Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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Conduciendo lentamente de vuelta a Chicago, me puse a pensar en los comentarios de la señora Grafalk. El negocio ventajoso debía tener algo que ver con las facturas de embarque de la Eudora. ¿Y si Phillips compartía las ganancias con Grafalk? Digamos que hubiera conseguido noventa mil dólares más sobre el precio registrado en el ordenador por el embarque y le hubiera dado a Grafalk cuarenta y cinco mil. Pero aquello no tenía sentido. Grafalk era el principal transportista de los lagos. ¿Para qué quería una miseria como aquélla? Si Grafalk estaba por medio, el dinero en juego tenía que ser mucho más. Claro que Grafalk manejaba aquellos barcos tan viejos. Le costaba más transportar los cargamentos. La cantidad señalada en las facturas debía ser el verdadero precio que Grafalk cobraba por los transportes. Si era así, Phillips estaba robando realmente a Eudora; no sólo embolsándose la diferencia entre lo que marcaba el contrato y el precio final, sino perdiendo dinero de la Eudora en cada transporte que hacía con Grafalk. Lo que Grafalk sacaba de todo ello eran más transportes en un mercado en baja, en el que tenía dificultades compitiendo debido a su flota vieja e ineficaz.

De pronto lo vi todo claro. O casi todo. Me sentí como si hubiese tenido delante la verdad desde el día que entré en la oficina de Percy Mackelvy en la Grafalk Steamship, allí en el puerto. Recordé haberle oído concertar órdenes al teléfono, y mi frustración mientras estuvimos hablando. La reacción de Grafalk con Bledsoe durante la comida. Las veces que había oído durante la semana anterior lo mucho más eficaces que eran los barcos de mil pies… Incluso tenía una idea de por qué fue asesinado Clayton Phillips y cómo habían llevado su cuerpo hasta el Gertrude Ruttan sin que nadie se diese cuenta.

Un camión con remolque de setenta toneladas tocó la bocina detrás de mí. Di un salto en el asiento y me di cuenta de que casi había parado el Omega en el carril de en medio de la Kennedy. No necesitaba que nadie me preparase accidentes sofisticados: me iba a matar yo sólita sin ayuda de nadie. Aceleré rápidamente y me metí por el Loop. Necesitaba hablar con el hombre de la Lloyds.

Eran las tres de la tarde y no había comido aún. Tras dejar el coche en el garaje subterráneo de Grant Park, me metí en el Spot, un pequeño bar y asador detrás de la Ajax, a tomarme un sandwich de pavo. Para celebrar la ocasión, me tomé también un plato de patatas fritas y una Coca-Cola. Mi bebida no alcohólica favorita, pero no suelo tomarla por eso de las calorías.

Crucé Adams para llegar al Edificio Ajax cantando «Todo va mejor con Coca-Cola» para mis adentros. Le dije al guardia que quería ver a Roger Ferrant -el hombre de la Lloyds- que estaba en la oficina de Riesgos Especiales. Tras hacerme esperar un poco -no encontraban el número de teléfono de Riesgos Especiales-, consiguieron dar con Ferrant. Le encantaría verme.

Con mi tarjeta de visitante prendida a la solapa subí hasta el piso cincuenta y tres. Ferrant salió del despacho de nogal a mi encuentro. Un mechón de pelo castaño le flotaba ante los ojos y se iba ajustando la corbata mientras se acercaba.

– Tiene noticias para nosotros, ¿verdad? -me preguntó ansioso.

– Me temo que aún no. Tengo que hacerles unas cuantas preguntas más que no se me habían ocurrido ayer.

Se le cayó la cara, pero dijo alegremente:

– Me imagino que no debo esperar milagros. Y ¿por qué iba usted a tener éxito donde han fallado el FBI, el Guardia Costera de los Estados Unidos y el Cuerpo de Ingenieros de la Armada?

Me condujo amablemente al despacho, que estaba aún más revuelto que el día anterior.

– Me quedo en la ciudad hasta que se haga la encuesta en el Soo el lunes que viene y luego vuelvo a Londres. ¿Cree que habrá solucionado el problema para entonces?

