Miró la mano que le sujetaba el brazo sin moverse ni hablar hasta que él masculló una maldición y la soltó. Después se limitó a cruzar los brazos y esperar.
– Mira, si alguien tiene derecho a estar enfadado, creo que soy yo -dijo él en voz baja para que el ayudante del sheriff, situado a unos metros de allí, no los oyera.
– ¿Ah, sí? -Riley le miraba fijamente, respondiendo a su tácita dureza con las mismas armas-. Alguien me atacó. Me puso una pistola eléctrica en la nuca y me vació una descarga en el cerebro. Y no la descarga normal de una Taser, pensada para incapacitar temporalmente. Era un arma trucada, Ash, un arma probablemente pensada para matar. No me mató, pero me dejó fuera de combate y dañó algo más que mi memoria. Así que perdóname si preferí fingir durante unos días que no había pasado nada, mientras intentaba aclarar en quién demonios podía confiar.
*****
– De momento -le dijo Leah al sheriff-, ninguno de los informes ha mostrado nada raro.
El frunció el ceño.
– ¿Qué? ¿Ni una multa de aparcamiento?
– Yo no he dicho eso. -Le pasó una hoja impresa por encima de la mesa-. Tres de ellos tienen un mal índice de solvencia crediticia.
Jake la miró fijamente.
– ¿Me estás tomando el pelo?
– Obviamente no. -Se apoyó en el brazo de una silla del despacho, sonriendo levemente-. Sólo digo que ninguno de ellos tiene antecedentes penales de ninguna clase. Un par de apariciones en los juzgados por asuntos civiles: divorcios, custodias de niños, una disputa inmobiliaria… Pero nada penal. Hasta donde hemos podido determinar, el grupo de la casa de los Pearson está limpio.
– A no ser que alguien nos haya dado un nombre falso -gruñó él.
– Tenían su documentación -señaló ella.
– ¿Y es muy difícil falsificarla hoy en día? Pero sí se puede comprar una nueva identidad en Internet.
– Su rastro documental parece auténtico.
– Sí, sí. -El sheriff miró, con el ceño fruncido, el informe que ella le había dado-. Seguid indagando.
– ¿Y cuando toquemos fondo?
– Cavad un poco más hondo.
– De acuerdo. -Se levantó, pero se detuvo antes de volverse hacia la puerta para decir-: ¿Sabes?, si no encontramos nada y no quieren hablar con nosotros, no tenemos ningún pretexto legal para interrogarlos por el asesinato. Nada de lo que hemos encontrado hasta ahora los vincula con el lugar de los hechos, y hasta que descubramos quién es la víctima…
– Eso es otra cosa que no entiendo -dijo Jake-. Ya deberíamos tener una identificación. Con el tamaño que tiene este condado, hemos tenido tiempo de hablar con todo el mundo. De llamar a todas las puertas.
– Casi -dijo ella-. Tim cree que nuestros equipos acabarán hoy a última hora. De llamar a todas las puertas de la isla, al menos, y a casi todas las de Castle. En llamar a las de todo el condado se tardará un par de días más.
– Necesitamos más gente -masculló él.
Ella vaciló. Luego dijo:
– Bueno, en general, no.
– No me recuerdes que podría llamar a la Policía del Estado.
– No tengo que recordártelo. -Leah se encogió de hombros-. De todos modos, tendrían que perder tiempo poniéndose al día antes de poder ayudarnos. Me apuesto algo a que es Riley quien va a cambiar las cosas.
– Yo no estoy tan seguro. -Antes de que ella pudiera responder, añadió-: ¿Ash y ella siguen en la sala de reuniones?
– No, se fueron hace un rato.
– ¿Adónde?
– No me lo dijeron.
El ceño de Jake se convirtió en una mueca de enfado.
– Pues averígualo, maldita sea.
Leah no preguntó ni le llevó la contraria; se limitó a asentir con la cabeza y salió del despacho para obedecer la orden. Llevaba el tiempo suficiente trabajando como ayudante de Jake Ballard como para reconocer indicios de un estallido de cólera, y aunque rara vez perdía por completo los nervios, cuando eso pasaba no era un espectáculo agradable.
