– ¿Papá, Maradona no puede venir antes? – preguntó el chiquillo a su papá.
– No, ahora tiene problemas con el calzado – contestó rápido Juan Miguel – No tiene con qué jugar. Las botas de fútbol se rompieron después de un sucesivo partido, y es que él estaba muy acostumbrado a estas.
– ¿Cómo se rompieron? – se sorprendió el niño.
– Es que demasiado fuerte chutó la pelota…
– Que se ponga otras botas nuevas – continuó Eliancito.
– El asunto es que él más bien se verá frustrado, porque empezará usando otras botas. Sus piernas no se sentirán cómodas llevando un calzado nuevo. Esto es como tu casa natal. Alguien quizás pueda tener un apartamento más espacioso con hermosos muebles, pero estando de visitas en algún lado, sueñas solamente una cosa, hallarte en tu casa donde eres dueño de ti mismo, donde la limpieza y el orden dependen solo de ti, donde no están desparramados los juguetes. ¡Y estás contento! Te alegran los huéspedes, siempre y cuando no se comporten groseramente en tu casa, aprovechando tu hospitalidad. En este caso, naturalmente, pedirás de manera cortés a tus visitantes, muy exaltados, que vuelvan a casita.
– ¡Volver a casita! – repitió el niño estas palabras y no se sabe por qué empezó a reír a carcajadas.
– Y tú dices: “Botas nuevas” … – resumió Juan Miguel – cuando Maradona repare sus botas queridas, entonces él vendrá a verte.
– ¿Cuándo las reparará? – Elián quisiera saber eso.
– Habrá de ser dentro de dos años – con pleno conocimiento de la causa, respondió papá – Cuando seas ya un delantero conocido.
– ¡Ah! – exclamó Elián – ¡Es que hay tiempo todavía! ¡Podré entrenar!
El ánimo del niño mejoró considerablemente. Volvió a correr hacia el borde del campo esperando recibir un pase, aunque siendo por error este, y no era importante de quién.
No hubo tal pase. La causa no era la avaricia de los niños, sino un caso de fuerza mayor que interrumpió el partido de fútbol. Uno de los chicos, salvando la portería, golpeó con tanta fuerza la pelota que esta cayó exactamente en el camino carretero. Echó a rodar hacia abajo por el empedrado y acertó a dar bajo las ruedas de un “Škoda” de alquiler. El turista español que conducía el coche, al oír el estallido, en ese mismo momento se puso en guardia. El turismo de poca cilindrada continuaba moviéndose. Eso significaba que no había causas de preocupaciones.
El cuadro que se abría ante los ojos de los niños del barrio, no era nada agradable, era una arrugada pelota de cuero con dos agujeros y ya no era apta más para jugar. Un pillo del equipo de Lorenzo alzó los restos de la pelota y, metiendo la mano en el orificio, pudo calmar al capitán diciendo:
– ¡Si la pelota estuviera entera, los despedazaríamos como a gatitos ciegos!
– ¡Así es! – aprobaron la declaración los restantes miembros del equipo – ¡Como a cachorros mudos!
Lorenzo, el “propietario” de la pelota magnífica o, mejor dicho, de lo que quedó de esta, hasta el último momento seguía estando en completa postración, de repente concibió que la derrota del equipo del odioso Enrique, condiscípulo-pendenciero, podría ser disputada en tiempos mejores. Los amigos de Enrique jugaban mejor y en esos segundos llegó una salvación inesperada. Lamentaba mucho lo ocurrido, pero, como se expresa su abuela de Miami, la cual visita al nieto una vez al año, “no hay mal que por bien no venga”. Justamente ella envió de Estados Unidos esta muestra futbolística.
– ¡Pues, olvidemos lo de la pelota! – opinó sobre eso el fanfarrón pequeño – mi abuela querida me enviará una pelota como esa y hasta aún mejor. ¡Entonces jugaremos el partido! ¡Y eso no les saldrá bien! – dijo de manera amenazante, dirigiéndose a los contrincantes, tomó la pelota pinchada y, sin lamentarse, la tiró al contenedor de basura.
Habiendo contemplado esto, los rapaces se desbandaron. Una pareja entrada en años, la cual ya hace una hora estaba sin hacer nada en el balcón, de manera casual, había oído estas réplicas y opinó de lo ocurrido:
– ¡Que niño tan mimado es este Lorencito! Su abuela Lucía, cuando huía de Cuba, dejó su hija con un niño de teta y ahora hace penitencia de sus pecados ante ella y el nieto. Los colma de regalos y les hace zalamerías, víbora – no de buena manera se expresó de la abuela de Lorenzo la señora canosa.