Hablaba en broma, pero yo dije:

– Tendré la respuesta dentro de veinticuatro horas. Pero no creo que le vaya a gustar.

Vio que estaba muy seria. Me creyera o no, dejó de reírse y me preguntó lo que podía hacer para ayudarme.

– Hogarth dijo ayer que era usted la persona que más sabía en el mundo acerca de los transportes en los Grandes Lagos. Quiero saber qué es lo que va a ocurrir ahora que esa esclusa está averiada.

– ¿Puede explicarme lo que quiere decir, por favor?

– El accidente de la esclusa debe de haber causado un gran impacto, ¿no? ¿O pueden seguir pasando los barcos a través de ella?

– Oh… bueno, los transportes no se han inmovilizado totalmente. Han cerrado las esclusas McArthur y Davis durante unos días mientras limpian los destrozos y las verifican, pero aún se puede utilizar la esclusa Sabin. Es la que está en la parte canadiense. Naturalmente, los barcos más grandes no podrán navegar por los lagos durante un año, o el tiempo que les lleve reparar la esclusa Poe. La Poe era la única en la que cabían los cargueros de mil pies.

– ¿Es eso muy importante? ¿Tiene un gran impacto financiero?

Se retiró el pelo de los ojos y volvió a aflojarse la corbata.

– La mayoría de los transportes se hacen entre Duluth y Thunder Bay y puertos más al sur. El sesenta por ciento de los cereales de Norteamérica pasa por esos dos grandes puertos en cargueros. Es una barbaridad de cereal, ¿sabe?, cuando uno piensa en todo lo que se produce en Manitoba y en la parte alta del Medio Oeste… Puede que unos setecientos millones de toneladas. Y luego está toda la producción de Duluth -frunció los labios al pensar en ello-. Por las esclusas del Soo pasan al año más cargamentos que por Panamá y Suez juntos, y sólo están abiertas nueve meses al año en lugar de todo el año, como los otros dos. Así que fíjese si habrá impacto financiero.

– Los cargamentos seguirán saliendo, pero los barcos pequeños tendrán ventajas, ¿no es así? -insistí.

Sonrió.

– Sólo hasta que vuelvan a poner la esclusa Poe en marcha. Ha habido mucho desconcierto, tanto en el mercado del cereal como entre los transportistas de los Grandes Lagos desde que la esclusa explotó. Volverán a tranquilizarse dentro de unas semanas, cuando se den cuenta de que la mayoría del tráfico no se verá afectado.

– Excepto para los transportistas que trabajan principalmente con barcos de mil pies.

– Sí, pero de esos no hay muchos. Naturalmente, los que trabajan con cereal, como la Eudora, están buscando para encontrar quién les lleve sus cargamentos en barcos pequeños, aunque sean barcos de 740 pies. Grafalk está consiguiendo muchas órdenes. No han aumentado las tarifas, de todos modos, cosa que está haciendo gente menos escrupulosa.

– ¿Es Grafalk una empresa rentable?

Me miró sorprendido.

– Son los transportistas más importantes de los lagos.

Sonreí.

– Ya lo sé. No hacen más que decírmelo. Pero, ¿ganan dinero? Tengo entendido que los barcos pequeños no son rentables, y son los que componen el total de su flota.

Ferrant se encogió de hombros.

– Nosotros aseguramos el casco. No sé decirle qué cantidad de mercancías transportan. Recuerde, sin embargo, que la rentabilidad es una cuestión relativa. Puede que Grafalk no gane tanto como una firma como American Marine, pero eso no quiere decir que no sea rentable.

Hogarth entró mientras hablábamos.

– ¿Por qué quiere saberlo, señorita Warshawski?

– No es curiosidad malsana solamente. ¿Saben? Nadie va a reivindicar la explosión; ni el FALN, ni los armenios. Si no es un acto cualquiera de terrorismo, tendría que tener una razón. Estoy tratando de encontrar la razón, aunque ésta sea conseguir los cargamentos de los grandes navios para los barcos pequeños como los que tiene Grafalk.

Hogarth parecía asombrado.

– Grafalk no, se lo aseguro, señorita Warshawski. Niels Grafalk procede de una vieja familia de navieros. Está dedicado a su flota, a sus negocios… y es un caballero.

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