Leah miró a Riley, interesada por saber cómo estaba reaccionando a todo aquello, y no se sorprendió al verla aparentemente enfrascada en la lectura de los informes relativos a los pocos datos que habían recabado desde la tarde anterior.
No había gran cosa. Los equipos habían peinado Opal Island y Castle, yendo literalmente puerta por puerta en busca de un nombre que ponerle a la víctima. De momento, la búsqueda había dado como resultado tres adolescentes desaparecidos temporalmente y un marido en la misma situación (los primeros habían sido encontrados durmiendo la borrachera de una fiesta que había durado hasta tarde, y el segundo en un campo de golf cercano), pero no se había echado en falta a ninguna otra persona desde el domingo por la noche.
Leah había leído y releído los informes que Riley estaba examinando, y se preguntaba qué encontraba tan interesante la agente federal. Claro que, se dijo, tal vez más que interesada en la lectura de los informes estuviera intentando no mezclarse en la «discusión» en la que se habían enzarzado los dos hombres.
– Voy a utilizar todos los recursos que pueda -estaba diciendo el sheriff-. Pero ¿no tendrías que estar en el juzgado?
Ash movió la cabeza de un lado a otro.
– Esta semana, no. Y la semana que viene tampoco. A no ser que pase algo inesperado. Hasta estoy al día del papeleo.
– Así que te aburres y tienes tiempo de sobra, ¿eh?
– Jake, el caso es tuyo. Si no quieres que me entrometa, dilo claramente.
No era un desafío, en realidad, pensó Leah. Y, sin embargo, sí lo era. Si Jake rehusaba la ayuda de Ash, cometería un error. Ash había trabajado varios años como ayudante del fiscal del distrito de Atlanta, y pese a lo que se rumoreara sobre los motivos de su marcha, nadie dudaba de que tuviera considerable experiencia en investigaciones de asesinato. Mucha más que Jake, de hecho.
Si Jake rechazaba la ayuda de un hombre con tanta experiencia, posiblemente los votantes lo recordarían en las siguientes elecciones, sobre todo si empeoraba la situación. Además, ello haría parecer a Jake inseguro o celoso de su autoridad.
O simplemente celoso, y punto.
Así que Leah no se sorprendió demasiado al ver que su jefe aceptaba el ofrecimiento, aunque con escaso entusiasmo y muy poca gratitud.
– Mientras esté claro quién manda, no tengo ningún problema con que nos eches una mano, Ash.
– Está claro.
– Muy bien, entonces. -Jake miró a Riley-. ¿Ves algo que nosotros hayamos pasado por alto?
– Dudo que lo hayáis pasado por alto -dijo ella con calma-. La sangre del estómago de la víctima contenía glicerol.
– Un anticoagulante, sí. Ya me he fijado. Pero es también un ingrediente de toda clase de cosas, desde anticongelante a cosméticos, así que no es muy difícil de conseguir. Lo cual significa que es prácticamente imposible seguir su rastro.
– Pero ¿qué supone que tuviera glicerol en la sangre? -Leah odiaba admitir su ignorancia, sobre todo porque el sheriff (para su sorpresa) la había elegido como ayudante en la investigación. Pero no se sentía menos policía por no tener conocimientos especializados, y necesitaba entender lo que estaba pasando.
Fue Jake quien dijo:
– Que alguien no quería que la sangre se coagulara rápidamente.
– Sigo sin entenderlo -se quejó Leah.
– Probablemente significa -dijo Riley- que la sangre que bebió la víctima, ya fuera voluntariamente o por la fuerza, no era fresca. Alguien la había guardado con ese fin. Quizá durante un tiempo.
Leah hizo una mueca.
– Un cubo de sangre. Qué asco.
– ¿Tanta era? -preguntó Ash.
– Sí. Por lo menos un litro -respondió Riley-. Mucho más de la que se usa en cualquier ritual que yo conozca.
– Y más de la que cualquiera podría tragar sin vomitar una parte, diría yo -comentó Ash.
Riley volvió a mirar el informe del forense.
