Kay Hooper - Enfriar El Miedo

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Quentin Hayes, agente de la Unidad de Crímenes Espeluznantes del FBI, sigue atormentado por el misterioso asesinato de Missy, ocurrido hace veinte años en El Refugio, un hotel de Tennessee al que vuelve una y otra vez en busca de nuevas pistas.
Diana Brisco ha ido a El Refugio para participar en una terapia con la que espera resolver su pasado. Pero desde que está allí le asaltan terribles pesadillas y extrañas visiones de un niño desaparecido hace años. Además, un agente del FBI se empeña en convencerla de que no está loca, sino que posee un don especial para contactar con el más allá.
Quentin sabe que es su última oportunidad para resolver el homicidio de Missy y que necesita la ayuda de Diana, pero ¿cómo persuadir a la joven para que traspase el umbral y entre en el mundo del frío y la muerte?

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– Yo no recuerdo haber visto ningún policía por aquí. -Quentin se encogió de hombros-. Supongo que la dirección del hotel decidió no avisar a la policía, e imagino que nuestros padres estuvieron de acuerdo. Seguramente lo atribuyeron a una gamberrada o a una broma de mal gusto. Limpiaron la casita de juegos, incluso la pintaron de nuevo. Pero ninguno de nosotros quiso volver a acercarse a ella. Puede que los niños que vinieron después sintieran lo mismo por este sitio.

Nate, que seguía con el ceño fruncido, dijo dirigiéndose a Diana:

– Quentin estaba aquí. ¿Cómo sabes tú lo que ocurrió?

Ella contestó enseguida.

– Soñé con ello. Cuando llegué aquí, antes de conocer a Quentin, tenía pesadillas casi todas las noches. No me acordaba mucho de ellas cuando despertaba. Pero en cuanto vi la casa de juegos, hace unos minutos, me acordé de una. Era como si yo fuera… Missy. Estaba contenta, corría hacia la casita, abría la puerta. Y entonces lo veía. Toda la sangre y… los pedazos. Intentaba gritar y al principio no podía.

Quentin le apretó los dedos.

– Diana…

– Dentro había una mesita y sillas -continuó ella con firmeza, mirando hacia la casita-. Quienquiera que lo hiciera… había puesto las cabezas cortadas de los conejos y el zorro en medio de la mesa. Cuidadosamente colocadas. Como un centro de mesa.

– Dios -dijo Nate-. Quentin, ¿eso es…?

– Sí. Así era exactamente. Casi como un ritual. Probablemente fue eso lo que asustó más a nuestros padres y lo que hizo que todo el mundo guardara silencio y se resistiera a investigar. He visto esas cosas antes. -Mirando a Diana, añadió-: Missy se lo tomó muy mal. No volvió a ser la misma desde esa mañana.

Nate pareció buscar palabras con esfuerzo; luego dijo:

– Entonces, Diana, ¿estás diciendo que soñaste con esto porque Missy, que tal vez fuera tu hermana, lo vivió?

– Supongo que sí -contestó ella-. Puede que muchas de las pesadillas que he tenido aquí fueran en realidad de Missy. Si ese verano estaba tan asustada como recuerda Quentin.

– No es tan infrecuente, Nate -dijo Quentin-. Las facultades de este tipo son a menudo hereditarias, y el parentesco sanguíneo entre Missy y Diana pudo contribuir a formar un vínculo psíquico que sobrevivió a la separación.

– ¿Y también a la muerte de una de ellas?

– Cosas más raras han ocurrido, créeme. -No estaba dispuesto a confesar que Diana y él creían que allí estaba pasando algo mucho más extraño; a fin de cuentas, sólo disponían de la historia centenaria de un asesino que había sido atrapado y castigado.

Nate meneó la cabeza, pero dijo:

– Mirad, chicos, sé que todos hemos visto un montón de cosas raras aquí estos últimos días, y sé que creéis que casi todo está relacionado de algún modo. Pero esto… -Señaló el cuerpo extendido a unos pocos metros de allí-… es un asesinato. No el recuerdo de una pesadilla. Ni unos huesos enterrados hace diez años, ni despojos que quizás haya dejado algún animal en una cueva, sino una víctima de un asesino de carne y hueso, una víctima que todavía respiraba hace un par de horas. Alguien estranguló a esa chica hasta matarla, y mi trabajo consiste en averiguar quién fue y en coger a ese maldito cabrón de mierda. Con el debido respeto, eso es lo único que me importa en este momento.

«Y lo único en lo que quiero pensar», parecía añadir su tono de voz.

Nadie puso objeciones. Nadie podía hacerlo.

