Sergey Baksheev - Una esquirla en la cabeza

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Una esquirla en la cabeza: краткое содержание, описание и аннотация

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Es una novela policial y fantástica. Unos eventos misteriosos suceden en la estepa centro asiática. El piloto de un avión caza militar ve gente y ejércitos mongoles en el pasado. Frente a los ojos de unos estudiantes desaparece un profesor. Un preso convicto se escapa de su custodia en un tren y toma rehenes. Un buscador de tesoros cree lo que ve en un mapa antiguo… El estudiante Tikhon Zakolov sospecha que todos estos acontecimientos están relacionados con una antigua leyenda.

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– Y que le había pasado al perro? – preguntó Vlad.

– Mientras moría el sabueso, el brujo sacó un escorpión negro de la choza. Dijo que el alacrán había picado al perro y él lo sostenía como si nada. Dejó caer la mano, el escorpión cayó al suelo y se fue. ¿Que tal!? – Fedorchuk sacó otro cigarrillo y, muy nervioso, fumó otra vez. – Las cosas y documentos del ciudadano Bortko se quedaron aquí. Todavía esperábamos que el apareciera por su casa o se encontrara en algún otro lugar. Pero desapareció su profesor, sin dejar huellas, desapareció. —

El sargento terminó de fumar callado, con los ojos entrecerrados por el humo del cigarrillo sin filtro, aplastó la colilla y se acercó a la puerta del galpón. Los muchachos también callaron. Después de esa historia recorrieron con la vista, de nuevo, el extraño lugar: con atención y cautelosos.

En la puerta del galpón había un candado. Fedorchuk hurgó en sus enormes bolsillos y sacó un manojo de llaves. Probó, en el candado, una llave tras otra, hasta hallar la apropiada. El candado oxidado hizo ruido con las vueltas de la llave hasta que, al fin, abrió su pesada argolla. Bajo la mano del sargento la puerta chirrió desagradablemente, se columpió hacia afuera y descubrió una boca negra rectangular. Arriba, como un diente curvo, apareció un colgandejo. Fedorchuk medio arregló el cuadro de la puerta y cruzó el umbral.

Dentro del galpón, de un lado, había un largo corredor, y enfrente, unos grandes compartimientos cerrados. Los muchachos entraron al estrecho corredor tras Fedorchuk y miraron por una de las puertas. En la habitación semi oscura había literas metálicas sin ropa de cama. Nikolay Fedorchuk accionó el interruptor de la luz. No se prendió ningún bombillo.

– Ah! Hay que prender el interruptor principal. Allá en la última columna. Después entramos. —

– Hay que abrir las ventanas, para el aire. – Vlad se dirigió a las ventanas polvorientas y las abrió.

Zakolov, mientras tanto, curioseó en los restantes compartimientos. A él le pareció que, en alguno de ellos, el vería el profesor desaparecido o lo que quedara de él.

Fedorchuk, caminando ruidosamente, atravesó todo el pasillo y con una llave del manojo, abrió la última y pequeña habitación sin ventanas. Esta estaba llena de cochones, colocados de manera desordenada.

– Ajá! ¡Los colchones! —gritó, alegre, el policía. – Ya yo lo decía, todo está en su puesto. Pónganlos en las camas. Pongan las poncheras de los lavabos cerca del comedor. —

Suavemente pateó las poncheras de los lavabos. La ponchera de arriba perdió el equilibrio y cayó al suelo. Stas, que se aproximaba, se agachó para recogerla, pero enseguida la soltó y bruscamente dio un salto atrás.

– Miren, unos pies! – gritó, con voz temblorosa y jadeante, y señaló unas botas de lona dura que sobresalían de los colchones.

CAPITULO 12

Una voz en la oscuridad

Cuando escuchó la voz angustiada Tikhon gritó,”! Lo encontraron!” y salió corriendo a la despensa. En todo, a él le gustaba la precisión y la definición, no importando lo desagradable que fuera. Explicaciones por brujería y cosas del diablo a él no lo convencían.

Todos se aglomeraron para ver las suelas de las botas. Parecía que alguien había escondido un cuerpo bajo los colchones. Hasta la nariz de Zakolov llegó el olor rancio y el polvo de la habitación.

Los muchachos interrogaron con la vista al policía. Un pálido Fedorchuk se agachó lentamente y cuidadosamente haló una de las botas. Esta salió fácilmente de los colchones.

