– ¿Me estás llamando cobarde? -preguntó Rina en tono de broma.
Colin le pasó un brazo por encima de los hombros, la invitó a sentarse con él en el sofá y la miró.
El corazón de ella comenzó a latir más deprisa. Pero esta vez no era el deseo, sino una descarga de adrenalina provocada por la incertidumbre. Había llegado el momento de la verdad. Ahora tenía que enfrentarse a su propio pasado o arrepentirse el resto de su vida.
– No te puedo prometer que no me entre el pánico un día de estos -dijo ella.
– Puedo asumir cierta dosis de pánico. De hecho, yo también estoy acostumbrado a sentir esas cosas. Pero he pedido un crédito y Corinne ha pedido otro poniendo su casa como aval. Con ello devolveremos el dinero que nos habían prestado y creo que salvaremos el periódico. Ahora, Corinne y yo trabajamos juntos -dijo Colin, entre risas-. ¿Quién lo habría pensado?
– ¿Habéis puesto en peligro la casa de Joe y de Corinne y tus propios ahorros por el periódico?
– No. Por ti. No tenía por qué devolverle el dinero a Ron ahora mismo. Pero quería hacerlo porque él no confía en el trabajo que Emma y tú estabais haciendo. Y no me gusta que pongan en duda tu capacidad.
Rina se estremeció, emocionada.
– Colin, lo siento mucho. Te culpé de todo y ahora sé que has arriesgado mucho por mí… No sé qué decir.
– Yo sí lo sé -dijo él con una sonrisa maliciosa.
Ella se inclinó hacia él, esperando.
Colin le acarició una mejilla y la mujer sintió un intenso deseo.
– Puedes decir que tú también me amas -declaró él.
– ¿Me amas?
– Es lo que acabo de decir.
– De un modo más bien retorcido…
– Está bien, lo haré a tu modo entonces: Te amo.
– Yo también te amo, Colin.
Colin sonrió de nuevo y la besó apasionadamente. Llevaba mucho tiempo deseando hacerlo. Y cuando se apartaron, abrió un cajón de la mesa que estaba junto al sofá y dijo:
– Durante la fiesta de Navidad, tuve que marcharme llevándome esto en el bolsillo. No tuve ocasión de dártelo.
Entonces, abrió la mano y le dio un brazalete de diamantes.
– Es precioso -dijo ella con sinceridad, mientras se lo probaba.
– He pasado muchas noches mirándolo, imaginando cómo quedaría en tu muñeca… Feliz Navidad, Rina.
– Feliz Navidad, Colin -dijo, con ojos llenos de lágrimas.
– ¿Qué te sucede? -preguntó preocupado.
– Nada, que no tengo nada especial que darte…
– ¿Y qué me regalarías?
– Mmm. Un papel y un bolígrafo, para que nunca te olvides de escribirme.
– Si quieres, te escribiré notas de amor el resto de nuestras vidas.
– ¿Eso es una propuesta?
– Por supuesto que sí.
Una vez más, Colin volvió a abrir el cajón de la mesita y extrajo la segunda parte del regalo.
– ¿No pensaste que esa cajita vacía era algún tipo de insinuación? -preguntó él.
– ¿Así que fuiste tú el que me la regalaste?
– Por supuesto. ¿Se te ocurre algún otro hombre que pudiera enviarte notas y regalos personales?
– Te olvidas de las flores…
– Yo no te envié ningún ramo de flores.
– ¿Y tampoco me enviaste mensajes de correo electrónico?
– No -dijo, cada vez más celoso.
– Relájate, no temas. Creo que el responsable de todo esto es una mujer de ochenta años…
– Emma no lo hizo.
– Lo hizo.
– Está muy ocupada. Stan va a pedirle su mano…
– Me gustaría que lo intentara. De hecho, me gustaría ver cómo intenta domar a una mujer independiente. Eso no es posible.
– ¿En tu caso tampoco?
– ¿Tienes intención de hacerlo?
– Corazón, pensé que nunca lo dirías. Mi primera intención es domarte.
Entonces, Colin abrió la mano y le enseñó un anillo de diamantes.
– Ahora, me perteneces -añadió.
Ella tomó el símbolo de su amor y lo miró durante unos segundos antes de apretarlo contra su pecho.
– Eres tan especial, Colin… Te amo.
Él sonrió.
– Yo también te amo. Lo que me lleva al segundo paso. Te has quedado callada, sin habla, así que supongo que ya he empezado a domarte. ¿Qué te parece si seguimos con el juego?
A Rina le encantaba bromear con él, charlar con él, estar con él. Puso una mano sobre sus piernas y la subió hasta colocarla sobre su duro sexo.
– Mmm. Creo que a mí también me gustaría seguir con el juego.
Colin sonrió, se recostó en el sofá y dejó que lo acariciara. Después, ella le desabrochó los pantalones y se los bajó, junto con los calzoncillos, hasta los pies. Ahora lo tenía a su merced, y comenzó a demostrarle con la lengua quién era el ama y quién el esclavo.
Más tarde, estuvo encantada de asumir ella el papel de sierva. Y luego, hicieron el amor como iguales. Era algo tan maravilloso que a Rina no le habría importado seguir así durante el resto de su vida.
Carly Phillips inicio su carrera como escritora en 1999, desde entonces ha publicado más de 20 novelas, que han estado entre las más vendidas en las listas más conocidas de Estados Unidos. Actualmente publica en dos sellos, Harlequín y Warner.
Carly vive en Purchase, New York con su marido, sus dos hijas pequeñas y un juguetón Wheaton Terrier.
Su pasatiempo favorito es leer, le gusta escuchar opera y le encanta recibir correos de sus lectoras, ya sea por mail o por correo normal. También se confiesa adicta a la televisión, especialmente a las telenovelas y acostumbra a tenerla puesta incluso mientras trabaja. Pero no todo es “diversión” en la vida de Carly, cuando no se encuentra escribiendo, colabora activamente con varias asociaciones benéficas.
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