El hizo una mueca.
– Sí, Jenny me lo dice constantemente. Y también dice que es muy fácil hacer chistes sobre un adorador de Satán quemado por el sol.
– Es un buen argumento -dijo Riley. «¿Un adorador de Satán? Mierda. Pero si habla tan abiertamente de ello…»
– De todos modos hoy llevo protector solar. Sobre eso también pueden hacerse muchos chistes, ahora que lo pienso. Pero da igual. Riley, ¿qué es eso que hemos oído sobre el cadáver que encontraron ayer? ¿Era un sacrificio?
– Ya sabrás que no puedo comentar los detalles con personas ajenas al caso. La investigación está en marcha… -«Tu nombre, maldita sea. ¿Cuál es tu nombre? Es…»-… Steve. -«¿Tan corriente? Maldita sea, apuesto a que no es ése.»
Pero, por lo visto, lo era.
– Riley, si ese hombre fue asesinado y colgado sobre el altar dentro de un círculo de sal, los dos sabemos que se trata de un ritual.
Riley se bajó las gafas por la nariz y le miró por encima de ellas.
– No el mío -se apresuró a decir él-. O el nuestro, mejor dicho. Vamos, Riley, tú sabes que nosotros no hacemos esas cosas. No conozco a nadie que las haga. Y te aseguro que no esperábamos que hubiera una víctima humana cuando nos invitaron aquí.
«¿Cuando os invitaron?»
– Sí, respecto a eso -dijo ella, sondeándole con cautela-. Respecto a esa invitación…
– ¿Qué pasa con ella? -Steve frunció el ceño-. Te lo dije cuando hablamos el sábado por la tarde.
– Han pasado muchas cosas desde entonces -contestó ella vagamente.
Steve no pareció extrañado.
– No me digas. Supongo que el sheriff te ha pedido oficialmente que participes en la investigación, ¿no?
Riley volvió a subirse las gafas de sol por la nariz para poder ocultarse tras ellas.
– Como te decía, Steve, la investigación está en marcha.
– Ya, ya. Bueno, sólo para que lo sepas, prefiero hablar contigo a hablar con el sheriff. Él cree que somos una panda de locos. Y seguramente de locos peligrosos, además. Pero tú sabes que no es así.
«¿Lo sé?»
– Bueno, no puedes reprochárselo -contestó tranquilamente-. Habéis estado hablando con la gente. Sobre vuestras creencias.
– No tenemos nada que ocultar -insistió Steve.
– Mmm. Una cosa es no tener nada que ocultar y otra bien distinta ir por ahí diciéndole a todo el mundo que practicáis el satanismo cuando están pasando cosas raras en la zona; eso es buscarse problemas.
– Sí, eso dijiste el sábado, cuando hablamos.
Riley esperó, confiando en que su silencio le hiciera hablar. Era una técnica que le había funcionado a menudo en el pasado, y ahora volvió a funcionar.
– Sé que me lo advertiste, Riley, pero, dios mío, no sabía que iban a asesinar a un pobre diablo. Si hubiera sabido lo que se estaba cociendo, no habría traído aquí a mi gente. Nosotros nos centramos en los rituales de compasión, ya te lo dije. No hacemos rituales destructivos. La energía que se necesita y que se gasta en eso es demasiado negativa. No queremos que nos la devuelvan.
– ¿Ni aunque tuvierais un enemigo del que quisierais libraros?
– Ni siquiera así. Y nosotros no tenemos esa clase de enemigos. Ya te lo dije. Somos inofensivos.
– Está bien. Entonces, ¿quién os invitó a venir?
Steve la miró con el ceño fruncido.
– Eso también te lo dije. Dijo que se llamaba Wesley Tate.
Riley luchaba por interpretar su expresión o captar algún indicio verbal.
– Todavía me cuesta creer que hayas traído a tu gente aquí por recomendación de un extraño, Steve. Creía que tenías mejor criterio. Llevas… ¿cuánto? ¿Veinte años en esto?
– Casi. -Él suspiró-. Sí, sé que podría ser una especie de trampa. Alguien que intenta quedarse con nuestro dinero, en el mejor de los casos, o un grupo de fanáticos que quiere dar un escarmiento sirviéndose de nosotros, en el peor. Pero parecía tan encantador y tan cariñoso, Riley… En casa nos están acosando, nos presionan para que nos marchemos a otra parte, así que la invitación para visitar Opal Island llegó en el momento perfecto.
