Carly Phillips - Lo que los hombres quieren

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La columnista Rina Lowell estaba intentando averiguar qué era lo que querían los hombres y necesitaba saberlo por cuestiones muy personales… porque se estaba volviendo loca por su nuevo jefe, Colin Lyons. Después de muchos años viviendo para los demás, Rina había recuperado su vida… y su sexualidad. Y, ¿qué mejor que una aventura para volver a ponerse en marcha de verdad?
Colin Lyons no entendía a las mujeres, y menos la maniobra de seducción que Rina había puesto en marcha. Lo cierto era que no deseaba resistirse… Rina era demasiado atractiva. Y no pudo evitar acabar en la cama con ella; pero no sospechaba que estaba a punto de despedirla…

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Desde aquel beso, estaba permanentemente excitado. Y desde el momento en que la vio aquella mañana, no deseó otra cosa que tener más de ella. Por increíble que pareciera, Rina había conseguido que se volviera loco por ella.

Era la primera vez que una mujer le afectaba de un modo tan intenso. Incluso ahora, mientras trabajaban en escritorios contiguos, se miraban de vez en cuando en silencio. Y a pesar de las gafas que llevaba Rina, Colin podía ver el brillo de sus ojos, una invitación silenciosa de la que tal vez ni siquiera fuera consciente.

Había tenido intención de invitarla a la fiesta de Emma para tratar el asunto de Corinne, pero no lo había hecho por eso. Lo había hecho porque no iba a permitir que estuviera sola durante las vacaciones, sin familia, sin amigos, en una ciudad todavía desconocida para ella. No después de haberlo escuchado y de haberse interesado por él, después del desafortunado comentario sobre el árbol de Navidad de la editora.

Se preguntó cuándo había sido la última vez que había confiado sus sentimientos a una mujer. Su ex esposa, Julie, le había enseñado que confiar podía resultar muy doloroso y que era mejor no contar con nadie.

Viajar era una de las cosas que más le gustaba. Tal vez, por huir del dolor. Pero en aquel caso, no podía hacer nada por evitar el deseo que sentía hacia la joven periodista.

A medida que maduró, comprendió que podía hacer algo útil si combinaba su experiencia viajera con su talento periodístico. Cuando Julie lo abandonó, decidió que había llegado el momento de intentarlo, así que dejó su trabajo y abandonó el país.

Desde entonces nunca se había sentido tan cerca de ninguna otra mujer. Y allí estaba, compartiendo su dolor con Rina, alguien a quien acababan de presentarle. Irónicamente, sospechaba que le entendía mucho mejor que Julie; pero debía salvar el periódico y no podía olvidar que tenía una misión. No quería arriesgarlo todo por un simple deseo. Debía actuar y debía hacerlo con rapidez. Acaba de recibir una llamada de la directiva de Fortunes Inc, interesándose por la evolución de los cambios en el periódico.

Por otra parte, estaba el factor psicológico. Tanto Ron Gold como Bert Hartmann, el director de Fortunes, eran amigos de Joe y lo habían ayudado a levantar el periódico en los viejos tiempos. Colin no quería decepcionar a Joe y permitir que al regresar descubriera que había perdido el respeto de sus amigos. El Ashford Times debía estar fuera de peligro cuando su padre adoptivo saliera del hospital.

En aquel preciso instante, Corinne apareció en la redacción. Iba cantando una canción navideña. Se aproximó a él y dijo:

– He venido a invitarte a la fiesta de Navidad del periódico -dijo.

– La familia de Emma va a dar una fiesta este sábado. Todos estamos invitados, así que, ¿por qué no ahorras dinero y lo celebramos allí?

– No seas aguafiestas, Colin -intervino Rina-. Es lógico que Corinne quiera dar una fiesta para sus empleados.

La reacción de Rina dejó bien claro, a ojos de Colin, que la editora no la había informado sobre la situación económica del diario. La culpa no era de la joven, y además, desde su conversación matinal creía conocerla mejor. Era obvio que había crecido en una familia sin demasiado dinero y que entendería bien su preocupación por el periódico.

– Rina tiene razón -dijo Corinne con una sonrisa-. Me alegra saber que alguien aprecia mis ideas.

– No te equivoques, Corinne, yo también las aprecio -dijo Colin en voz baja.

Rina tosió y lo miró de soslayo, enarcando una ceja. Evidentemente, había notado que el comentario de Colin no podía estar más lejos de la verdad.

