– ¿Estás intentando decirme que has cambiado de opinión? -acarició su pelo.
– No, no he cambiado de opinión. Sigo respetando mi primera decisión. Pero quiero que sepas algo más -se interrumpió un instante-. No espero nada de ti. Cuando todo esto termine, podrías marcharte sin mirar atrás. No haré nada para detenerte.
El sonido del teléfono hizo añicos el silencio que siguió a la declaración de Kayla y le ahorró a Kane una respuesta. Kayla miró el reloj.
– No conozco a nadie capaz de llamarme a estas horas.
– Contesta -le pidió Kane.
Kayla descolgó el auricular.
– ¿Diga?
– Estoy dispuesto a terminar con todas sus triquiñuelas para evitarme.
Kayla se llevó la mano a la herida que tenía en el cuello.
– Yo… tengo algo que podría interesarle.
– ¿Está dispuesta a comenzar otra vez?
Aquella respuesta la sobresaltó. No esperaba que le hiciera una sugerencia de ese tipo. Evitó contestar.
– Estoy lista para poner en marcha lo que sea… ¿Para quién dijo que trabajaba?
Se oyó una fría carcajada al otro lado de la línea.
– Yo no trabajo para nadie. Y esto no tiene nada que ver con el trabajo. Mi madre está enferma. Y quiere los cuadernos de crucigramas que su tía solía hacer. Estoy seguro de que se entretendrá mucho con ellos.
– Los tengo.
– Mañana al mediodía nos veremos. Deshágase de su novio y lleve los cuadernos al Café Silver -colgó el teléfono.
– No habéis hablado tiempo suficiente -musitó Kane.
– Lo he intentado.
– Lo sé -le quitó el teléfono de la mano y fue entonces consciente de la fuerza con la que Kayla agarraba el auricular. Tenía miedo, pero podría enfrentarse a la situación.
– ¿Qué más te ha dicho? -preguntó Kane, agarrándola por los hombros.
– Sabe lo de los crucigramas, y también que los hizo mi tía. Y quiere que nos veamos mañana en… en… -se interrumpió de pronto-. Me ha estado siguiendo.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Quiere que nos veamos en el café al que me llevaste tú. Eso no es una coincidencia. Jamás había estado allí. También me ha dicho que me deshaga de ti y que vaya sola. ¿Cómo puede saber tantas cosas? ¿Durante cuánto tiempo ha estado siguiéndome? -elevó la voz.
– Kayla -intentó tranquilizarla Kane-, eso es lo que él pretende, que te pongas nerviosa.
– Pues lo está haciendo muy bien.
– Entonces no vayas a encontrarte con él. Nadie te culparía porque no lo hicieras y yo podría encargarme de él.
– Sabes que no puedo -lo miró a los ojos.
– Entonces no permitiremos que nos gane. No dejaremos que te haga pensar que no estás a salvo -la estrechó entre sus brazos-. Porque lo estás.
Kane no sabía durante cuánto tiempo habían estado abrazados Pero en algún momento, ambos se habían tumbado en la cama y, al final, Kayla había conseguido dormirse.
Kane se había levantado entonces para llamar a Reid desde el teléfono de la cocina. Su jefe había descolgado el teléfono al primer timbrazo.
– Se van a ver mañana. Al mediodía.
– Eh, McDermott. ¿Me has despertado a esta hora para mandarme un telegrama telefónico?
– No, jefe -Kane le contó todos los detalles de la conversación telefónica de Kayla-. Al mediodía, ese lugar está lleno de gente, así que lo único que tengo que hacer es vestirme decentemente y sentarme a comer en uno de los reservados, justo al lado de ellos.
– Ni lo sueñes. Si os siguió la primera noche que salisteis, te reconocerá al instante.
– Si no voy yo al restaurante, no habrá reunión.
Reid debería haberlo amonestado por su falta de disciplina. Pero no lo hizo. Al otro lado de la línea, se oyó una dura carcajada.
– Si no te conociera mejor, McDermott, diría que pretendes hacer mi trabajo.
– Preferiría pudrirme a tener que trabajar sentado detrás de un escritorio.
