Carly Phillips - Lo que los hombres quieren

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La columnista Rina Lowell estaba intentando averiguar qué era lo que querían los hombres y necesitaba saberlo por cuestiones muy personales… porque se estaba volviendo loca por su nuevo jefe, Colin Lyons. Después de muchos años viviendo para los demás, Rina había recuperado su vida… y su sexualidad. Y, ¿qué mejor que una aventura para volver a ponerse en marcha de verdad?
Colin Lyons no entendía a las mujeres, y menos la maniobra de seducción que Rina había puesto en marcha. Lo cierto era que no deseaba resistirse… Rina era demasiado atractiva. Y no pudo evitar acabar en la cama con ella; pero no sospechaba que estaba a punto de despedirla…

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Desde que perdió a sus padres, no había hecho otra cosa que poner distancias con respecto a los demás, esperando no tener que volverse a enfrentar, otra vez, con el sentimiento de pérdida. Y ahora, la amenaza de la marcha de Rina volvía a colocarlo en la misma situación.

Pero esta vez no iba a huir. Iba a luchar por lo que quería.

Capítulo 12

Primero llegó un ramo de flores a la casa de Rina. Un ramo de rosas rojas con una tarjeta que sólo tenía tres palabras: Por favor, quédate.

Después, fue a comprobar su correo electrónico y vio que Colin le había enviado una tarjeta desde el servidor del periódico, que decía: Las disputas de los amantes están hechas para ser olvidadas.

Y por último, encontró una cajita en el cajón de su escritorio. Era una cajita vacía, tapizada en terciopelo, con una nota en la que se podía leer: Los mejores regalos se dan en persona. Perdóname.

Los regalos eran encantadores, muy románticos y destinados a llegarle al corazón. Pero el último, que obviamente implicaba la promesa de un anillo, la emocionó especialmente. Sin embargo, enseguida pensó que aquél no era el estilo de Colin. Él era más directo. Era evidente que alguien lo estaba ayudando. Entonces, sonó el teléfono.

– ¿Dígame?

– Hola, Rina, soy Cat.

– Hola, Cat…

– ¿Has sobrevivido a las Navidades? Cuando organizo una fiesta en mi casa, luego sólo quiero pasar varios días en la cama. Puede llegar a ser muy pesado.

– Comprendo lo que quieres decir, pero estar con todos vosotros fue divertido…

– Pues parecía que hubieras perdido a tu mejor amigo…

– Emma siempre ha dicho que eres muy intuitiva.

– Y cotilla también -dijo, estallando en carcajadas-. ¿Van mejor las cosas entre Colin y tú?

– Sí.

– Perdóname que lo dude, pero no te creo. Colin me llamó a noche y no se encontraba nada bien.

– Puedo asegurarte que lo que sucede no es culpa mía, Cat.

– Bueno, no recuerdo haber tenido ningún problema importante con Logan cuando nos conocimos, pero para aceptar a otra persona es necesario antes aceptarse a sí mismo.

Rina suspiró.

– Entiendo lo que quieres decir.

Rina sabía que Colin la aceptaba como era. Y comprendía que él se había encontrado en una situación muy complicada. No podía decirle tranquilamente que para salvar el periódico debía despedirla. Pero ahora deseaba que lo hubiera hecho.

Al igual que Robert, Colin sólo quería darle lo que deseaba. Pero a diferencia de su difunto marido, la escuchaba, aceptaba sus necesidades y no quería ser el hombre que destrozara sus sueños.

Al pensar en ello, suspiró otra vez.

– ¿Te ocurre algo? Oigo tu respiración, pero no te escucho.

Rina sonrió.

– ¿Te parece que Colin es el típico hombre que envía flores y notas anónimas? -preguntó.

Cat rió.

– No. ¿Es que te las está enviando?

– Sí.

– Emma… -dijeron las dos a mismo tiempo.

– Sí, parece cosa de Emma -dijo Rina-. Parece que sus propias relaciones personales no la mantienen tan ocupada como creía.

– Nunca estará tan ocupada. Pero bueno, yo te llamaba para saber si me dejé el otro día mi bandeja preferida en tu casa…

– Sí. Si quieres, podemos quedar a comer la semana que viene y te la devolveré.

– Me parece bien.

Tras quedar para la semana siguiente, Rina colgó el teléfono y miró a su alrededor. Cuando cerraba los ojos, podía ver a Colin por todas partes.

