1 ...8 9 10 12 13 14 ...21 – Mi suegro no está enfermo! – Se disgustó Anatoli. Se ofendió por su suegro, quien era un tipo fuerte y normal. – Es un piloto militar. Y ni te imaginas como le examinan la salud a ellos! Si lo dijera otro yo no lo creería. Pero mi suegro no miente. —
– Ah, ¿eso le sucedió a tu suegro? – Se sorprendió Tikhon. – Es un comandante de escuadrilla. —
– Claro! ¡Él es un señor! Ese no miente, ¡ese no sueña! —
– En los grandes cambios de gravedad a cualquiera se le nublan los ojos. – afirmó Sasha. – Y a una gran velocidad acaso puedes discernir? Ok, él vio unos caminantes y camellos. Pero hay muchos en Kazajstan, hasta ahora hay gente que se transporta en camellos y los viejos kazajos ¡se visten a la antigua! —
– No, él vio un ejército enorme, con armas antiguas – explicó Anatoli. – Decenas de miles. Ahora eso no existe. —
– Yo le creo. – dijo Zakolov. – Eso comprueba mi hipótesis. —
Evtushenko decidió no discutir más, pero mantuvo su opinión.
– No sería interesante poder conseguir ese lugar donde él vio esos antiguos soldados? – Con mucho cuidado, Anatoli escogió sus palabras para preguntar lo más importante. – Miren. Este es el dibujo que hizo el suegro, de memoria del lugar. Y esta es una copia de un mapa actual y detallado. —
Anatoli mostró un papel donde aparecía el río y un camello. Ese dibujo lo copió del esquema del suegro, pero en lugar del cofre dibujó una X y al lado un camello. Después, en un papel transparente, calcó un mapa contemporáneo.
Tikhon tomó los dos papeles de la mano de Anatoli y colocó un papel sobre el otro.
– La escala es diferente, por eso no coinciden. Pero si reducimos, mentalmente, el dibujo… ¿Podría ser aquí? – Mostró un punto en el mapa, pero enseguida sacudió la cabeza. – No, los meandros del río son completamente diferentes. —
– Eso que hiciste, ya yo lo había pensado y hecho. – Entusiasmado, Anatoli siguió los razonamientos. – No hay ninguna superposición. Pero mi suegro está seguro que él sobrevoló este sitio y lo dibujo exactamente. —
– Zhusaly. – Sasha leyó en el mapa el nombre de la población cercana. – Por ahí cerca nosotros vamos al arroz. —
– ¿Sí? – Se interesó Anatoli. – Entonces, quizás, yo también vaya con ustedes. A mí me pusieron en la construcción con el tercer año. Pero yo voy a pedir ir con vuestro curso. Deben permitírmelo. Con alguien me cambio. Conozco muchos que quieren quedarse en la ciudad. Y yo, sinceramente, no me quiero calar, ni los pañales del bebé, ni las noches de insomnio. Por ahora, que crezca sin mí. Yo voy con ustedes. Corro al instituto para inscribirme para ir al koljoz. —
Tikhon, concentrado, miraba el dibujo y el mapa.
– El camello está bien dibujado, pero donde está tu ejército antiguo? – bromeó.
– Se me había olvidado! El camello no es común, sino de jorobas blancas. El suegro está seguro. Dice que ya no hay de esos. ¿Habría en la antigüedad? – Anatoli se animó de nuevo. – Por eso quiero encontrar ese lugar. ¿De repente se conservan restos de animales desconocidos por la ciencia? ¡Eso sería un gran descubrimiento! Nuestro aporte a la ciencia.
– De jorobas blancas? – dijo, pensativo, Tikhon. – Interesante… —
– Si, de jorobas blancas. – afirmó Anatoli. – Y la mirada del camello era como si pensara. No, el suegro dijo: penetrante. —
Inesperadamente, a espaldas de Anatoli apareció el rostro curioso de Igor Lisitsin. Era de estatura baja y se acercó sin que nadie lo notara.
– Que tienen ahí? – preguntó Igor y enterró su mirada en el mapa.
– Igor? – se sorprendió Anatoli completamente.
– Están buscando un tesoro? – Igor bromeó sin doble intención, pero se asombró cuando observó el rubor en las mejillas de Anatoli. El juego de preferans había enseñado a Igor a captar el más mínimo cambio en el rostro de los oponentes.
