Como esa lujuria suya, pensó. Tampoco aquello debiera sorprenderla. Era evidente que Royd era un hombre muy viril, y que el sexo gobernaba el mundo. Debería haberle sorprendido más el hecho de que le preocupara la seguridad de Kelly, un empleado. Royd le había advertido que Kelly debía correr ciertos riesgos pero, por lo visto, su actitud no era tan insensible como daba a entender superficialmente.
Royd seguía hablando y ella comenzaba a impacientarse. Detestaba tener que esperar a que volviera. Detestaba no tener el control de la situación. Bueno, había un aspecto en el que sí tenía el control. Se giró y cruzó la habitación hasta la mesa donde tenía el móvil, dentro del bolso.
Y el móvil sonó justo cuando lo sacaba del bolso.
– Yo también te quiero. -Sophie apagó el móvil y se giró hacia la puerta al darse cuenta de que Royd entraba en la habitación.
– Dave ha vuelto a llamar. Me preguntaba si… -Sophie calló al ver la expresión de Royd, que acababa de cerrar de un portazo y cruzaba la habitación a toda prisa-. ¿Qué diablos…?
Royd lanzó una imprecación al cogerla por los hombros.
– Es usted una imbécil. Le dije que…
– Quíteme las manos de encima.
– Mejor tener las mías encima que las de Sanborne. Maldita sea, se las hará pasar canutas. ¿Por qué diablos correr el riesgo sólo porque siente una debilidad por un antiguo amante? ¿Por qué no me ha hecho caso?
– Quíteme las manos de encima -repitió ella, entre dientes-. Si no, que Dios se apiade de usted porque lo convertiré en un eunuco.
– Inténtelo -advirtió él, y la apretó con más fuerza-. Resístase. Quiero hacerle daño.
– Entonces lo ha conseguido. Me dejará magulladuras. ¿Está contento?
– ¿Por qué no habría de estarlo? -Royd aflojó y la rabia desapareció de su semblante-. No -dijo, y la soltó-. No, no estoy contento. -Dio un paso atrás-. No era mi intención… Mierda. Sin embargo, no debería haber contestado la llamada de Edmund.
– No la he contestado -dijo Sophie, metiendo el móvil en su bolso-. No he dicho que haya contestado. He dicho que ha llamado. No me ha dado la oportunidad de decirle nada más. Llamó anoche y dejó un mensaje en el buzón de voz. Y luego, ha vuelto a llamar esta noche. Pensé que era raro que insistiera cuando lo más lógico es que piense que he muerto.
– Entonces, ¿con quién hablaba?
– ¿Con quién cree usted? Acaban de llegar a casa de MacDuff.
– Oh. -Royd prefirió callar-. La he pifiado.
– Y tanto que la ha cagado, pedazo de cabrón. ¿Cree que he ignorado la llamada de Dave porque usted me dijo que no contestara? No lo he hecho porque pensé que era lo más inteligente -explicó, y le lanzó una mirada fulgurante-. Y no vuelva a ponerme las manos encima.
– No lo haré. -respondió Royd, con una sonrisa torcida-. Su amenaza ha acertado en mi parte más vulnerable.
– Bien.
– Y siento haber perdido los estribos por un momento.
– Ha sido más que un momento, y no acepto sus disculpas.
– Entonces tendré que esforzarme para expiar mi culpa. ¿Le ayudará a distraerse si le digo que Kelly me ha informado que podrá desactivar las cámaras de seguridad durante doce minutos?
– ¿Sólo doce minutos?-dijo ella, frunciendo el ceño.
– No es suficiente para localizar la caja fuerte, sacar el CD y salir.
– Sería muy justo.
– Muy justo, joder. Lo cancelaremos.
– Y una mierda. Déjeme pensármelo.
Él guardó silencio y luego asintió con un gesto de la cabeza.
– Tenemos hasta mañana, pero hay que darle tiempo a Kelly para que prepare la avería eléctrica.
– Si Kelly es tan bueno con las cajas fuertes como usted dice, quizá lo consigamos. No tardaré tanto en revisar la caja fuerte. Reconocería cualquiera de los CDs de Sanborne en un abrir y cerrar de ojos. Pero doce minutos son… Me lo pensaré. -Sophie se dirigió hacia la puerta-. Buenas noches, Royd.
