Pero decir que se sentía cómoda o segura con esa decisión habría sido exagerar las cosas. Por una parte, era un modo muy informal de comportarse en el curso de una investigación, además de muy impropio de ella. Y por otra parte, mucho más vital…
«¿Puedo confiar en él? Siento que sí. A veces. Casi siempre. Pero no siempre.»
La asediaban dudas que ni siquiera era capaz de expresar con palabras. Era como vislumbrar un movimiento por el rabillo del ojo y no ver nada al mirar directamente. Eso era lo que sentía respecto a Ash: que allí había algo más que no veía, algo que no sabía, y ello hacía que desconfiara.
«Pero ¿puedo fiarme de mis sentimientos? ¿De alguno de ellos?
»Y aunque pueda confiar en él, ¿lo entenderá?
»¿Puede entenderlo?»
Aún no había decidido cómo explicarle la situación a Ash. Qué podía decirle.
«¿Le digo lo fuera de control que me siento? ¿Le digo que estoy asustada? ¿Que no recuerdo lo nuestro?»
No lo sabía.
– ¿Riley?
Se dio cuenta de que había hecho dos nudos en el envoltorio de la barrita energética y se forzó a parar.
– ¿Sí?
– No me has explicado gran cosa sobre el trabajo que haces, por lo menos con detalle. Pero por lo que me has contado, y por lo que sé de ti, creo que has usado tus capacidades especiales casi toda tu vida. ¿No?
– Desde que era niña, sí.
– Y ya hemos hablado de que tanto tu entrenamiento como tu experiencia en el ejército y el FBI te han preparado para afrontar casi cualquier eventualidad.
Riley no contestó, puesto que no era una pregunta, y mientras él aparcaba el Hummer en un hueco cerca del parque de los perros, se volvió ligeramente en el asiento para mirarle.
Ash apagó el motor, la miró a los ojos y asintió levemente con la cabeza.
– Tengo que preguntarte por qué este caso es distinto para ti.
– Ya te he dicho que nunca me había liado con nadie durante una investigación.
– Sí, pero yo no estoy hablando de lo nuestro. Estoy hablando de ti.
– Ash…
– Estás asustada. Y quiero saber por qué.
Pasado un momento, ella dijo:
– ¿Tanto se nota?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
– De hecho, si no te conociera tan bien, no me habría dado cuenta. No has dicho ni hecho nada que te delatara. Sólo has estado un poco ausente estos últimos días. Más callada. Más lenta en reaccionar, en contestar a las preguntas. Y por las noches das muchas vueltas en la cama. Eso no es propio de ti.
– ¿Y has llegado a la conclusión de que era por miedo?
– Al principio, no. Yo me atrevería a decir que hay muy pocas cosas que te asusten, y estoy seguro de que has visto cosas que harían que a mí se me pusieran los pelos de punta. Así que al principio, cuando me di cuenta de que algo iba mal, no pensé que fuera miedo.
Riley esperó.
– Pero luego me di cuenta de que, a pesar de lo que me decías, era extraño que estos últimos días estuvieras quemando energías tan rápidamente. Incluso estando trabajando en un caso. Y que o bien no sabías qué estaba pasando, o bien estabas alterada porque no podías controlarlo. Controlar las cosas es muy importante para ti, los dos lo sabemos Es un rasgo que compartimos.
– Y por eso dedujiste que probablemente estaba asustada.
– Si hay algo en tu vida que no puedes controlar, es normal tener miedo. Es una reacción natural, por mucho entrenamiento que se tenga. Y si hay algo dentro de ti que no puedes controlar, el miedo es prácticamente inevitable, al menos para personas como nosotros.
– Tiene sentido -contestó ella, repitiendo su comentario anterior-. Y es un buen argumento.
– Pero ¿es preciso?
Riley asintió de mala gana.
– Bastante preciso, sí. Esto es… Nunca me había encontrado con un caso así.
– ¿En qué sentido?
Ella vaciló de nuevo. Su mente seguía funcionando a marchas forzadas, dividida aún entre la incertidumbre y el recelo. Luego, por fin, se decantó por la fe. Tenía que confiar en él. No le quedaba más remedio.
