Él se la quedó mirando, como atontado. Y, de pronto, estalló en una risa sonora.
– Dios, es usted una mujer formidable.
– No, no lo soy. Soy una blanda, ¿recuerda? -replicó Sophie.
Y salió dando un portazo.
– ¿El chico sigue durmiendo? -preguntó MacDuff cuando vio que Jock bajaba por la escalera.
– Debería seguir durmiendo un rato. Estaba agotado, pero tan tenso que no ha conseguido dormirse hasta casi las tres de la madrugada.
– ¿Puedes venir a dar un paseo conmigo? Tenemos que hablar.
Jock dijo que no con un gesto de la cabeza.
– No puedo dejar a Michael, ni siquiera por un momento. Se lo prometí a Sophie.
– Te he facilitado ese receptor inalámbrico que llevas en la muñeca.
– Pero si el chico tiene uno de sus terrores y sufre una apnea y yo estoy a más de diez minutos, ya tenemos un niño muerto.
– Te entiendo -dijo MacDuff-. Salgamos al patio. Ahí estaremos sólo a tres minutos de cualquier habitación del castillo.
– Tú deberías saberlo. Te conocías hasta el último rincón cuando pequeño.
– Y tú nunca me hiciste sentirme inferior porque mi madre fuera el ama de llaves -dijo Jock, mientras seguía a MacDuff hacia el patio-. Jamás se me ocurrió que pudieras ser todo un cabrón, hasta que salí al mundo real.
– Éste es el mundo real, Jock.
Jock miró las torretas del castillo.
– Para ti. Es parte de tu sangre y de tus huesos. Tú vives para este lugar. Para mí, es un recuerdo agradable y el hogar de mi amigo.
– También debería ser tu hogar.
Jock sacudió la cabeza.
MacDuff guardó silencio un momento y miró hacia la explanada que daba al mar.
– Quiero que te quedes. Antes te dejé ir porque sabía que tenías que tomar distancias conmigo. Tenías la impresión de que te colmaba de atenciones porque… porque no estabas en tus cabales.
Jock soltó una risilla.
– Querrás decir que estaba loco.
– Digamos que pasabas por periodos de desorientación -dijo MacDuff, sonriendo-. Periodos de descontrol.
– Loco -repitió Jock-. No creas que hieres mis sentimientos. Todavía tengo momentos en que no controlo del todo bien. -Miró fijo a MacDuff-. Pero son momentos que se dan cada vez con menos frecuencia. Y no necesito estar aquí, bajo tu ojo vigilante. Ya has invertido suficientes esfuerzos y preocupaciones en mí.
– Chorradas. No será demasiado esfuerzo hasta que estés completamente sano y restablecido -dijo MacDuff, y siguió una pausa-. ¿Qué pasaría si te dijera que, por el contrario, soy yo el que te necesita?
– No te creería. Como tú mismo has dicho, cada cual aplasta sus propias cucarachas.
– Por amor de Dios, tú vales más para mí que un maldito exterminador de bichos. Tienes un cerebro.
– ¿Crees que no hace falta un cerebro para ser un exterminador?
– Jock.
– De acuerdo. Dime cómo quieres que ponga a trabajar mi bonito cerebro.
– Todavía no he encontrado el oro de Cira.
– ¿El oro de Cira? -Jock rió por lo bajo-. ¿Vuelves a hacer planes para buscar ese tesoro familiar perdido hace siglos?
– Nunca he dejado de hacerlo. He seguido buscando, con interrupciones, durante el último año. No pienso ceder el Castillo de MacDuff al National Trust. Es mío.
– Y el oro de Cira podría ser un mito.
– Entonces, quédate por aquí y lo averiguaremos juntos. Es toda una aventura, Jock. -MacDuff bajó la voz para atraer a Jock-. He buscado por casi toda la propiedad. Necesito una mente fresca y una perspectiva nueva para encontrar una nueva vía.
Jock se sintió tentado. MacDuff de verdad sabía pulsar las cuerdas indicadas.
– Quieres distraer mi atención de Sophie y el chico.
– En parte. Pero te necesito de verdad. Tú eres como de la familia, y sólo confiaría en la familia para encontrar ese arcón de oro. No tiene precio, y ya sabes que no soy un hombre confiado. Ayúdame, Jock.
