Ni siquiera estaba seguro de que ella le estuviera escuchando, y sospechaba a medias que sólo quería oír el sonido de otra voz humana en la habitación, tener la sensación de que había allí otra persona, mientras que sus pensamientos se hallaban a kilómetros de distancia. Él, sin embargo, había aprovechado la ocasión para hablar de la unidad; tenía la impresión de que era importante que ella oyera cosas que, comparadas con sus experiencias paranormales, harían que éstas sonaran como mínimo bastante corrientes.
Al parecer, Diana había escuchado al menos parte de lo que le había contado.
– Señales y presagios. Pueden adoptar cualquier forma, eso es lo malo -contestó él-. Cuanto más corrientes, más probable es que no lo sean. Por ejemplo… -Cogió la última caja que tenía que revisar y sacó del revoltijo de su contenido una caja de puros muy antigua-… esto. Esta es, ¿cuál? ¿La tercera caja de objetos perdidos que revisamos?
– Por lo menos.
– Y dentro hay el mismo tipo de cosas. -Abrió la caja e inspeccionó su contenido-. Joyas, un encendedor, llaves varias, peines y horquillas, una pluma estilográfica, una pata de conejo, cortaúñas, monedas… Morralla, casi todo. Cosas que sus propietarios han olvidado hace muchísimo tiempo. Pero ¿quién sabe si hay un indicador aquí dentro? ¿Una señal o un presagio guardado en esta cajita normal y corriente, para alguien que sepa verlo? Podría ser.
– ¿En una caja de puros llena de baratijas?
– Ya sabes lo que se dice. Lo que para unos es una baratija, para otros es un tesoro. -Quentin se encogió de hombros-. Aunque no es el valor intrínseco lo que importa, claro. Como te decía… toda señal tiende a ser algo corriente. Por lo menos, a primera vista. O incluso a la segunda ojeada.
Diana extendió la mano y, cuando Quentin le dio la caja, comenzó a revisar perezosamente su contenido.
– Yo diría que estas cosas son bastante corrientes, sí. ¿Cómo se supone que vamos a reconocer las señales… y los presagios… si son cosas comunes y corrientes, cosas de todos los días? ¿Qué dice tu Bishop al respecto?
– Bueno, a mí me dijo algo típicamente críptico. Dijo que me fijara en todas las cosas y que lo importante se me haría evidente en algún punto del camino.
– Imagino que al universo no le gusta resultar obvio.
– No, parece que no. -Quentin vaciló; luego dijo con cautela-: Si tienes razón y viene tu padre, él podría darnos al menos algunas respuestas.
Diana había fruncido ligeramente el entrecejo mientras seguía mirando la caja que tenía sobre el regazo.
– Pero ¿lo hará? Ésa es la cuestión. Y aunque lo haga, ¿serán verdad sus respuestas?
– ¿Crees que intentaría mantener una mentira incluso enfrentado a todo esto?
– Eso depende de por qué empezara a mentir, ¿no crees? Y, a fin de cuentas, no tenemos gran cosa. Una fotografía de dos niñas pequeñas. Tú has creído durante todos estos años que Missy vivía aquí con su madre. No podemos demostrar lo contrario, ¿no?
– No -reconoció Quentin-. Por lo menos, con la información que he conseguido hasta la fecha. No hay ningún dato, procedente de Missy o de las cosas que he encontrado desde su muerte, que indique que Laura Turner no era su madre biológica. De hecho, en el expediente de la investigación policial hay una fotocopia de la partida de nacimiento de Missy. De su supuesta partida de nacimiento, claro. Nacida en Knoxville, Tennessee, de nombre Missy Turner, hija de Laura. Y de padre desconocido.
– ¿Nunca pensaste que pudiera ser falsa?
– Hará unos diez años, llegué hasta el extremo de comprobar los registros hospitalarios originales, y había una niña llamada Missy Turner que nació de una tal Laura Turner en esa fecha, tal y como indicaba la partida de nacimiento. No tenía motivos para seguir indagando.
