Kay Hooper - Afrontar el Miedo

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Riley Crane se despertó completamente vestida, cubierta de sangre y con una pistola bajo la almohada. Pero lo que resultaba más aterrador aún era que no recordaba lo sucedido la noche anterior. En realidad, apenas recordaba las tres semanas anteriores.
Riley es un camaleón: ex oficial del ejército y ahora agente federal asignada a la Unidad de Crímenes Especiales, posee el don de la clarividencia y la capacidad de fundirse con su entorno, de ser lo que elija. Especialista de la UCE en lo oculto, ha sido enviada por su jefe, el enigmático Noah Bishop, a una casa en la playa, en Opal Island, para investigar diversas noticias sobre fenómenos misteriosos.
Pero eso fue hace tres semanas. Ahora, al despertarse, descubre que no puede fiarse de su memoria, que ha perdido la clarividencia de la que siempre ha dependido para protegerse, y que en su vida hay un nuevo hombre muy atractivo. Para colmo, con los recursos de la UCE recortados al mínimo, Riley se encuentra sin refuerzos. Sola, se ve obligada a enfrentarse a tientas a un juego en el que nadie a su alrededor es quien parecer ser. Y un truculento asesinato es el primer aviso de lo mucho que arriesga.
Bishop quiere sacar a Riley del caso. Y también Ash Prescott, el poderoso fiscal del distrito. Pero tanto su ex compañero en el ejército, Gordon Skinner, como el sheriff Jake Ballard creen que Riley puede atrapar a un asesino feroz. Uno de esos cuatro hombres sabe qué está pasando en este pueblecito costero, y Riley necesita desesperadamente esa información. Porque lo que no recuerda basta para costarle la vida. Esta vez, la maldad no está más cerca de lo que cree: está ya aquí.

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Después de lo de Nueva Orleans, no podía esperar pacientemente. Ya fuera porque aquel asesino había lanzado un guante a sus pies, o porque se sentía íntimamente violentada, el hecho era que estaba segura de que aquel sujeto había conseguido acceder a su mente con mucha más eficacia que ella a la suya.

Y ésa era una motivación poderosa para resolver el caso y poner a aquel tipo entre rejas lo antes posible.

Así pues, a pesar de las advertencias de Bishop, y a pesar de sus propios recelos y su inquietud, había usado todos los trucos aprendidos a lo largo de su vida para concentrarse y focalizar sus sentidos esperando así conectar con el asesino en cuanto llegara a la ciudad.

En realidad, sus habilidades no funcionaban así. No era la primera vez que conectaba con otras mentes. Bishop decía que su dote secundaria o complementaria era la telepatía, y él, que era telépata, tenía que saberlo. Pero, por lo general, la telepatía era apenas un pitido fugaz en su radar personal, y su clarividencia se manifestaba captando información de su entorno o de otras personas. Tocar un objeto o a una persona solía facilitar las cosas, pero no siempre. A veces no percibía absolutamente nada. Y en algunas ocasiones memorables se había sentido asaltada por un torrente de información que la había dejado mentalmente desorientada y físicamente exhausta: una experiencia desconcertante que temía repetir, pero que no podía controlar ni predecir.

Una ironía cósmica, aquélla. La forma poco amable en que el universo le recordaba que los dones concedidos nunca estaban exentos de compromisos.

En cualquier caso, sus «dones» solían ser mucho más benignos que los que experimentaban la mayoría de las personas con poderes parapsicológicos. No sentía dolor, ni se desorientaba, ni sufría visiones que la arrancaran del presente. Casi siempre sentía únicamente que algo despertaba en su mente, agitándose para llamar su atención, como los restos de un naufragio sobre las olas. Un dato, una impresión, una certeza.

Intentar llegar más allá, abrirse deliberadamente al contacto con un asesino macabro y retorcido, era tan arriesgado como inaudito, al menos en su caso.

Ni siquiera estaba segura de cómo hacerlo, como no fuera concentrándose, focalizándolo, pensando en aquel carnicero y en cuánto deseaba atraparle.

«Bienvenida a Mobile, pequeña.»

Riley se paró en seco. Estaba en una bocacalle del centro de Mobile, cerca de una esquina bien iluminada por la que, una noche de fin de semana corriente como aquélla, la gente pasaba a pie y en coche. La gente iba a lo suyo, indiferente, cuando Riley apoyó una mano en el edificio de su lado para sostenerse, más que física emocionalmente.

Era imposible describir lo fríos y viscosos que eran los pensamientos del asesino en el interior de su mente. Todo en ella se retraía, y sin embargo se obligó a estarse quieta y en silencio, ignorando lo que la rodeaba hasta que no vio nada, hasta que no sintió ni oyó nada, salvo aquella voz dentro de su cabeza.

Aquella presencia.

«Sabía que vendrías. Sabía que me seguirías.»

– ¿Dónde estás? -murmuró, sin darse cuenta siquiera de que había cerrado los ojos para concentrarse mejor.