– Las quemaduras de mi nuca…
Él entornó los ojos.
– ¿Sí?
– No son de la plancha del pelo. Parece que me inmovilizaron con una pistola eléctrica en algún momento de la noche del domingo.
– ¿Te atacaron?
– Eso parece.
Ash tomó aire y exhaló lentamente.
– Es la segunda vez que usas esa palabra. Parece. ¿No lo sabes?
– No lo recuerdo.
Él lo comprendió enseguida.
– La descarga eléctrica. ¿Afectó a tu mente?
Riley asintió con la cabeza.
– A mi memoria. A mis sentidos. A todos, incluso a los adicionales. Desde entonces me esfuerzo por recordar, por ponerme al día. Por aclarar las cosas.
– Dios mío, Riley. ¿Recuerdas qué estuviste haciendo, con quién estabas?
– No. Y ha sido un poco difícil juntar las piezas sin admitir que no tengo ni idea de lo que pasó.
– ¿Y me lo dices ahora?
Ella mantuvo la voz firme.
– Imagínate despertar con la memoria llena de agujeros. Imagínate despertar cubierto de sangre seca. Y luego imagínate que, antes de que consigas despejarte y saber qué ha pasado, te piden que acudas al escenario de un asesinato horrendo. -Riley consiguió encogerse de hombros-. Tardé un tiempo en reconocer a los personajes, y no digamos ya en descifrar el argumento. Todavía estoy en ello.
– ¿Te despertaste cubierta de sangre?
– Ésa es la parte del informe de Quantico que no quise explicarle a Jake. Primer análisis: humano. La sangre de mi ropa era humana. Mi jefe la mandó analizar.
Ash dijo lentamente:
– Y el segundo análisis demostró que la sangre era del mismo grupo que la del donante. Entonces ¿la sangre de la que estabas manchada coincidía con la del estómago de la víctima?
Riley asintió con la cabeza.
– No tengo ni idea de cómo me manché con ella, pero la posibilidad más obvia es que estuviera allí. En algún momento antes, durante o después del asesinato, estuve allí. Participé de algún modo.
– Tú no has matado a nadie -dijo él inmediatamente.
– Eso espero, claro. Pero no puedo explicar lo de esa sangre. Y hasta que pueda, no me parece buena idea contárselo a Jake. Sobre todo teniendo en cuenta que ahora mismo no está muy contento conmigo.
Ash arrugó el ceño.
– Espera un momento. El domingo por la noche me dijiste de repente que necesitabas estar un rato sola y me echaste de casa. Lo que significa que sabías que iba a pasar algo.
– O al menos que quería hacer algunas averiguaciones sola. Sí, de eso podemos estar seguros.
– Pero ¿no recuerdas qué pensabas hacer ni por qué?
– Me temo que no.
Él miró hacia delante, a través del parabrisas, mientras sus largos dedos tamborileaban un momento sobre el volante. Luego volvió a mirarla, esta vez con cierto enfado.
– Esto nunca han sido unas vacaciones para ti, ¿verdad, Riley?
Así que eso no se lo había contado. ¿Por qué no?
Maldita sea, ¿por qué no?
– Riley…
– No, nunca han sido unas vacaciones para mí. Nunca.
Mobile, Alabama
Dos años y medio antes
Riley podría haber ido a cualquier lugar del sureste o de la ribera del Golfo con los ojos vendados y habría reconocido en qué ciudad de la costa o del río se hallaba sólo por el olor.
Aquello empezaba a repugnarle. Era un olor rancio, cenagoso y ligeramente agrio que le hacía pensar en humedad, en sangre y putrefacción.
Lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta la cantidad de cuerpos masacrados que había visto en aquellas ciudades costeras, por lo demás encantadoras.
Esta vez, Riley no esperó a que el asesino actuara. No llegó a Mobile y se mezcló con la gente, desapareciendo en el anonimato mientras dejaba que sus sentidos se aclimataran, como había hecho hasta entonces.
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