Diana hizo un gesto de asentimiento, pero dijo:
– Cuando estuve con ella, Missy habló con tanta naturalidad de visitar a mamá que estoy segura de que quería decir exactamente lo que dijo. Que íbamos las dos a visitar a nuestra madre.
– Te creo -dijo Quentin-. Y no se me ocurre ninguna razón por la que Missy tuviera que mentirte. Pero demostrar que teníais el mismo padre y la misma madre no será fácil si, por la razón que sea, tu padre lo ha ocultado. Eso es lo que sospechas, ¿no? ¿Que lo hizo intencionadamente?
Diana escogió cuidadosamente sus palabras.
– Mi padre es un hombre muy poderoso -dijo-. Y no me refiero solamente a dinero, aunque tiene mucho. Me refiero a auténtico poder. Relaciones políticas, incluso internacionales. Su padre y su abuelo eran diplomáticos. Y su empresa, la empresa de la familia, tiene intereses en todos los sectores, desde la tecnología punta a las minas de diamantes. Y oficinas en todo el mundo.
Quentin asintió con la cabeza.
– Entonces… si quisiera ocultar un secreto…
– Movería cielo y tierra para conseguirlo. Y conseguiría que permaneciera oculto.
– Para ser realistas, no tendríamos muchas esperanzas de desenterrar ese secreto, si lo enterró lo bastante hondo.
– No. Y convencerlo para que hable no será fácil, después de todos estos años. Es poco probable que haga caso de mis… experiencias… y menos aún que las crea. De hecho, si le digo lo que me ha pasado aquí, es muy capaz de usarlo contra mí. Pensará que son los delirios de una persona necesitada de atención médica, claro está. Quiere que vuelva a estar bajo el control de sus médicos escogidos con todo cuidado, y medicada hasta que deje de pensar por mí misma.
– ¿Por qué?
Ella alzó los ojos, sinceramente sorprendida.
– ¿Por qué?
– Sí. ¿Por qué quiere que sea así? ¿Qué secreto exigiría medidas tan extremas?
– ¿El que me ha impedido saber que tenía una hermana, quizá?
Quentin eligió sus palabras con cuidado.
– Obviamente, hay muchas cosas que no sabemos sobre este asunto. Lo único que digo es que no podemos dar nada por sentado hasta que tengamos más información. Que te hayan ocultado la existencia de Missy y que hayas estado bajo tratamiento médico tantos años podría deberse a diversas causas, completamente desconectadas entre sí.
– Tú no crees eso en realidad.
Con un suspiro, Quentin dijo:
– No, no lo creo. Pero sigo diciendo que no podemos dar nada por sentado sin más datos.
Diana volvió a mirar la vieja caja de puros que tenía en el regazo y tocó distraídamente un pendiente más bien chillón.
– Quentin… Mi madre murió en un hospital psiquiátrico y, si Missy y mis recuerdos no se equivocan, tanto su enfermedad como su muerte tuvieron algo que ver con unas facultades paranormales que no podía dominar.
– Siempre hemos sabido que eso era posible -reconoció él a regañadientes.
– Facultades que posiblemente mi padre creía simples manifestaciones de una enfermedad mental.
– También es posible. Puede que incluso probable. La ciencia médica, sobre todo hace veinticinco o treinta años, tendía a considerar como una enfermedad cualquier cosa que no pudiera explicar.
– Entonces, ¿qué se supone que debo decirle cuando llegue? ¿Que puedo… caminar con los muertos y que me encontré con el espíritu de mi hermana en uno de esos paseos? ¿Cómo crees que reaccionará si le digo eso?
Madison se alegró de que la tormenta se hubiera disipado al fin. Las tormentas parecían molestarle cada vez más y, en cuanto a Angelo , temblaba como una hoja, el pobrecillo.
– Ya ha pasado -le dijo al perro en tono tranquilizador.
Angelo gimió suavemente mientras la miraba. Las tormentas siempre le habían inquietado, pero su nerviosismo crecía sin cesar desde hacía algún tiempo.
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