– Que te pasa Igor? ¿Qué tontería es esa? – Un poco forzadas le salieron las preguntas a Anatoli y trató de quitarle el dibujo a Zakolov.
Pero la poca convicción es sus palabras no pasó desapercibida a Igor.
Tikhon continuó, pensativo, mirando el mapa, no escuchó la conversación, pero no se lo entregaba.
– Sabes? – le dijo, notando que Anatoli quería quitarle el papel. – Déjame quedarme con el dibujo. Yo creo que puedo encontrar el lugar. Creo recordar que Albert Einstein dijo algo sobre los ríos. —
– Einstein? ¿Sobre ríos? – Se extrañó Anatoli. – Pero si él era físico. —
– Ante todo era una persona inteligente. E intervino en diferentes temas. —
– Anatoli, te espero por aquí cerca. – Igor notó que ponía tenso a su amigo y se apartó un poco. – Me ibas a decir algo sobre los jeans. —
– Ajá. – Asintió Anatoli y se apresuró a decirle a Tikhon. – Quédate con el mapa. Yo puedo dibujarlo otra vez. —
– Entonces, tú con Einstein en todo hoy. – se sonrió Sasha.
– Es en serio! – respondió Tikhon.
– Miren, tipos. – susurró Anatoli, mirando de reojo en dirección de Igor. – Que todo quede entre nosotros. El suegro no quisiera que sus palabras corrieran por ahí. Ustedes entienden. —
Los dos muchachos asintieron.
– Anatoli! – Se oyó una alegre voz femenina. – Somos yo é Ivancito. —
Por la calle venía Liuba, la sonriente esposa de Anatoli Kolesnikov, conduciendo un cochecito azul.
– Salimos a pasear y nos llegamos hasta aquí. – la muchacha los alcanzó.
– Caminaron mucho. ¿Para qué? – Parecía que Anatoli no estaba muy contento con el encuentro.
– Queríamos venir donde papito. – Como todas las madres felices, después del nacimiento del bebé, Liuba se refería a “nosotros”, en vez del apropiado “yo”. Para eso, con frecuencia, hablaba como un niño.
Tikhon se quedó mirando el cochecito, a ver si se le ocurría un cumplido para la joven mamá.
Liuba cazó la mirada de Tikhon y bromeando, pero con convicción, dijo: – No, ¡no se los voy a mostrar! ¿A ver si le echan mal de ojo?! —
Un velo mosquitero claro cubría el cochecito y se podía ver que el bebé estaba cubierto con algo muy claro y grandes flores rojas.
– Bella cobija, – notó Tikhon, comprendiendo que la madre no quería que se elogiara al bebé.
– No es una cobija, es un conjunto especial, de Checoslovaquia. – Se reanimó Liuba. – Está de moda. Me lo trajo Anatoli. Nadie lo tiene, solamente Ivancito. Y mira los jeans, – dijo jactándose la muchacha y volteándose para mostrar y palmear la etiqueta de “Montana”.
Se acercaron corriendo las muchachas, compañeras de Liuba y rodearon ruidosamente a la feliz mamá. Estaba claro que el entusiasmo de las amigas de Liuba la hizo venir. Claro, era la primera del curso que paría.
Anatoli se acercó a Igor, quién se sonreía con sorna. Sasha se dirigió a la entrada del instituto. Se había hecho el propósito de ir, hoy, a la biblioteca. Tikhon se fue a la residencia, ya que tenía que prepararse para el camino.
CAPITULO 10
Hassim. Una esquirla en la cabeza
A Hassim le pareció que, cerquita, hubo un relámpago y sonó un trueno. El comerciante fue lanzado al suelo con las manos quemadas por ardientes piedritas. “Si muero, ejecutarán a mi hijo”, pensó Hassim con horror. Ensordecido, se levantó y se miró.
Su cabeza zumbaba. Poco a poco la sordera iba desapareciendo, como si alguien le hubiera llenado los oídos de algodón y después, lentamente, le iba sacando las hebras. Pronto, Hassim distinguió los gritos de la gente y el aullido de los camellos. Dos camellos yacían en el piso y los demás se alejaron corriendo de miedo.
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