1 ...6 7 8 10 11 12 ...28 Juan Miguel y Elián se encaminaron lentamente hacia su casa. Los acompañaban doce pares de ojitos infantiles.
– ¿Eliancito, no quisieras jugar con nosotros? – de improviso se oyó una tardía invitación de Lorenzo.
Elián se volvió asustado, luego esperanzado alzó los ojitos hacia el padre. Juan Miguel meneó la cabeza aprobativamente, y el hijo feliz se precipitó a correr apresuradamente hacia los niños mayores. Estos se desbandaron al instante por la cancha y con mucha seriedad iniciaron el sorteo. En esta ocasión Lorencito repartía a los niños en equipos. No permitirá más que el pendenciero Enrique ordene aquí. ¿Pero dónde habrá de jugar el chiquitín Elián, naturalmente, en mi equipo, y yo personalmente voy a proteger al hijo de Juan Miguel, si los chicos de Enrique se atreven a empujarle y jugar duro…
Satisfecho con el resultado del partido y la rica cena, que había preparado su papá, ya hacia la noche Elián se puso a bostezar. Juan Miguel lo tomó en sus brazos y lo trasladó a la cama. Cuidadosamente lo tendió de costado en ella y se acostó al lado, contemplando al chiquitín que se dormía.
– Duerme, querido mío, yo le dije a un ángel que te besara por mí, pero este volvió y dijo: “Los ángeles no besan a los ángeles” … Por eso yo mismo debo besarte.
Le dio un beso ruidoso en la mejilla y, mirando el reloj, comunicó:
– Son las dos. Pronto vendrá mamá.
Pero Elián ya no oía nada. Dormía dulcemente, inmerso en panoramas agradables y sueños dorados.
* * *
Elizabeth sorprendió al ex marido y al hijo durmiendo abrazados. Llegó por la mañana el insaciable Lázaro de improviso hizo un enroque, sin que se tomaran en consideración los planes de ella. Cabe decir, que Eliz no se reveló mucho cuando el amante la llevó, en vez de Cárdenas, a un lugarcito a la muy concurrida casa de trueno del Varadero nocturno. Allí se hallaba la discoteca “La Cueva del Pirata”, ubicada en una gruta natural.
…Los extranjeros y las extranjeras, que iban y venían en ansiosas búsquedas del amor cubano, fácilmente encontraban a muchachos y muchachas interesados en hacer zambullir a los turistas en, el poco acostumbrado para el ciudadano occidental, mundo de una sincera y despreocupada cordialidad, condimentada con un sexo excelente y bien ensayado.
Los descendientes de los conquistadores españoles y esclavos de Ruanda hacían salir del estado de depresión espiritual a las ninfas, desposeídas del mimo masculino, de la Europa, y las mulatas y mestizas cubrían de besos, derrotados por la emancipación, a los desdichados canadienses y, los que huyeron de las feministas al vedado cubano, a los papanatas alemanes.
Todo el mundo, salvo los veraneantes rusos, fácilmente pudieron evaluar la esencia que diferencia las civilizaciones. Estos turistas no pudieron notar la diferencia, se lo impedía hacer la enorme cantidad tomada de “daiquiris”, “mojitos” y “cubalibres”. La borrachera, que en ciertos momentos conllevaba al trastorno mental, no permitía plenamente concentrarse en lo mágico, lo que sucedía ante los ojos y gozar del sueño hecho realidad. Las cubanitas brincaban estando con los muchachos rusos, como delfines, que chapoteaban y se zambullían al lado de la orilla, en espera de exaltaciones infantiles. La reacción de los rusos, en el mejor caso, se asemejaba a la conducta de las iguanas desconfiadas, en el peor caso a la inmovilidad del cocodrilo.
Pero lo más inexplicable es el pago por el goce. En realidad, resultó ser más bien mísero en comparación con el equivalente de los gastos de servicios análogos en cualquier país de la viejecita Europa, sin hablar ya de Moscú. Enloquecida esta por el flujo de petrodólares, con sus prostíbulos, camuflados como clubes de striptease. Lo más extraño de la prostitución cubana consistía en que no era obligatorio el pago, si esto era por amor. Había de sobra voluntarios, tanto entre los turistas, como entre los locales, que estaban sedientos y ansiosos de compartir lo romántico. Aquí dominaba la sed de comunicación sobre el vergonzoso sentimiento de lucro. La causa es muy simple. Los cubanos no son solamente una nación. El cubano es el nombre del orgullo y de la independencia.
