Su sonrisa se ensanchó.
Los chicos de Control de Animales salieron del dormitorio con las serpientes en un saco.
– Culebras -dijeron-. Inofensivas.
Uno de ellos le dio con el pie a la del pasillo.
– ¿Quiere que nos llevemos también ésta?
– ¡Sí! -dije-. Y hay otra por ahí perdida.
Se oyó un grito al fondo del pasillo.
– Bueno, ahora ya sabemos dónde buscar la serpiente número cuatro.
Los chicos de Control de Animales se fueron con las serpientes y Cari y Big Dog pasaron del salón al recibidor.
– Creo que ya hemos terminado aquí -dijo Cari-. Sería conveniente que revisaras el armario. Me parece que Big Dog ha matado un par de zapatos.
Joe cerró la puerta cuando salieron.
– Ya puedes bajarte de la encimera.
– Ha sido aterrador.
– Bizcochito, tu vida entera es aterradora.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Tu trabajo es una mierda.
– No más que el tuyo.
– A mí no me dejan serpientes en el picaporte.
– Los de Control han dicho que eran inofensivas.
Levantó las manos por el aire.
– Eres un caso perdido.
– Pero bueno, y ¿tú que haces aquí? No sé nada de ti desde hace semanas.
– He oído la llamada por la radio y he sentido una incontrolable necesidad de saber cómo te encontrabas. No has sabido nada de mí porque rompimos, ¿recuerdas?
– Sí, pero hay muchas maneras de romper.
– ¿Ah, sí? ¿Y ésta, de qué manera es? Primero decides que no quieres casarte conmigo…
– Eso fue de mutuo acuerdo.
– Luego sales con Ranger…
– Asuntos de trabajo.
Tenía las manos en las caderas.
– Volvamos a las serpientes, ¿vale? ¿Tienes alguna idea de quién ha podido dejarlas?
– Creo que podría hacer una lista.
– Jesús -dijo-, tienes una lista. No una o dos personas. Toda una lista. Tienes una lista entera de personas que podrían dejarte serpientes en la puerta.
– Los últimos dos días han sido muy intensos.
– ¿Es pizza eso del pelo?
– Me tropecé accidentalmente con el almuerzo de Andy Bender. Él es uno de los de la lista. Un tío llamado Martin Paulson tampoco está muy contento conmigo. Y luego está mi ex marido. Y tuve un desafortunado enfrentamiento con Eddie Abruzzi.
Aquello llamó la atención de Morelli.
– ¿Eddie Abruzzi?
Le conté lo de Evelyn y Annie, y su conexión con Abruzzi.
– Supongo que no me harás ni caso si te digo que te mantengas lejos de Abruzzi -dijo Morelli.
– Intento mantenerme lejos de Abruzzi.
Morelli me agarró por la pechera de la camiseta, tiró de mí y me besó. Su lengua tocó la mía y sentí un fuego líquido deslizándose por el estómago en dirección sur. Me soltó y se dio la vuelta para irse.
– ¡Oye! -dije-. ¿Qué ha sido eso?
– Locura transitoria. Me vuelves loco.
Y se fue tranquilamente por el pasillo y desapareció en el ascensor.
Me di una ducha y me puse una camiseta y unos vaqueros limpios. Esta vez decidí ponerme un poco de maquillaje y gomina en el pelo. Era como cerrar la cuadra después de que se hubieran escapado los caballos.
Fui a la cocina y me quedé mirando un rato al frigorífico, pero nada se materializó. Ni un pastel. Ni un sandwich caliente de salchichas. Ni un plato de macarrones con queso apareció mágicamente ante mis ojos. Saqué un paquete de galletas con trocitos de chocolate del congelador y me comí una. Se supone que había que hornearlas primero, pero me parecía un esfuerzo innecesario.
Había hablado con la mejor amiga de Annie y no había logrado gran cosa. Bueno, ¿qué haría yo si tuviera que proteger a mi hija de su padre? ¿Dónde iría?
Si no tuviera mucho dinero tendría que confiar en una amiga o en una persona de la familia. Tendría que irme lo bastante lejos como para que nadie reconociera mi coche y no correr el riesgo de encontrarme con Soder o uno de sus amigos. Esto reducía la zona de búsqueda al mundo entero, salvo el Burg.