«En un momento sospechosamente perfecto.»
Riley cruzó mentalmente los dedos y dijo:
– Pero aceptar la invitación de un hombre al que ni siquiera has visto…
– Lo sé, lo sé. En circunstancias normales ni siquiera me lo habría pensado, pero ese tipo sabía lo que tenía que decir. Porque no somos una hermandad secreta con contraseñas y tonterías de ese estilo, pero tú sabes tan bien como yo que hay…
– ¿Contraseñas? -preguntó con sorna.
– Bueno, sí… Palabras correctas, en todo caso. Nombres correctos. Conocía a gente. Todo concordaba. Y no nos estaba invitando a su casa, ni pidiéndonos nada. Sólo sugirió que echáramos un vistazo a Opal Island y a Castle porque aquí la gente se tomaba la vida con mucha tranquilidad y porque incluso había personas afines.
– ¿Y las has encontrado?
– No. Pero a fin de cuentas sólo llevamos aquí unos días. Hemos hecho correr la voz, por decirlo así. -Hizo una mueca-. Como tú has dicho, en muy mal momento, obviamente. Y te digo una cosa: si esas personas afines se dedican a los sacrificios humanos, no vamos a tener mucho en común con ellas.
– Si es que tenemos algo -añadió amablemente otra voz.
Riley miró más allá de Steve, inquieta de nuevo por no haber notado la proximidad de la mujer alta y morena que se había reunido con ellos en la playa. Sobre todo porque era extraordinariamente bella y tenía una presencia fuerte y bien definida. Rondaba posiblemente los treinta y cinco años y era al mismo tiempo exótica y sensual, con un cuerpo de póster de revista maduro hasta reventar y unos ojos oscuros que prácticamente quemaban.
– Hola, Riley -dijo al acercarse. Su voz, baja y más bien gutural, era tan provocativa como el resto de su persona. Y su cabello, negro como la noche, caía liso y reluciente por su espalda, hasta las caderas.
«Pon su foto en el diccionario junto al nombre de la religión alternativa que elijas, y encajará perfectamente.»
Incluso vestida con un minúsculo bañador. O tal vez precisamente por eso.
Riley rebuscó en su mente y sacó un nombre.
– Hola, Jenny.
– Supongo que se ha armado un buen revuelo con lo de ese asesinato -dijo Jenny, sacudiendo la cabeza-. ¿Es eso lo que has venido a decirle a Steve? ¿Qué deberíamos hacer las maletas y marcharnos?
Aunque hablaba despreocupadamente, la pregunta era, de un modo que Riley no podía definir, una especie de desafío. Riley estaba segura de ello, aunque no entendiera qué había detrás.
«Al menos, creo que estoy segura.»
– Sólo he salido a estirar un poco las piernas después de comer -dijo-. Es Steve quien quería hablar conmigo.
– ¿Deberíamos hacer las maletas y marcharnos? -preguntó Jenny.
– No me corresponde a mí decirlo. Pero ha habido un asesinato, y hay muchos indicios que señalan hacia el ocultismo. Así que, si estuviera en vuestro lugar, tendría cuidado. Quizá no me alejaría mucho de la casa. Y no hablaría de mis creencias mientras estuviera aquí.
– Si estuvieras en nuestro lugar.
Riley asintió con la cabeza.
– Cuando pasan cosas así, la gente se pone muy nerviosa. Todo se saca de quicio. Así que yo intentaría pasar desapercibida un tiempo. Si estuviera en vuestro lugar.
– Entendido. -Jenny sonrió. Le dio el brazo a Steve y con la mano libre dio una palmada a Riley en el hombro-. No te preocupes por nosotros. No nos pasará nada.
…la luz de las velas proyectaba sombras danzarinas por la habitación y se reflejaba en las colgaduras de terciopelo y las túnicas de seda. En la pared, sobre el altar, colgaba una cruz invertida hecha de un material metálico que también reflejaba la luz. Bajo ella había una tarima corriente, y, sobre ella, el altar.
Читать дальше