Lo echaba mucho de menos. Pero lo echaría aún más de menos si permitía que las cosas empeoraran. Ya había perdido a Robert en una inesperada tragedia y no quería que le rompieran el corazón de nuevo. Pero sabía que el control era una ilusión y que se había enamorado a pesar de todo de un hombre que tal vez se marchara a la primera oportunidad, aunque no fuera consciente de ello.

Se frotó las sienes. Ni siquiera sabía qué pretendía Colin de aquella relación. Pero la pregunta, en aquel momento, era otra: ¿Estaba dispuesta a aceptarlo a él?

Colin pasó toda la semana recopilando información. Los contables del diario le dijeron que la situación económica estaba mejorando, y los anunciantes le dieron el visto bueno para las nuevas secciones siempre y cuando no afectaran a las noticias generales. Al final, la mezcla del viejo formato y del nuevo iba ser la solución más adecuada.

Al final, incluso el director de Fortune’s había decidido darles más tiempo, gracias a su afecto por Joe. Aunque era un hombre chapado a la antigua, se contentaría con aceptar las nuevas columnas si no sustituían a las noticias importantes en portada.

Por otra parte, el banco había decidido extenderles el crédito, que era justo lo que necesitaba para mantener la columna de Rina y devolverle su confianza en sí misma. Si después de todo lo que había hecho seguía empeñada en marcharse, ya no se le ocurría qué podía hacer.

Cuando llamaron al timbre de su casa, a última hora de la tarde de Nochevieja, se sorprendió. No tenía planes y no esperaba a nadie.

Abrió la puerta y se encontró con Rina.

– Qué sorpresa…

– Quería hablar contigo, pero no podía hacerlo en el trabajo. ¿Puedo pasar un rato?

– Por supuesto.

Él la ayudó a quitarse el abrigo y lo colgó en la percha de la entrada. Después, la acompañó al salón. Llevaba un sobre que apretaba contra su pecho.

– ¿Qué llevas ahí?

– Algo que creo que simplificará tu vida. Sé que nuestra relación complicó las aspiraciones que tú tenías para el periódico y que, con Joe enfermo, no tenías más remedio que intentar salvarlo. Así que toma.

– ¿Qué es? ¿Tu renuncia? -preguntó, entristecido.

– Sí.

– Rina, esto no es lógico ni necesario. ¿Por qué dejas un trabajo que obviamente te encanta?

– Todas las cosas buenas terminan en algún momento. Además, y como dijiste, el periódico tiene problemas económicos y mi marcha es una de las soluciones posibles.

– Si no recuerdo mal, te dije que salvaría tu empleo y el de Emma.

– Pero tienes que concentrarte en lo que es mejor para el diario, no en lo que es mejor para mí.

– Al menos, ¿crees que quiero salvar tu puesto?

– Sí, lo creo.

– Y si te dijera que ya lo he salvado, ¿te quedarías?

– ¿Es una pregunta hipotética? Lo pregunto porque no tengo ganas de seguir jugando.

Por primera vez, Colin notó sus ojeras. Al parecer, estaba durmiendo tan poco como él.

– Yo tampoco quiero jugar. Es una pregunta clara y directa.

– Me quedaré aquí aunque el Ashford Times no tenga un empleo para mí.

Colin se sorprendió mucho. No esperaba escuchar algo así.

– Me haces muy feliz, Rina.

– ¿Por qué? ¿Es que piensas quedarte tú también?

– Por supuesto. Ya te dije el otro día que no voy a marcharme a ninguna parte. Mi familia está aquí, mi nuevo trabajo está aquí, y lo más importante de todo: tú estás aquí.

– Tú familia siempre ha estado aquí.

Él rió.

– Eso es obvio. Pero mi corazón no lo estaba.

– ¿Y ahora lo está?

– Sí. Necesitaba enfrentarme a mi pasado para tener un futuro. Y ya lo he hecho, gracias a ti -dijo, tomándola de las manos-. El día que te conocí, supe que eras especial. Que tenías la habilidad de cambiarme.

– ¿Cambiarte? ¿Cómo?

Rina se sintió inmensamente feliz. Había estado a punto de perderlo todo, pero ahora tenían otra oportunidad.

– Cambiarme para mejor… Antes, siempre huía. Pero ya no voy a seguir huyendo. Tengo demasiadas cosas aquí.

– ¿Y yo estoy incluida entre ellas?

– Si tú también dejas de huir, sí.

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