Regresó a su mesa. Estaba casi sola en la oficina: casi todos los ayudantes estaban fuera, yendo de casa en casa. Probó primero con el móvil de Riley, pero no se sorprendió cuando le saltó el buzón de voz.
– No sé por qué se molesta en llevar un móvil -masculló al colgar sin dejar mensaje-. Parece que nunca funciona.
Un inconveniente de tener poderes parapsicológicos, le había explicado Riley. Era algo relacionado con la energía electromagnética. Por lo que Leah había entendido, era como si Riley fuera por ahí con su propia carga estática incorporada. Hasta tenía que llevar las tarjetas de crédito en una funda especial, y las fundas de móvil diseñadas por la UCE sólo funcionaban parcial y esporádicamente, porque los teléfonos tenían que poder mandar y recibir señales para ser útiles.
Era difícil, suponía Leah, dar con un modo de proteger un aparato de la energía electromagnética cuando dicho aparato requería dicha energía para funcionar.
Estaba hurgando entre el desorden de su mesa, en busca de la tarjeta que le había dado Ash ese mismo día con su número de móvil, cuando el ayudante que se encargaba del mostrador de recepción se acercó a ella.
– Oye, Leah, puede que tengamos algo.
Miró a Tim Deviney con las cejas bien arqueadas.
– ¿Sí? ¿Yendo de casa en casa?
El asintió con la cabeza.
– Hay un tipo que tiene alquilada una casa y que no contesta a la puerta, y los vecinos no le han visto por lo menos desde el fin de semana. El equipo ha estado allí dos veces y nadie responde. No hay ni rastro de él.
Leah frunció el ceño.
– ¿Está solo? ¿Estaba en nuestra primera lista?
– No, los de la inmobiliaria creían que había venido con su familia, y la casa es de las grandes, así que no tenían ni idea de que estaba solo.
– ¿Sabemos su nombre? -preguntó ella.
– Sí. Tate. Wesley Tate.
Pasados unos segundos, Ash soltó un breve suspiro.
– Está bien. Tienes razón. Tienes más derecho que yo a estar enfadada.
– Gracias.
Se miraron el uno al otro y luego, por fin, Ash sonrió.
– Así que has decidido confiar en mí, ¿eh?
Consciente de que el ayudante del sheriff los observaba, Riley bajó de nuevo la voz.
– Bueno, a fin de cuentas estaba acostándome contigo. No sé si lo sabes, pero no tengo costumbre de acostarme con hombres a los que apenas conozco.
– Eso dijiste.
Ella le miró entornando los ojos.
– ¿Te importaría decirme por qué contigo hice una excepción?
La sonrisa de Ash se hizo más amplia.
– ¿Sabes?, creo que voy a esperar un poco, a ver si recuperas esa parte de tu memoria.
– Cabrón.
– He dicho que tienes más derecho que yo a estar enfadada, no que ya no esté enfadado. Eres toda una actriz, Riley. Puede que con el tiempo me haya dado cuenta de que pasaba algo, pero ni se me ha pasado por la cabeza que fuera un extraño para ti.
Ella se aclaró la garganta.
– Un completo extraño, no. Puede que mi memoria esté fuera de servicio, pero otras partes de mi cuerpo se… Digamos simplemente que recordé algunas cosas antes que otras.
– Sí, en la cama congeniamos desde el principio -dijo él-. Me habría ofendido gravemente si lo hubieras olvidado.
– Seguro que sí.
– Cosas de hombres.
– Aja. Bueno, mientras tú te das golpes de pecho, yo voy a ver si capto algo en la escena del crimen.
Él se puso serio.
– Riley -dijo-, no me hace falta saber mucho de facultades parapsicológicas para darme cuenta de que esto no es una buena idea.
– Seguramente no, pero es lo único que se me ocurre ahora mismo. -Sacudió la cabeza-. Mira, Gordon no pudo decirme gran cosa porque yo no le había contado casi nada. Nunca tomo notas ni voy redactando un informe durante una investigación. He empezado a hacerlo aquí, por si acaso mi mente está más dañada de lo que creía. Así que no dejé precisamente un rastro de miguitas de pan que pudiera seguir después. No sé qué está pasando. No sé qué he descubierto estas últimas semanas. Lo único que sé es que alguien me atacó y que un hombre ha muerto.
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