Entonces, Corinne dio varias, palmas para llamar la atención de sus empleados y dijo:

– Escuchadme todos. El viernes por la noche vamos a tener una fiesta en el restaurante Seaside. Podéis ir con invitados.

– Corinne, espera…-intentó decir Colin.

Corinne se dio la vuelta con intención de marcharse.

– ¿Adónde vas? -preguntó él.

– A planear el menú. También quiero comprar regalos para los empleados. Creo que a Joe le gustaría.

– A Joe le gustaría más que estuvieras con él en el hospital. Ve a su lado y pregúntale si quiere que te gastes el poco dinero que le queda al periódico en cosas triviales -declaró en voz baja para que sólo ella pudiera escucharlo.

Colin estaba muy enfadado con la actitud de la mujer. No sólo ponía en riesgo el periódico, sino que además habían dividido el día de tal manera que ella debía estar con Joe por la mañana, y él, por las tardes. Pero Corinne no cumplía con su parte del pacto.

– Me niego a molestar a Joe con preocupaciones mientras se está recuperando -dijo ella-. Y por otra parte, te preocupas demasiado.

– Tal vez, pero tú no te preocupas lo suficiente. Bert Harmann ha llamado para recordarnos las intenciones de Fortune's Inc. Tienes que conseguir que el abogado de la empresa me dé poderes para poder actuar o firmar una declaración en la que te comprometes a cambiar el rumbo del periódico -declaró Colin, pasándose una mano por el pelo-. Maldita sea, Corinne, bastaría con que te limitaras a publicar noticias en portada. Con eso podríamos seguir sin perder a nuestro principal anunciante.

Corinne negó con la cabeza.

– Lo siento, no voy a hacerlo. Tengo una intuición y creo en ella.

La editora se dio la vuelta y se marchó, dando por concluida la conversación. Pero antes de marcharse, pasó por la mesa de Emma y dijo:

– Emma, Colin parece un poco estresado. Tal vez deberías buscarle una mujer.

Emma rió y Rina se humedeció los labios. El gesto de la joven bastó para que se sintiera dominado una vez más por el deseo y se dejara llevar por pensamientos bastante más agradables que el periódico.

– Estoy segura de que Colin puede elegir a sus propias mujeres -dijo Rina.

– ¿Qué sucede? -preguntó él-. ¿Te preocupa que Emma pueda encontrarme a alguien que me distraiga de ti?

– En absoluto. Confío plenamente en lo que tengo que ofrecer.

– Me alegra saberlo. Pero aunque no fuera así, no tendrías que preocuparte. Cuando me planteo un objetivo, no lo abandono.

El problema de Colin era que ahora tenía dos objetivos, no uno solo. Por una parte, debía salvar el periódico, hacerle un favor a Joe y demostrarse a sí mismo que no había fallado a su padre adoptivo.

Pero, por otra parte, estaba Rina. No podía negar la atracción que sentía hacia la joven y deseaba ser algo más que un compañero de trabajo que la había besado.

Días más tarde, Rina aún no había olvidado las palabras de Colin. Había dicho que, cuando se planteaba un objetivo, no lo abandonaba; y estaba claro que, en ese caso, el objetivo era ella.

Se estremeció, sin saber si su entusiasmo se debía a la excitación que la dominaba o al simple y puro nerviosismo por la fiesta de aquella noche, a la que iba a asistir en compañía de Colin.

Llevaba toda la semana imaginando el momento. El viernes por la noche había estado en la fiesta de Corinne, pero Colin no apareció. Sin embargo, tampoco le extrañó demasiado; ya sabía que pasaba algo entre ellos, y ahora también sabía que él tendía a alejarse de lo que lo incomodaba.

En la fiesta del periódico, casi todos los hombres estaban casados o mantenían relaciones de otro tipo, así que Rina se dedicó a hablar con las mujeres. Aprovechó la noche para tomar notas de sus comentarios sobre los hombres y sobre todo lo que ellas creían que les gustaba de las mujeres. Casi todas ellas estuvieron de acuerdo en que, en lo relativo a las relaciones emocionales, a los hombres les importaba más la personalidad de una mujer que su aspecto.

Pero el aspecto era esencial en una relación y desde luego en el comienzo de una relación. Además, su primera columna de la serie Simplemente sexy titulada Atracción sexual ya había aparecido en el periódico y había recibido multitud de mensajes de correo electrónico de lectores. A juzgar por su reacción, había tenido un gran impacto.

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