajo que usted me ha asignado -dijo, y siguió un silencio-. Pero puede que tenga una solución.
– ¿Una solución?
– Tengo una amiga que viene en camino. Debería llegar en las próximas horas.
– ¿Una amiga?
– Jane MacGuire. Viene con su padre adoptivo y estarán aquí todo el tiempo que haga falta.
– ¿Por qué debería confiar en ella?
– Porque yo lo hago. -MacDuff sonrió-. Y porque su padre es inspector del Departamento de Policía de Atlanta y uno de los hombres más inteligentes y duros que podría esperar.
– ¿La policía? ¿Se ha vuelto loco? Se llevarán a Michael y lo dejarán en un hogar. Ellos creen que soy una maniática homicida.
– He explicado la situación. Joe Quinn piensa más allá y reconoce que las cosas no siempre son lo que parecen. También ama a Jane y confía en ella. Si Joe se compromete, estará ahí hasta el final. Dejaré aquí a Campbell y a varios hombres con instrucciones de obedecerle. No habrá problemas.
Sophie seguía dudando. Un policía de la confianza de MacDuff. Sonaba seguro para Michael.
– No lo sé…
– Jane MacGuire es una mujer muy fuerte, muy inteligente y tiene buen corazón -aseguró MacDuff-. Me recuerda un poco a usted. Por eso pensé en ella. Además de ser una chica dura, creció en una docena de hogares de acogida antes de ser adoptada. Sabe lo que es estar sola y ser objeto de abusos. También sabe defenderse. A Michael le gustará, y no puedo pensar en nadie que pueda lidiar con sus problemas psicológicos mejor que Jane -afirmó. Y luego sonrió-. Aunque no sé si sabe jugar al fútbol. Eso podría echar a perder el trato.
– ¿Está seguro de que Michael estará…?
– Estará seguro -afirmó MacDuff-. Se lo juro. Estará a salvo y bien cuidado. Jane se ocupará de eso. Es lo más indicado. Usted puede irse con la conciencia tranquila, lo digo en serio.
Sophie le creyó.
– Quiero hablar con ella y con su padre.
– Será mejor que sea por teléfono -dijo MacDuff-. No creo que Royd vaya a esperar.
– Esperará -dijo ella, con gesto sombrío-. Aunque tenga que atarlo. Tengo que hablar con Michael y luego llamar a su Jane MacGuire. Puede que también quiera hablar con Joe Quinn. Pero no lo dejaré partir sin mí.
– No le será fácil. Creo que Royd no quiere más que una excusa para sacarla a usted de la foto.
– ¿Por qué cree eso?
Él se encogió de hombros.
– ¿Intuición? Puede que Royd esté en esa peculiar posición del que se encuentra entre la espada y la pared. Debe de ser muy desconcertante para alguien tan centrado en una sola cosa como él. No quiere que usted acabe herida, pero también existe la posibilidad de que usted le ayude a dar con Sanborne.
– Créame, Royd no es lo bastante blando como para dejar que las emociones influyan en la lógica.
Mataría por ti.
– Acaba de pensar en algo -dijo MacDuff, que escrutaba su expresión-. No quiero insinuar que Royd sea un blando. Pero pienso que responde a un estímulo que no guarda relación con la venganza que hasta ahora lo ha inspirado. Puede que eso tienda a convertirlo en un hombre impredecible.
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