Hassim, por fin, volvió en sí.
– Atrapen a los animales y reúnanlos en un solo lugar! – le ordenó al desconcertado comandante de su guardia, Shaken.
El comerciante se acercó a los camellos caídos. Uno de ellos tenía en el vientre una herida, con tripas afuera, y de donde salían chorros de sangre. Hassim vio como ese estallido extraño había provocado, en un instante, esa horrorosa herida. Los quejidos del joven y fuerte camello se iban haciendo más y más silenciosos.
El segundo camello que yacía era una camella. Hassim reconoció en ella a la vieja y fiel Shikha. Con ella ya había recorrido miles de kilómetros durante muchos años.
Shikha yacía callada, con los ojos cerrados. A primera vista su cuerpo no parecía lastimado, pero enseguida notó una esquirla grande del “dragoncito”, incrustada en su cabeza. De repente Shikha abrió sus párpados arrugados y miró a Hassim directamente a los ojos. Su labio superior se movió como si la camella quisiera decir algo, después de eso su mirada se apagó y sus grandes ojos se cerraron. Hassim se agachó hacia la bestia amiga.
Shikha no respiraba.
Entonces se acercó Shao, preocupado, explicándole a Hassim que él no era culpable de nada, que el “dragoncito” había que lanzarlo lejos. El “dragoncito” está diseñado para destruir enemigos. Hassim comprendió que, en lo que sucedió, él tenía parte de culpa.
Poco a poco, los asustados sirvientes reunieron a los camellos dispersos. Estos continuaban quejándose, pero en tono más bajo, y miraban de reojo, con ojos asustados a sus compañeros caídos. El olor de la pólvora, el vientre destrozado y la sangre caliente hacían mover, nerviosamente, sus fosas nasales.
Como compensación por las pérdidas que tuvo, Shao le regaló a Hassim ocho “dragoncitos”. Hassim ordenó picar el camello joven muerto para carne, y rápido, para regresar enseguida. Ya se habían reunido muchos curiosos por la barahúnda formada.
Hassim no pudo dominar la tristeza por su vieja y fiel camella. Con dolor miró el cuerpo de su querida camella, que ya no respiraba, y que tenía marcado el desgaste producido en su barriga por los pies de tantos jinetes y le pidió a Shao que la enterrara.
Partieron rápido contorneando Dunhuang. Ya era noche cerrada y ya se habían alejado una distancia considerable de la ciudad cuando Hassim ordenó la parada para descansar. El preocupado comerciante soñó toda la noche con la última y aguda mirada de Shikha. En su larga vida nómada el pasó más tiempo junto a ella que con su hijo de diecisiete años.
Cierto, recordaba Hassim, ya Shikha estaba con el antes del nacimiento de Rustam. ¿De dónde llegó a su caravana? Eso no podía recordarlo.
Muy temprano en la mañana Hassim fue despertado por los gritos de un sirviente asustado.
– Señor! ¡Mire quien llegó! —
Hassim, como todos, dormía a cielo abierto en una estera de fieltro. Arropado con una cobija caliente de piel de camello, infaltable en sus recorridos caravaneros, se levantó rápido y vio una camella parada a su lado.
¡Ahí estaba Shikha, la camella que había muerto el día anterior!
¿Que era esto? ¿Una continuación del sueño? Hassim se estremeció y miró hacia los lados. Del cobertor que tenía al lado salía olor a carne de camello. Si, esto es real. En los sueños no hay olores.
La camella había cambiado. Ahora su mirada era pensativa y penetrante. Veía el mundo con ojos cansados y todo como un ser entendido. Pero, sobre todo, en su fisionomía se destacaban las jorobas totalmente blancas. Literalmente se encanecieron. Hassim nunca había visto el pelo de los camellos ponerse tan blanco, como las nieves perpetuas en las altas montañas.
Cabalgando la camella estaba Shao. Shaken estaba cerca, miraba con desconfianza al chino y, por si acaso, tenía la mano en la empuñadura del sable. Él no quería que sucediera algo parecido a lo del día anterior.
