Daniel Silva - Juego De Espejos

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Novella d’espionatge amb dues virtuts importants: no és de John Le Carré (algun dia escriuré la ressenya dels llibres que he llegit d’ell, però aviso que no sortirà massa ben parat) i que està ambientada en uns fets reals: la Segona Guerra Mundial i la necessitat dels aliats d’evitar que, de la manera que sigui, el punt del desembarcament a les costes franceses sigui conegut pels alemanys o, millor encara, aquests creguin que serà per un lloc diferent del planificat.
El protagonista és el director del contra-espionatge anglès (si no ho recordo malament), un acadèmic convertit a espia si us plau per força com suggereix el títol original. Al bàndol contrari hi ha una xarxa clandestina d’espies alemanys infiltrats a Anglaterra. L’autor juga amb ambigüetats calculades per tal d’induir el lector a sospitar que diferents pesonatges són traïdors i revelaran el secret del lloc real del desembarcament.
És una novella d’acció continuada, que fa pensar fins i tot en la necessitat d’informació que tenim -i l’efecte que ens pot causar tenir informació parcial sobre les coses que fem. Fins al final no es desvetllen alguns punts foscos de la trama, i just aleshores vénen ganes de rellegir la novel·la per veure fins a quin punt l’acció dels diferents personatges és coherent amb aquesta realitat.

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– ¡Hola, Alfred! -le saludó Winston Churchill-. Es un placer volver a verte. Me gustaría que fuese en otras circunstancias. Permíteme presentarte a un amigo mío. Profesor Alfred Vicary… General Eisenhower.

Dwight Eisenhower se levantó del sillón y tendió la mano.

Tiempo atrás, la habitación había sido gabinete de trabajo. Cubrían las paredes estanterías para libros, contaba con una mesa escritorio y con un par de sillones de orejas, ocupados en aquel momento por Churchill y Eisenhower. En la chimenea ardía alegremente un fuego de leña, que a pesar de todo no lograba eliminar totalmente el frío de la habitación. Una manta de lana cubría las rodillas de Churchill. Mordisqueaba la húmeda punta de un cigarro puro y bebía coñac. Eisenhower encendió un cigarrillo y tomó un sorbo de café. Encima de la mesa, entre ellos, había un pequeño altavoz por el que habían escuchado el interrogatorio de Jordan. Vicary lo supo porque los micrófonos continuaban en marcha y se oía el ruido de las sillas al arrastrarse por el suelo y el murmullo de voces que llegaban de la habitación contigua. Boothby se deslizó hacia adelante y bajó el volumen. Se abrió la puerta y entró en la estancia un quinto hombre. Vicary reconoció al general de brigada Thomas Betts, alto, gigantesco como un oso, subjefe de información de la JSFEA y encargado de la salvaguardadel secreto de la invasión.

– ¿Ha dicho la verdad, Alfred? -preguntó Churchill.

– No estoy seguro -respondió Vicary, que se servía una taza decafé en el aparador-. Deseo creerle, pero hay algo que me incordia. Y maldito si sé qué es.

– En su pasado -dijo Boothby-, nada sugiere que sea un agente alemán o que nos traicione espontáneamente. Después de todo, fuimos nosotros quienes acudimos a él. Se le reclutó para que trabajase en Mulberry, no se presentó voluntario. De haber sido un agente desde el principio, habría llamado a nuestra puerta en cuando se desencadenó la guerra, intentando situarse en una posición importante.

– Estoy de acuerdo -convino Eisenhower.

– Su historial es excelente -continuó Boothby-. Ya ha visto su expediente. La ficha del FBI no presenta el menor dato negativo. Tiene todo el dinero del mundo. No es comunista. No sodomiza niños. No hay motivo alguno para sospechar que simpatice con la causa alemana. En resumen, no hay ninguna razón para sospechar que ese hombre sea un espía o que lo hayan coaccionado para que se dedique al espionaje.

– Todo eso es cierto -dijo Vicary, pensativo. ¿Cuándo diablos se convirtió Boothby en el presidente del club de fanáticos de Peter Jordan?-. ¿Pero qué me dicen de ese otro, Walker Hardegen? ¿Se le hizo una revisión completa antes de que Jordan ingresara en el equipo Mulberry?

– Un examen a fondo -declaró el general Betts-. Al FBI le preocupaban esos contactos alemanes mucho antes de que el departamento de Guerra pensara en abordar a Jordan con vistas a esa colaboración en Mulberry. Examinaron con lupa los antecedentes de Hardegen. No descubrieron ningún maldito detalle negativo. Hardegen está tan limpio como una patena.