– Buenas noches. Deje la puerta entornada y cierre la puerta de entrada con llave. Y no se enfade tanto conmigo como para discutir eso -añadió.
– Me encantaría discutirlo, pero no soy la imbécil que usted cree. Dejaré que se pase la noche en vela para protegerme, si quiere. Se lo tiene bien merecido.
– Sí, es verdad -dijo él, con semblante grave-. ¿Cómo está Michael?
– Mejor de lo que esperaba. Dice que el castillo de MacDuff está muy bien. Cualquier chaval diría lo mismo -dijo, encogiéndose de hombros-. Un castillo escocés y un terrateniente que obedece a todos sus deseos.
– No creo que MacDuff se ocupe de los deseos de nadie, por lo que me cuenta Jock. Pero estoy seguro de que sabrá cuidar de Michael.
– Jock me prometió que los dos cuidarían de él. Sólo espero que lo mantengan a salvo -dijo, con ademán de cansancio-. Hasta mañana, Royd. -No esperó una respuesta.
Unos minutos más tarde, se quitaba sus pantalones vaqueros y la camiseta y se ponía un camisón de algodón de color amarillo vivo. ¿Amarillo? Royd había escogido un color raro. Ella habría pensado en un azul o verde cazador…
Sería un milagro si conseguía dormir después de aquella larga siesta que había hecho durante la tarde. Quizá sería lo mejor. Se tendería y tomaría una decisión. ¿Estaba dispuesta a arriesgar el pellejo e intentar dar el golpe en menos de doce minutos?
– No ha contestado. -Dave Edmunds apagó el móvil-. Ha ido directamente a su buzón de voz. Le dije que no contestaría. Su móvil está probablemente en algún lugar entre los escombros o ha acabado en el jardín trasero de alguien. La policía me dijo que una de las primeras cosas que hicieron después de la explosión fue llamar a su móvil.
– Merecía la pena intentarlo -dijo Larry Simpson, y se encogió de hombros-. Como le he dicho, a veces la policía no investiga en profundidad. Tienen demasiados casos y están desbordados. Pero yo soy periodista freelance y tengo todo el tiempo del mundo. Esperaba conseguir un bonito reportaje para vender a los periódicos.
– No hay nada de bonito en esto -dijo Edmunds, entristecido-. Mi hijo ha muerto. Mi ex mujer ha muerto. No debería haber sucedido. Alguien pagará por lo que me han hecho. Y pienso demandar a la compañía de gas y sacarle hasta el último centavo. No pueden salir indemnes de esto.
– Es una buena iniciativa. -Simpson se incorporó-. Tiene mi tarjeta. Si puedo ayudarlo, llámeme.
– Puede que lo llame -dijo Edmunds, frunciendo los labios-. Cualquiera que crea que un caso se juzga únicamente en los tribunales, está loco.
– Usted es abogado, debería saberlo -Simpson calló para mirar sus notas-. ¿Su hijo le mencionó que alguien más estuviera viendo a su mujer aparte de este Jock Gavin?
– No.
– ¿Y lo único que le dijo era que se trataba del primo de su ex mujer?
– Ya le he dicho que sí -respondió Edmunds, escrutando la expresión de Simpson-. Y empiezo a hacerme preguntas sobre usted, Simpson. Lo he dejado entrar en mi casa y he cooperado con usted porque quizá necesite el apoyo de algún medio. Pero es usted una persona muy, muy entrometida. Me pregunto si la compañía de gas no habrá enviado a alguien para sondear mis intenciones y saber cómo me lo tomaba.
– Ha visto mis credenciales.
– Y no crea que no las comprobaré mañana.
– Lamento que sospeche de mí -dijo Simpson, con expresión sincera-. Aunque, por otro lado, es perfectamente comprensible. Quizá podamos hablar mañana después de que lleve a cabo su investigación.
– Quizá. -Edmunds cruzó la sala y abrió la puerta de entrada-. Pero ahora mismo quiero estar a solas con mi dolor. Buenas noches.
Simpson asintió con un gesto de simpatía.
– Sí, claro. Gracias por su ayuda.
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