Shikha dobló sus patas delanteras, el chino descendió rápidamente y le hizo una reverencia a Hassim. Shaken lo siguió de cerca, mirando sus manos.
– Señor – Shao se apuró a explicar. – Como usted me lo pidió, yo me preparé para enterrar a la camella. Ya había abierto el hoyo en la tierra, pero ella, de repente empezó a respirar, empezó a moverse y se levantó. Mientras se iba levantando, ahí mismo, sus jorobas se blanquecieron. Pasó tan rápido que yo me asusté. Pensé que un mal espíritu se había metido en su cuerpo. Si hubiera sido así, yo lo hubiera sabido viendo el mal en los ojos de la camella y la hubiese muerto de nuevo. Pero ella tenía una mirada limpia. Shaitan 4 4 Nota del traductor: Del árabe: Shaitan – el diablo.
no puede disfrazarse así. Entonces decidí traérsela a usted. Yo no sabía cuál camino ustedes habían tomado, ya estaba oscuro y no se veían las huellas. Pero ella misma – y con respeto, señaló a Shikha – rápidamente y sin dudar, escogió el camino. Me parecía que ella, cuidadosamente, olía el aire antes de tomar alguna dirección. —
Con una mezcla de asombro y preocupación, Hassim observaba a Shikha, quien estaba echada sobre sus rodillas callosas. En su cabeza se veía la gran esquirla férrea. Parecía que la esquirla estaba más metida, que el día anterior, en el cráneo del animal. Hassim estiró la mano para tratar de sacar el pedazo de hierro curvo, pero la camella, ostensiblemente, apartó la cabeza y se levantó.
– Señor, hay otra cosa que quería decirle. – Shao le habló en voz baja mirando a Shaken. Hassim, con un gesto, le dijo que Shaken era de confiar. El chino continuó – Ayer, apenas ustedes se habían ido, llegaron unos soldados. Preguntaron cuándo y hacia donde se fue su caravana. Por la conversación de ellos entendí que los de arriba se habían enterado de su compra. Ellos piensan que ustedes son espías de Tamerlán y vienen para destruir los puentes importantes. Tienen la orden de apresarlos. – Shao calló. Entonces hizo las reverencias y se despidió. – Tengo que irme rápidamente, no deben verme aquí. —
Una vez más Shao hizo una inclinación con humildad y, rápido, se alejó en la dirección contraria. Él se dirigió directamente hacia el este y ya pronto no podía mirársele bajo los intensos rayos del Sol levante.
Hassim entrecerró los ojos y vio como la brillante luz se tragó la delgada figura bajo su sombrero triangular. Y preocupado pensó como, bajo esa luz, y de ese lado podía aparecer un ejército de chinos armados. ¿Podría él escapar de eso?
El Sol, cada día, subía más y más, y con indiferente terquedad inexorablemente acercaba la primavera. Y antes de su apogeo él debería estar en la Horda de Oro. Allá languidecía el joven Rustam y Tokhtamysh, en cualquier momento, podía perder la paciencia.
La camella Shikha también volteó la cabeza hacia el lado de Dunhuang y profundamente aspiró el aire con sus fosas nasales bien abiertas. Claramente, ella sentía el peligro que podía venir de allá. El peligro venía de la gente y estaba destinado a otra gente. Estos animales bípedos no pueden compartir este mundo tan grande, pensó Shikha.
CAPITULO 11
Un lugar extraño
Zakolov llegó a la residencia estudiantil y lo primero que hizo fue visitar a los gemelos Peregudov. En la residencia los llamaban los yorochos, enfatizando el Yo. Estos estaban concentrados preparando sus morrales. En sus movimientos se veía fundamento y experiencia.
– Que debo llevar? – preguntó Tikhon.
– Ropa sencilla y calientica. Y comida para el primer día. – respondió Vlad, el jefe del grupo.
De los dos gemelos, a ese lo consideraban el mayor. Como ellos mismos contaban él había nacido quince minutos antes. Y aunque él era extraordinariamente parecido a Stas, se veía y hablaba más sólido.
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