Recurriendo a su experiencia más prosaica como investigador, Quentin dijo:

– ¿La pareja que encontró el cuerpo te ha contado algo útil?

– Ella estaba histérica y él en estado de fuerte conmoción. Se tropezaron literalmente con el cadáver. No creo que sepan nada. Dicen que no vieron a nadie por aquí ni oyeron nada.

– Imagino que su declaración es probablemente bastante fiable. Si iban a encontrarse en secreto, irían atentos a lo que les rodeaba.

Stephanie dijo:

– A los empleados no se les permite confraternizar entre sí. Es una de las normas de la señora Kincaid. -Miró a Nate, como si tratara de no mirar de nuevo el cadáver de Ellie Weeks-. Por si te sirve de algo, la señora Kincaid estaba vigilando a Ellie. Creía que la chica se traía algo entre manos.

– ¿El qué?

– No tengo ni idea y, si ella lo sabía, no quiso decirlo claramente.

– Hablaré con ella. -Nate hizo una anotación y miró luego el cuerpo, contemplándolo un momento mientras sus dos técnicos forenses seguían trabajando-. Tengo a varios hombres tomando declaración al resto del personal y a los pocos clientes que quedan en el hotel. De momento, lo único que tal vez resulte de utilidad es que una de las camareras está segura de haber visto a Ellie hablando con un hombre dentro de El Refugio. Fue hace un par de horas, por lo menos, así que la hora coincide. Y, por la descripción, era Cullen Ruppe.

– Es interesante que su nombre vuelva a aparecer -dijo Quentin.

– Sí, ya lo he notado. Creo que va siendo hora de hablar con él.

Quentin asintió con la cabeza y arrugó ligeramente el entrecejo.

– Le vieron con ella durante la tormenta. Pero ella tiene la ropa seca, ¿verdad?

– Sí, excepto en las partes en que la tela está en contacto con el suelo.

– Entonces, la trajeron aquí hace no más de una hora, después de que dejara de llover.

– ¿Crees que la mataron en otra parte? -preguntó Nate.

– Yo diría que sí. La tierra está casi completamente intacta, y es probable que ella se defendiera. -La voz de Quentin sonaba desapasionada, pero un músculo se tensaba en su mandíbula-. En esta zona la hierba es tan densa que es imposible que tu equipo forense encuentre alguna huella. Así que, a no ser que el asesino sea realmente estúpido o descuidado y haya dejado caer algo que ayude a identificarle…

– ¿La estrangularon en el edificio principal y la trajeron hasta aquí y nadie vio nada? -Stephanie meneó la cabeza-. ¿Es eso posible?

– Te sorprendería lo que es posible -repuso Quentin.

– Estoy buscando un móvil -le dijo Nate-. ¿Qué razón podría tener alguien para matar a esta chica? Quizá la señora Kincaid pueda orientarme en la dirección adecuada.

– Puede que sí. Parece saber todo lo que pasa aquí. Lo cual me lleva a ese otro asunto. -Stephanie miró a Quentin y esperó a que él asintiera con la cabeza antes de decirle a Nate-: Al parecer, a casi todos los directores anteriores de El Refugio se les pagaba para que llevaran un registro de todas las… ejem… indiscreciones que tenían lugar en el hotel y se escondían aquí. Los huéspedes creían que sus secretos se mantenían discretamente a salvo (y pagaban un riñón para asegurarse, supuestamente, de que así era), pero en realidad todo quedaba anotado.

Nate arrugó el ceño. Ignoraba si aquello tenía algo que ver con la investigación del asesinato, pero estaba interesado pese a sí mismo.

– ¿Y esa información se usaba para algo?

– Eso -le dijo Quentin-, es lo que todos nos preguntamos. No tiene sentido llevar un registro a no ser que uno piense usarlo. Así que la pregunta es ¿cuál era el plan?

– ¿Chantaje?

– Pudiera ser. O una especie de seguro, por si acaso se necesitaba algún parcheo por el camino. A veces, la información vale más que el oro.

Cullen Ruppe no era, ni en las mejores circunstancias, un hombre jovial. Trabajaba con caballos por una razón: porque no le gustaba tratar con sus semejantes. Desgraciadamente, aún no había podido encontrar un empleo que eliminara a la gente de la ecuación.

Especialmente cuando había problemas.

– Ya le he dicho -le dijo al policía-, que hoy no me he acercado al edificio principal. Al menos, hasta que usted me llamó. -Estaban es el salón de la primera planta que servía como cuarto de interrogatorios y que, como tal, resultaba absurdamente confortable.

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