Reid contestó con una nueva carcajada.
Kayla se acercó por tercera vez a su armario. Blusas de seda, pantalones de lino…
¿Pero de verdad esperaba que cambiara el contenido de su armario sólo porque hubiera cambiado ella? Incluso cuando trabajaba como contable, llevando trajes de chaqueta y anticuadas blusas, no cambiaba de forma de vestir durante los fines de semana. De hecho, era una suerte que tuviera un par de vaqueros, teniendo en cuenta las pocas ganas que había tenido siempre de ponérselos.
Hasta que Kane había entrado en su vida.
Desde entonces se sentía diferente. Y lo único que se le ocurría para poner fin a sus problemas de vestuario era hacer una incursión al armario de Catherine. Unos cuantos viajes a la habitación de su hermana y encontró la solución: un par de botas negras de cuero encima de los vaqueros y una camiseta negra completarían su atuendo.
Estaba mirándose en el espejo, comprobando el resultado final, cuando vio a Kane en el marco de la puerta.
– Lista para la acción -se volvió hacia él-. ¿Qué te parezco?
– Esto no es una cita. ¿Qué demonios te crees que estás haciendo vistiéndote de esa manera?
Kayla reconoció al momento a qué se debía su malhumor. Había conseguido impresionarlo hasta un punto que le hacía sentirse incómodo. Misión cumplida, pensó para sí y sonrió.
– Me lo tomaré como un cumplido. ¿Te gusta?
– Claro que me gusta. Estás magnífica.
Kayla sonrió de oreja a oreja.
– Gracias, Kane -dijo con deliberada diversión.
La tensión desapareció del rostro de Kane.
– Así que los archivos tenían razón: aprendes rápido.
– Soy la mejor.
– Lo sé -musitó-. Ahora cámbiate.
– ¿Perdón?
– Supongo que no querrás excitar a ese tipo, ¿verdad? Tienes que separarte de él lo antes posible y convencerlo de que quieres salir del negocio, no acostarte con su próximo cliente.
– Por Dios, Kane. Llevo una camiseta de algodón y unos vaqueros. Un atuendo corriente para la mayor parte de las mujeres.
– Tú no eres como la mayor parte de las mujeres -musitó-. Por favor, cámbiate, hazlo por mí. No querrás que ese tipo reaccione de esa determinada manera.
– Si estás hablando de la ropa, me cambiaré. Pero si de lo que hablas es de mi actitud, tranquilízate. Obsesionarte no va a cambiar el resultado de lo que ocurra. Llevaré un micrófono escondido, sé que estarás cerca de mí y que estaré rodeada de protección.
– Y no tienes que moverte de tu asiento, tanto si quiere los cuadernos como si no, ¿lo has entendido?
– Teniendo en cuenta que me lo has dicho cerca de diez veces, habría sido imposible no comprenderlo. Relájate, Kane -después del pánico inicial de la noche anterior, había comprendido que nada podía alterar el destino… cualquiera que éste fuese-. Y ahora, creo que ha llegado el momento de comenzar a divertirme.
Kane entrelazó los dedos con los suyos. A Kayla le sorprendió el consuelo que encontró en aquel contacto, y también la fuerza de sus propios sentimientos.
– ¿Es eso lo que estás haciendo? -le preguntó Kane-. ¿Divertirte?
– ¿Qué otra cosa podía estar haciendo si no?
– Cambiar sorprendentemente ante mis ojos -la atrajo hacia él. Sus cuerpos se unieron y Kayla sintió la fuerza de su calor íntimamente contra ella.
En ese momento comprendió que podía estar con él por última vez. Una última vez.
– Me estás tentando, Kane.
– Es justo. Tú llevas mucho tiempo volviéndome loco -inclinó la cabeza y capturó sus labios. Aquél no fue un beso urgente y descontrolado, sino un beso lento y seductor. Kane deslizó la lengua entre sus labios y acarició con ella su boca, devorándola, excitándola, inundándola de recuerdos para el futuro.
Kayla no tenía duda. Para Kane, aquello estaba siendo una despedida.
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