– Había pequeñas abrasiones en la parte interna del esófago. Yo apostaría algo a que usaron un tubo. Seguramente mientras la víctima estaba inconsciente. Le metieron directamente la sangre en el estómago. Y dudo que después viviera lo suficiente para vomitarla.
– Entonces, ¿qué sentido tiene? -preguntó Jake-. Llenarle el estómago de sangre y luego decapitarle… ¿para qué?
– No lo sé -contestó Riley-. Pero tiene que haber una razón. En los rituales, la sangre representa la vida, el poder. La sangre humana mucho más que la de un animal.
Los pensamientos de Riley iban por otros derroteros.
– ¿Quieres decir que lo que he oído contar es cierto? ¿Que en los rituales ocultistas se usa sangre humana?
– En algunos rituales ocultistas o satánicos, sí, muy raramente. Pero el donante o donantes ofrecen voluntariamente una cantidad mínima de sangre como parte de la ceremonia. Normalmente pinchándose un dedo, o haciéndose un corte en la palma de la mano. Es algo simbólico. Nadie se desangra hasta morir.
– ¿Y esta vez sí? Me refiero a otra persona, aparte del hombre que encontramos en el bosque.
Riley frunció ligeramente el ceño mientras miraba la carpeta cerrada que tenía enfrente, sobre la mesa.
– Como os decía, había al menos un litro de sangre en su estómago. Era toda del mismo grupo sanguíneo, así que es probable que perteneciera a la misma persona, aunque no podemos estar seguros sin hacer pruebas de ADN. Pero, si procedía toda de la misma persona, es mucha sangre para perderla de una vez.
– ¿Demasiada? -preguntó Leah.
– ¿Podría alguien perder tanta sangre y sobrevivir? Sin duda. Hay entre cinco y seis litros en el cuerpo humano, dependiendo de la estatura y el peso. Perder un litro es grave, pero no necesariamente mortal, sobre todo si se debió a una sangría ritual y no a una herida traumática.
– El caso es que al menos una parte salpicó también los alrededores. -Jake inclinó la cabeza cuando Ash le miró-. Ahí hay dos tipos de sangre. La mayoría es de la víctima, pero una parte es, por lo visto, del mismo donante del que procedía la que había en el estómago de la víctima. No hay forma de calcular cuánta, sobre todo porque la tierra absorbió gran cantidad. Pero yo apostaría a que había más de un par de litros.
– Entonces es probable que haya otra víctima de asesinato que no hemos encontrado aún.
– Puede que sí. -Riley seguía con el ceño fruncido-. O puede que no. Puede que el asesino necesitara el anticoagulante porque iba a tardar en extraer tanta sangre sin matar al donante. O donantes. Seguramente pudo extraer un poco cada día durante varios días sin ponerle en peligro, si tuvo cuidado y sabía lo que hacía.
– Entonces, ¿buscamos a una persona con anemia? -preguntó Ash.
– A falta de una segunda víctima. O una primera víctima, mejor dicho. -Riley miró al sheriff-. ¿Ha habido suerte? ¿Habéis encontrado algún patrón reconocible en las manchas de sangre de la escena del crimen?
– De momento, nada. Melissa dice que el programa no ha acabado el análisis todavía, pero tiene la impresión de que no hay nada que encontrar.
– Era una posibilidad remota. -Riley se encogió de hombros.
– ¿Qué habrías esperado, si hubiera un patrón? -preguntó Ash.
– Bueno, al asesino, sea quien sea, parece que le gustan las señales. Así que habría esperado otra señal o un símbolo.
– ¿Aquí están los adoradores del diablo? -sugirió Jake con sorna.
– Algo parecido. Sutiles no son.
– ¿Son? -preguntó Leah. Luego sacudió la cabeza-. Claro… Sería un grupo, ¿no?
– Probablemente. En casi todas las religiones hay fieles que profesan sus creencias en solitario, pero para cualquier ritual de importancia tiene que haber más de uno. Hasta una docena de participantes, posiblemente.
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