– Todo lo que envían los yanquis a Cuba, hay que aplastarlo y echar a la basura – con odio refunfuñó el anciano, héroe de la batalla de Playa Girón. – Ese es el destino de esta limosna americana.
En esto la historia no ha acabado. Apenas hubo amanecido, Juan Miguel dejó a Eliancito dormido y se dirigió a buscar el fatídico atributo futbolístico. Sin dificultad alguna encontró en la acera aquel mismo contenedor de basura y extrajo de él el regalo tirado de la abuela Lucía de Miami.
Por la mañana llamó al aún semidormido Elián para ir al campo de fútbol. El chiquillo dio un grito, cuando el padre, como un mago circense, sacó de un paquete, una pelota de fútbol y la golpeó levemente con la pierna, haciendo un pase al hijo. Este inmediatamente se reanimó, y la somnolencia se esfumó. De manera incansable corría tras la pelota, tropezaba, cayó varias veces, pero al instante se levantaba, animado por las palabras del padre:
– ¡Maradona nunca lloraba si se caía! A él le pegaban de manera muy dura. Los hombres verdaderos no lloriquean como las niñas. Se levantan inmediatamente. Se ponen de rodillas solamente los lacayos…
Eliancito, sudado, ni siquiera notó que casi una hora entera estuvo jugando con su papá al fútbol. Él ganó. No sabía que su padre no jugaba con plena entrega. Es que Juan Miguel sinceramente se apenaba e indignaba cuando le metían goles en su portería.
Una hora después de iniciarse el juego, Juan Miguel se cansó. No hay nada extraño. No pegó ojo durante la noche, haciendo meter trapos en la cámara de la pelota rota. Pero la primera etapa de esta muy minuciosa labor para reanimar la propiedad del ochoañero Lorencito era apenas la mitad del asunto. Cuando la cámara de la pelota estaba llena hasta el tope con una cantidad numerosa de capas de trapos, por delante había que realizar una operación, cuyas herramientas serían una gruesa aguja de la abuela Raquel e hilos irrompibles de nilón y un dedal de estaño.
El dedal no pudo proteger a Juan Miguel de unos cuantos pinchazos, no obstante, el resultado de su labor abnegada ya adquirió formas concretas hacia la mañana. La pelota “restaurada” parecía ser nuevita, y en cuanto al peso no lo superaba en mucho a la de la original.
– ¡Papá, ataja! – gritó Eliancito al padre y asestó un fuerte golpe a la pelota con la punta del pie.
Esta pasó volando sin acertar en la portería y rodando llegó hasta los mismos pies de Lorenzo, cargado de rabia. Toda la banda futbolística del barrio se había amontonado tras la espalda de su capitán.
– ¡Ud. robó mi pelota! – expuso Lorenzo su acusación a Juan Miguel. – ¡Esta pelota es mía! ¡No es suya! ¡Ud. es un ladrón!
Juan Miguel tomó de la mano a Eliancito y se aproximó callado a los niños ahí reunidos.
El pie de Lorencito pisaba demostrativamente su propiedad. Sentía el respaldo tácito de los compañeritos de equipo parados detrás de él. Ellos quedaron admirados de que uno de sus líderes no se hubiera asustado siquiera. La confrontación desigual entre el audaz capitán y el adulto musculoso don Juan, que resultó ser ladrón, podría terminar quién sabe cómo…
– Nunca ansiaba poseer los bienes ajenos. Me sobra lo que tengo – se puso a hablar tranquilamente Juan Miguel – Eso se lo estoy enseñando a Eliancito. Es que ayer alguien echó a la basura un objeto inservible, no apto para nada. Tuve que trabajar con mucho ardor para volverlo a la vida. Primero hubo que rellenarlo hasta el tope, luego coserlo con una aguja muy gruesa. Además, varias veces me herí el dedo. No habría posibilidad de corregir la situación de otra manera., es sabido que en toda la barriada no hay ni una bomba para este tipo de pelotas. Sea como sea – la pelota es tuya, pues llévatela. Lo que nosotros con mi hijito la aprovechamos jugando, que sea eso el pago por la reparación…
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