«Cerca, pequeña. Más cerca que nunca.»

– ¿Dónde?

«¿No sientes mi aliento en la nuca?»

Se obligó a no darse la vuelta, a no delatar el gélido escalofrío que le helaba los huesos en medio de la noche húmeda y calurosa.

– ¿Dónde estás, cabrón?

«Eres rápida, pero he llegado antes que tú. Te estaba esperando, pequeña.»

– Maldito seas…

«Te he dejado un regalo.»

Riley abrió los ojos de golpe y se apartó bruscamente, como si la hubieran golpeado.

– No -murmuró-. Oh, no…

Le había dejado otra víctima para que la encontrara. Otro cuerpo masacrado. Otra familia destrozada.

Ella había fracasado. De nuevo.

«Pobre pequeña. Cuánto sufres. Pero no te preocupes. Tendrás otra oportunidad. Volveremos a encontrarnos, Riley.»

En la actualidad

– ¿Riley?

Riley arrancó su mente del pasado, luchó por concentrarse en el ahora, y tuvo que preguntarse por qué, si dormía con aquel hombre, no le había dicho el verdadero motivo de su estancia en Opal Island.

¿Confiaba en él antes de que la atacaran con la pistola eléctrica? ¿O había, entre sus recuerdos perdidos, un motivo por el que le había dejado compartir su cama sin compartir sus confidencias?

Sin embargo, ya había optado por la fe, así que dejó a un lado sus dudas, respiró hondo y contestó con sinceridad.

– Gordon se puso en contacto conmigo justo antes de que viniera aquí. Los incendios, las señales y los símbolos que indicaban prácticas ocultistas, le preocupaban. Había visto mucho mundo, había cruzado suficientes selvas como para saber cuándo hay algo malo rondando por ahí fuera. Creía que estaba pasando algo y que las cosas iban a empeorar. Me pidió que investigara. Oficiosamente, claro. Cuando llamó, yo acababa de cerrar un caso, tenía vacaciones pendientes y no había mucho trabajo en la unidad. Así que mi jefe estuvo de acuerdo. No era una investigación formal; sólo un favor para un amigo.

– ¿Por qué no me lo dijiste, Riley? Hablamos de los incendios, de lo nerviosa que empezaba a ponerse la gente… Hasta de la posibilidad de que hubiera prácticas ocultistas. Me dijiste que el ocultismo era una de tus especialidades en la UCE. Pero no que hubieras venido aquí por eso.

«¿Porque no confiaba en ti lo suficiente? ¿Porque tenía miedo, o sabía, que estabas involucrado? ¿O sólo porque por primera vez mi vida íntima me importaba más que mi carrera y no quería que se mezclaran?»

«¿Por qué no podía pensar con claridad? ¿Por qué no lograba decidirse respecto a él?»

– ¿Riley?

– No lo sé. No sé por qué fue. No lo recuerdo, Ash.

Él entornó los ojos de nuevo.

– ¿No lo recuerdas? ¿Quieres decir que tu amnesia no se limita a lo que pasó el domingo por la noche?

Ella asintió a regañadientes.

– El lunes, cuando me desperté, las tres semanas anteriores eran prácticamente un hueco en blanco.

– ¿Prácticamente? -Como cualquier abogado, Ash estaba decidido a aclarar las cosas.

– Casi por completo -reconoció ella-. Había destellos. Caras. Retazos de recuerdos que se desvanecían como humo cuando intentaba apresarlos. Gordon y mi jefe tuvieron que contarme qué estaba haciendo aquí.

– Entonces no te acordabas de lo nuestro.

– No -dijo Riley-. No me acordaba de lo nuestro.

– Pues a mí me engañaste, te lo aseguro -repuso Ash.

Riley le miró un momento; luego se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del Hummer. Se dirigió a la entrada del parque para perros, sin sorprenderse de que no hubiera ni un alma, salvo el ayudante del sheriff que montaba guardia con aire aburrido junto al hueco de la valla, cerca del bosque.

Los asesinatos ponían nerviosa a la gente. Y los asesinatos horripilantes con indicios de ritos satánicos, en particular, hacían cundir el pánico. Riley supuso que desde hacía unos días la mayoría de los propietarios de perros llevaba a sus mascotas a hacer ejercicio a la playa.

– Riley…

Cuando Ash la agarró del brazo y le hizo darse la vuelta para mirarle, ella casi reaccionó como ante un ataque. Casi. Aquel instinto, al menos, seguía vivo, y aquel adiestramiento había calado tan profundamente en ella que era una parte bien arraigada de su carácter. Su padre había empezado a enseñarle a lanzar a un oponente mayor que ella por encima del hombro (y a incapacitar a dicho oponente) antes de que comenzara a ir a la guardería.

Le sorprendió no haber atacado a Ash. Era interesante, aquello. ¿Y acaso también importante? No lo sabía.

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