– Bueno, me quedaría más tranquilo si echasen otra mirada -dijo Vicary-. ¿Cómo rayos supo esa mujer que era la persona a la que tenía que liar? ¿Y cómo se hizo con el material? He estado dentro de la casa. Es posible que ella accediese a los documentos sin que él se enterase, pero le resultaría muy peligroso. ¿Y qué hay de su amigo Shepherd Ramsey? Me gustaría que lo pusieran bajo vigilancia y que el FBI examinara su historial más profundamente.

– Estoy seguro de que el general Eisenhower no tendrá problemas en ese aspecto, ¿verdad, general? -dijo Churchill.

– No -repuso Eisenhower-. Deseo que ustedes, caballeros, den los pasos que consideren necesarios.

Churchill se aclaró la garganta.

– Esta conversación es muy interesante, pero no enfoca nuestro problema más apremiante -expuso-. Parece que ese muchacho, intencionadamente o no, ha puesto una parte muy significativa de los planes de la Operación Mulberry directamente en manos de una espía alemana. Ahora, ¿qué vamos a hacer en cuanto a eso?¿Basil?

Boothby miró al general Betts.

– ¿Qué pueden discernir de ese documento los alemanes respecto a la Operación Mulberry ?

– Es difícil de determinar -respondió Betts-. El documento que Jordan llevaba en la cartera no daba un cuadro completo, sólo un fragmento condenadamente importante del conjunto. Mulberry está formada por muchos componentes, como seguramente todos ustedes saben. El documento sólo les informará de los Fénix. Si verdaderamente se encuentra camino de Berlín, se volcarán sobre él los analistas e ingenieros alemanes. Si son capaces de determinar el propósito de los Fénix, no les resultará difícil descubrir el secreto del proyecto de los puertos artificiales. -Betts titubeó, grave la expresión-. Y, caballeros, si llegan al convencimiento de que estamos construyendo un puerto artificial, es muy posible que den el salto definitivo y lleguen a la conclusión de que vamos a lanzarnos por Normandía, no por Calais.

– Creo -intervino Vicary- que debemos asumir que tal es el caso y proceder en consecuencia.

– Sugiero utilizar a Jordan como señuelo para inducir a Catherine Blake a salir a terreno descubierto -propuso Boothby-. La arrestamos, la ponemos bajo las deslumbrantes luces de los focos y la hacemos trabajar para nosotros. La utilizamos como embudo para proyectar el humo hacia los alemanes, devolvérselo y confundirlos, para intentar convencerlos de que Mulberry es cualquier cosa menos un puerto artificial construido para desembarcar en Normandía.

Vicary carraspeó levemente y dijo:

Estoy de acuerdo con la segunda parte de su proposición, sir Basil. Pero sospecho que la primera no va a ser tan fácil como parece.

– ¿Su opinión, Alfred?

– Todo lo que sabemos acerca de esa mujer indica que es un elemento altamente preparado y absolutamente implacable. Dudo de que podamos convencerla para que colabore con nosotros. No es como los demás.

La experiencia me ha demostrado que todo el mundo colabora cuando se enfrenta a la perspectiva de morir ahorcado, Alfred. ¿Pero qué sugieres?

Sugiero que Peter Jordan continúe viéndola. Pero a partir de ahora controlaremos lo que haya dentro de la cartera y lo que guarde en la caja de caudales de su casa. Le daremos carrete a esa mujer sin dejar de vigilarla. Descubriremos el sistema que emplea para hacer llegar el material a Berlín. Descubriremos a los otros agentes de la red. Luego la arrestaremos. Si embaucamos limpiamente a la red, nos pondremos en condiciones de enviar directamente material de Doble Cruz a las más altas instancias de la Abwehr… hasta la invasión.

¿Qué opinas del plan de Alfred, Basil? -preguntó Churchill.

– Es brillante -dijo Boothby-. ¿Pero y si son correctos los temores del propio Alfred acerca del capitán de fragata Jordan? ¿Y si es en realidad un agente alemán? Jordan se encontraría en situación de ocasionar un daño irreparable.

– Ocurriría lo mismo también en el caso de su plan, sir Basil. Me temo que es un riesgo que vamos a tener que correr. Pero Jordan no estará a solas con ella ni con nadie más durante un solo segundo. A partir de ahora, se le vigilará las veinticuatro horas del día. A donde vaya, iremos nosotros. Si vemos u oímos algo que no nos guste, entraremos en acción, arrestaremos a Catherine Blake, y haremos las cosas al modo que usted propugna.

Boothby asintió.

– ¿Cree que Jordan se prestará al juego? Después de todo, ha reconocido que estaba enamorado de esa mujer. Ella le traicionó. No creo que bajo ninguna condición se muestre dispuesto a seguir manteniendo relaciones sentimentales con ella.

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