Pudieron liberarse del Imperio no solo de facto y de jure, muchos lograron alcanzar la independencia en sus propias cabezas. A esta cohorte numerosa los gobernadores ascetas en el transcurso de largos años de soberanía estatal le han inculcado el desaire hacia Su Majestad el Dólar, lo que, sin embargo, no repugnaba a la gente de ganancias casuales y ayudaba a considerar como temporal cualquier sindineritis. En Cuba pueden ser permanentes solo la temperatura del agua y el aire – de +21ºC a +27ºC el año entero. En tales condiciones del tiempo se fusiona precisamente la codicia. En lo que se refiere a Fidel… Él también es algo permanente. La amplitud de sus variaciones es insignificante. No permite que desaparezca el pueblo por el embargo económico. El genial longevo Fidel aparentaba ser una especie de corifeo ante los ojos de las masas. Se asemeja a los médicos cubanos, famosos en todo el mundo, que elaboraron un medicamento eficaz contra el SIDA. Solamente los esculapios cubanos pudieron hacer lo imposible e inventar un preparado, que mantiene el sistema inmune de los infectados por VIH. Solo Fidel fue capaz de realizar un milagro – una poción extraordinaria de vitalidad de un pueblo poco numeroso cercado por los enemigos. La fórmula del elixir se mantenía en absoluto y estricto secreto. Transcurridos los años lo misterioso se hizo evidente. Fidel no inventaba nada, él, llamándose ateísta, materializó en la práctica el postulado cristiano – no teman reproducirse. Dios no dejará sin sustento a sus hijos queridos…
Durante los cuarenta años de su gobierno la cantidad de habitantes del país se duplicó, mientras el incremento de la población del mundo occidental cuenta con unos mezquinos porcentajes. Las sanciones de Estados Unidos justamente así influyeron en los cubanos. La respuesta de Cuba fue la reproducción. A ésa contribuyeron aquellos mismos médicos. Y la educación cubana los hizo altamente cualificados, a lo expuesto no tenían nada que ver los proxenetas y criminales, lo que nos obliga a retornar la lógica y la continuidad de esta narración.
Pues, volvamos a nuestro héroe-amante. Jean-Baptiste Moliére, autor del inmortal “Tartufo”, cierta vez notó con aire de clarividencia: “Los envidiosos morirán, pero la avaricia – nunca…” Lázaro sufría de un malestar espiritual, viendo a una cubanita, paseando con algún extranjero a lo largo de la playa. Los dos se las daban de ser una pareja de amantes, arrullando como tortolitos.
Una cosa es el sexo inofensivo, lo que te da una posibilidad segura, al 100%, de conseguir divisas. No veía nada reprensible en tal tipo de “iniciativa empresarial”. Pero es completamente otra cosa entablar relaciones duraderas con estos acicalados dandis. ¡He aquí donde yace la verdadera traición! Así opinaba el mujeriego Lázaro, el Don Juan local, siendo antes barman, nunca desdeñaba arrancar sus intereses de las amiguitas, que fueron ofrecidas a los europeos. No le acusaba la conciencia cuando este vivía a expensas de las mujeres caídas. Otra cosa le sacaba de quicio – cuando las citas breves iban cobrando un carácter más serio. Entonces la indignación del ex barman se transformaba en ira y acababa en palizas y golpes contra las compañeras.
Justamente ahora, en “La Cueva del Pirata”, adonde trajo a Elizabeth la despreocupación rápidamente cambió por la irritación. Los nervios se rebelaron porque este lugarcito de moda estaba lleno de parejas de enamorados, donde desempeñaban el papel de machos los ricachones europeos y las hembras, conforme a la definición de sicología, eran sus compatriotas. ¡Tontas! ¡Están listas a entregarse por un ron con cola y bombones! ¡Qué beneficios se esfuman!
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