– Me lo pensaré.
– Sí, piénsatelo -dijo MacDuff, dándole unos golpecitos en el hombro-. No hay ninguna necesidad de que vuelvas a Estados Unidos. Cuidaremos del niño hasta que pueda volver con seguridad. Y seré yo mismo quien se lo devuelva a su madre. -Vio que la expresión de Jock cambiaba y se encogió de hombros-. Vale, lo puedes llevar a casa. Sólo te pido que después des media vuelta y regreses en el primer avión.
– Creo que vas un poco demasiado lejos.
– Más que un poco. ¿Alguna vez me has visto adoptar medidas a medias?
– Nunca -dijo Jock, y dejó de sonreír-. Pero puede que con Michael tengamos que pensar en algo más que en simplemente esperar. Puede que te haya traído problemas con Sanborne. Estuve pensando cuando venía en el avión que el ex marido de Sophie sabía de mi existencia. Michael le dijo que era un pariente, pero ahora Edmunds sabe mi nombre. Lo que Edmunds sepa lo puede averiguar Sanborne.
– Eso lo veremos cuando ocurra.
– Sanborne es un hombre muy poderoso.
– Aquí, no. En mi propiedad, no. No entre mi gente. Déjalo que venga.
Jock rió. Era una respuesta tan característica de MacDuff que le procuraba una sensación de cálida acogida en casa.
– ¿Entonces entiendo que no quieres que coja al chico y lo esconda en algún lugar?
– ¿Qué dices? Yo he asumido la responsabilidad de cuidar del niño. Si alguien intenta quitármelo, tendrá que luchar por ello.
– Entonces, no sería aconsejable intentar quitártelo -dijo Jock, mientras subía las escaleras-. Tengo que ir a ver a Michael y comprobar que todo va bien. Aunque no tenga uno de sus terrores nocturnos, está lejos de casa.
– Tiene diez años. Tú sólo tenías quince cuando te escapaste de casa y decidiste explorar el mundo.
– Sin embargo, fue decisión mía. No fue acertada, pero en el caso de Michael, no tenía alternativa cuando lo traje. -Jock miró por encima del hombro-. Y yo te tenía a ti para cuidarme y salvarme el pellejo. Michael sólo me tiene a mí.
– Entonces, no podría tener más suerte -dijo MacDuff, con voz queda-. Yo te elegiría a ti para que estés de mi lado en cualquier momento, Jock.
Por un momento, Jock no supo qué hacer. Él siempre había sido la carga, no el tutor. Sabía con todo su corazón que él y MacDuff ahora se encontraban en términos de igualdad, pero sus emociones eran otro asunto. Dios mío, estaba conmovido. Sonrió haciendo un esfuerzo.
– Es bueno saberlo. ¿Significa eso que no nos vas a encerrar a Michael y a mí en la mazmorra para que estemos a salvo?
– Claro que no. Ni nada que se le parezca. Siempre hago lo necesario. -MacDuff sonrió mientras lo seguía por las escaleras-. Pero resulta que la mazmorra se ha inundado con las lluvias de la primavera. Así que quizá la suerte te ha ahorrado este destino.
– Han descubierto que usted y Michael no estaban en la casa -dijo Royd a la mañana siguiente, al ver entrar a Sophie en su habitación-. El Departamento de Bomberos lo anunció anoche.
– Tenía que ocurrir, tarde o temprano.
Él asintió.
– Hemos tenido suerte al poder disponer de todo este tiempo. Significa que tenemos que ser sumamente cuidadosos y evitar que la vean a usted por ahí y la identifiquen. No sólo la buscarán Sanborne y Boch. Es probable que la policía también tenga unas cuantas preguntas que hacerle y averiguar por qué se ha ocultado.
– No tengo ninguna intención de andar por ahí a menos que usted encuentre algo productivo que pueda hacer -dijo Sophie, y entrecerró los ojos al mirarlo-. ¿Ha pensado en algo?
Royd se encogió de hombros.
– Me ha llamado Kelly. Dice que el mejor momento para la avería eléctrica es esta noche a las nueve. A esa hora sacarán más equipos del laboratorio, y todos andarán chocando unos con otros en la oscuridad. Cuanto mayor sea la confusión, mejor.
Читать дальше