Estaba pensando en el mundo cuando sonó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie y acababa de recibir una bolsa de serpientes, de manera que no me volvía loca la idea de abrir la puerta. Fisgué por la mirilla e hice una mueca de disgusto. Era Albert Kloughn. Pero, espera un momento, tenía una caja de pizza en la mano. Hola.
Abrí la puerta y eché un vistazo rápido al pasillo, en una y otra dirección. Estaba bastante segura de que en la bolsa había cuatro serpientes… pero no viene mal tener los ojos abiertos por si hay reptiles renegados.
– Espero no interrumpir nada -dijo Kloughn, estirando el cuello para husmear dentro del apartamento-. No tienes visitas ni nada por el estilo, ¿verdad? No sabía si vivías con alguien.
– ¿Qué pasa?
– He estado pensando en el caso Soder y tengo algunas ideas. He pensado que podríamos hacer una especie de tormenta de ideas.
Bajé la mirada a la caja que llevaba.
– He traído una pizza -dijo-. No sabía si habrías comido algo. ¿Te gusta la pizza? Si no te gusta la pizza, puedo ir a por otra cosa. Puedo traer comida mexicana, o china, o tailandesa…
Por favor, Señor, dime que esto no es una cita.
– Estoy medio prometida.
El sacudió vigorosamente la cabeza, arriba y abajo, arriba y abajo, como uno de esos perros que pone la gente en la parte de atrás del coche.
– Por supuesto. Suponía que lo estarías. Lo entiendo. Yo también estoy casi prometido. Tengo novia.
– ¿De verdad?
Respiró profundamente.
– No. Me lo acabo de inventar.
Le quité la caja de pizza de las manos y tiré de él al interior del apartamento. Saqué unas servilletas de papel y un par de cervezas y nos sentamos a la diminuta mesa del comedor a tomarnos la pizza.
– ¿Cuáles son esas ideas que tienes respecto a Evelyn Soder?
– He pensado que estará con una amiga, ¿correcto? O sea, que habrá tenido que ponerse en contacto con ella de alguna manera. Habrá tenido que avisarle que iba. Me imagino que lo habrá hecho por teléfono. O sea, que lo que necesitamos es la factura del teléfono.
– ¿Y?
– Eso es todo.
– Menos mal que has traído una pizza.
– En realidad es una empanada de tomate. En el Burg la llaman empanada de tomate.
– A veces. ¿Conoces a alguien en la compañía telefónica? ¿En el departamento de contabilidad?
– Suponía que tú tendrías esos contactos. ¿Te das cuenta? Por eso somos un equipo tan bueno. Yo tengo las ideas y tú tienes los contactos. Los cazarrecompensas tienen contactos, ¿verdad?
– Verdad -desgraciadamente, ninguno en la compañía telefónica.
Acabamos la pizza y saqué la bolsa de galletas congeladas de postre.
– He oído que comer masa de galletas cruda da cáncer -dijo Kloughn-. ¿No crees que sería mejor hornearlas?
Yo me como una bolsa de masa de galletas a la semana. Lo considero uno de los cuatro principales grupos alimentarios.
– Yo como masa de galletas cruda todo el tiempo -dije.
– Yo también -dijo Kloughn-. Como masa de galletas cruda sin parar. No me creo ese rollo del cáncer -miró dentro de la bolsa y sacó indeciso un trozo de masa congelada-. ¿Y tú cómo lo haces? ¿La mordisqueas? ¿O te la metes en la boca de golpe?
– No la has comido nunca, ¿verdad?
– No -pegó un bocado a una y la masticó-. Me gusta -dijo-. Está muy buena.
Le eché una mirada al reloj.
– Ahora vas a tener que irte. Hay algunos asuntos pendientes que debo solucionar.
– ¿Asuntos de cazarrecompensas? Puedes contármelo. No se lo diré a nadie, lo juro. ¿Qué vas a hacer? Apuesto a que vas a seguirle la pista a alguno. Estabas esperando a que cayera la noche, ¿verdad?
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