– Epa! ¡Está vacía! – Nikolay, más tranquilo, tiró la bota a un lado. – Hasta a mí, un lobo experimentado, me avergonzaron. – Hay que prender la luz, de todos modos.

Todos salieron. Fedorchuk se dirigió al transformador, abrió la puerta de este, sopló el polvo del gran interruptor y cuidadosamente lo bajó hasta hacer el contacto. Sonaron los terminales, y en algunas ventanas del galpón apareció la luz.

– Bueno, llegó la civilización. – Fedorchuk se alegraba con cada pequeño detalle, como un niño que hubiera encontrado un juguete olvidado. – Bueno, yo encuentro todo en orden. Tomen las llaves. Terminen de arreglar todo, si pueden, yo me despido. El jefe y yo tenemos planes para la noche. —

– Van a agarrar bandidos? – bromeó Tikhon.

– Aquí no hay bandidos, sólo huesos de camellos, pero, a veces, hay que disparar. – respondió serio Fedorchuk. – Bueno muchachos, pórtense bien. El resto de la gente llega mañana y traerán las vituallas necesarias. Y yo necesito llegar a la ciudad antes del anochecer. —

Entró al auto y le dio al encendido, pero antes de arrancar, desde la ventanilla gritó, duro:

– Este es un lugar maldito, se los digo yo. Extraño. Pero no importa. En el día estarán bien, pero en la noche, ¡aguántense! —

Los muchachos, desde el sitio, acompañaron al auto alejándose. Pero cada uno pensó: ¿Qué quiso decir el policía, exactamente, con la última frase? ¿Estaba bromeando, o les advertía sobre algo?

– Bueno chicos, pongámonos a trabajar. – después de una pausa, Vlad tomó para si las riendas del asunto.

Los muchachos revisaron el segundo galpón, el cual se diferenciaba del primero muy poco. Empezaron con la colocación de los colchones y almohadas en las camas. Al principio bromeaban haciendo eso, pero las camas eran demasiadas y cada polvoriento colchón era más pesado que el anterior. Después Vlad propuso barrer un poco. De todas maneras, no había agua para una limpieza normal.

Cuando terminaron con el trabajo dentro de los galpones, los estudiantes colocaron los lavabos en dos planchas cerca de la cisterna y se dirigieron a la cocina. Aquí cargaron el horno de hierro con dos grandes quemadores y al lado pusieron un pequeño horno adaptado a un soporte semicircular. Desde un rincón un enorme samovar 6 6 Nota del traductor: Samovar— tetera rusa característica. de cobre miraba a los muchachos. El samovar parecía un viejito solitario y enfermizo. El grifo remembraba una nariz torcida dirigida hacia abajo, con una boca sin dientes, con las agarraderas como orejas protuberantes, con una arrugada tapa pasada de moda. Por añadidura, a través del polvo, se veían unos ojos arrugados.

Zakolov limpió la tetera, le tapó los ojos al viejito y el samovar se alegró.

El horno y el samovar lo cargaron con madera o carbón. Tikhon estaba seguro que estos aparatos antiguos, hacía tiempo, no se utilizaban en ninguna parte y solo se podían ver en las casas de antigüedades y en los museos. Los muchachos, con tristeza, miraban los enormes accesorios de cocina, llenos de polvo. Ya todos tenían hambre.

– Hoy no utilizaremos esto. – Vlad expresó el estado de ánimo general.

– Cenaremos con los enlatados y el agua para el té, la calentaremos con la resistencia. —

Oscureció rápidamente. Tikhon prendió la luz. Sobre la mesa, a cielo abierto, solo se encendió un bombillo.

Los muchachos se sentaron a la mesa que ya habían limpiado. Y enseguida descubrieron que una nube de mosquitos revoloteaba en la luz del bombillo. Parecía que el bombillo servía como faro y señal para la reunión de los mosquitos de la zona. Los zancudos formaban grandes nubes que parcialmente tapaban la luz.

Zakolov trató de apartar, con las palmas de las manos, los molestos zancudos. Esto no tuvo ningún efecto. La mano sentía la resistencia, no solamente del aire, sino de una gruesa masa que se movía. Tikhon nunca había visto una reunión tan densa de mosquitos. Quizás estos mosquitos nunca habían visto una luz artificial y venían solamente por curiosidad. No, moviéndose por instinto, muchos de ellos iban alegremente hacia los dorsos de las manos y rostros de los muchachos.

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