Sara Paretsky - Punto Muerto

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El jugador de los halcones Negros de Chicago, Boom Boom Warshawski, fue una leyenda del hockey. Más de mil personas asisten a su funeral, consternados al enterarse de que ha resbalado en un muelle y se ha ahogado. La policía se apresura a declarar que ha sido un accidente. Y no les gusta la idea de que V.I. Warshawski, meta su nariz femenina en un caso tan evidente. Pero entre atentados contra su propia vida y tragos de scotch, la intrépida e ingeniosa detective, se abre camino a través de un mundo de silos de cereal y cargueros de mil toneladas. Se introducirá en una senda que le hará descubrir si se está tomando las cosas de un modo demasiado personal o si su adorado Boom Boom fue en realidad asesinado…

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Volvió a sentarse con un martini nuevo y me miró intensamente. Algo le daba vueltas en la cabeza.

– ¿Qué es lo que sabe acerca de Martin Bledsoe?

Yo me puse rígida.

– Le he visto unas cuantas veces. ¿Por qué?

– ¿No le contó nada sobre su pasado cuando salieron el jueves a cenar?

Puse el caro vaso sobre la mesa de azulejos con un golpe seco.

– ¿Quién espía a quién, señor Grafalk?

Volvió a reír.

– El puerto es una comunidad pequeña, señorita Warshawski, y los rumores acerca de los armadores circulan muy deprisa. Martin no le había pedido a ninguna mujer que saliese con él a cenar desde que murió su mujer, hace seis años. Todo el mundo hablaba de ello. Y de su accidente. Sabía que estaba usted en el hospital pero no que habían saboteado su coche.

– El Herald Star me sacó en la portada. Una foto de mi pobre Lynx sin morro y demás… Los rumores acerca del pasado de Bledsoe deben estar bien enterrados. Nadie me sugirió nada que pudiese parecer turbio, como usted insinúa.

– Está bien enterrado. Nunca le hablé a nadie de ello, incluso cuando Martin me dejó y me puse lo bastante furioso como para querer herirle de verdad. Pero si se ha cometido un delito, si se ha atentado contra su vida, usted debe saberlo.

Yo no dije nada. Fuera, la casa proyectaba una sombra cada vez más larga sobre la playa.

– Martin creció en Cleveland. Bledsoe es el nombre de soltera de su madre. Nunca supo quién era su padre. Pudo haber sido cualquiera de los muchos marineros borrachos que rondan por el puerto de Cleveland.

– Eso no es un crimen, señor Grafalk. Ni culpa suya.

– Es cierto. No lo digo más que por darle una idea de lo que fue su hogar. Se marchó cuando tenía quince años, mintió acerca de su edad y se enroló para trabajar en los Grandes Lagos. En aquellos días no se necesitaba el aprendizaje que hace falta hoy, y por supuesto había muchos más embarques. No había que rondar por los locales de los sindicatos esperando a que te llamasen para trabajar. Cualquier tipo fuerte que pudiese tirar de una cuerda y levantar doscientas libras valía. Y Martin era fuerte para su edad -hizo una pausa para dar un trago a su bebida-. Bien, pues era un buen chico y llamó la atención de uno de mis marineros. Un hombre al que le gustaba ayudar a los jóvenes a su cargo, no aplastarles. Cuando tenía diecinueve años, Martin fue a parar a nuestras oficinas de Toledo. Era evidente que tenía demasiado cerebro como para no hacer algo más que trabajos de fuerza que cualquier polaco estúpido podría hacer.

– Ya veo -murmuré-. Quizá pueda encontrarme algo en uno de sus barcos si el trabajo de detective me falla.

Se me quedó mirando durante un momento.

– Oh, Warshawski. Claro. No me enseñe los dientes; no merece la pena. El puerto está lleno de polacos fuertes como bueyes pero sin cerebro.

Pensé en los primos de Boom Boom y no quise discutir.

– En fin, para hacer corta una historia larga, Martin se estaba desenvolviendo en un medio que podía comprender intelectualmente pero no socialmente. Nunca tuvo una educación formal y no había aprendido el sentido de la ética ni de la moralidad. Manejaba mucho dinero y se quedó con una parte. Perdí una discusión con mi padre para que no lo denunciase. Yo le había descubierto, le había empujado… no tenía más que treinta años por aquella época. Quería darle una segunda oportunidad. Papá se negó y Martin pasó dos años en la prisión de Cantonville. Mi padre murió un mes después de que lo soltaran y le contraté de nuevo inmediatamente. Nunca volvió a hacer nada delictivo que yo supiera. Pero si hay problemas entre la Pole Star y la Eudora, o dentro de la Eudora, que estén relacionados con dinero, debe usted conocer los antecedentes de Martin. Cuento con su discreción. No quiero que Argus ni Clayton sepan nada de eso si resulta que no pasa nada.

Me acabé el jerez.

– Así que a eso se refería usted el otro día en la comida. Bledsoe se educó en la cárcel y usted le insinuaba que podía contárselo a la gente si quería.

– No creí que usted lo entendiera.

– Incluso un polaco cabeza hueca es capaz de entenderlo… La semana pasada estaba usted amenazándole; y hoy le protege… o algo así. ¿Qué es todo esto?

Un asomo de ira cruzó el rostro de Grafalk y desapareció rápidamente.

– Martin y yo tenemos… un acuerdo tácito. No se mete con mi flota y yo no le hablo a la gente de su turbio pasado. Se estaba burlando de la Grafalk Line. Yo le devolvía la burla.

– ¿Qué cree usted que está pasando en la Eudora?

– ¿Qué quiere decir?

– Ha sacado usted un par de conclusiones basadas en mis investigaciones por el puerto. Cree usted que debe de haber allí algún problema financiero. Está lo bastante preocupado como para revelar una verdad bien escondida acerca de Bledsoe. Ni siquiera los oficiales de sus barcos la conocen, y si la conocen son lo bastante leales como para no traicionarle. Debe usted pensar que pasa algo grave de verdad.

Grafalk sacudió la cabeza y sonrió de manera condescendiente.

– Ahora es usted la que saca conclusiones, señorita Warshawski. Todo el mundo sabe que ha estado investigando la muerte de su primo. Y saben que Phillips y usted han tenido unas palabras. No se pueden guardar secretos en una comunidad cerrada como ésa. Si pasa algo en la Eudora, tiene que tener algo que ver con el dinero. Ninguna otra cosa importante puede estar sucediendo allí -revolvió la aceituna en su vaso-. No es asunto mío; pero periódicamente me pregunto de dónde saca Clayton Phillips el dinero.

Le miré con fijeza.

– Argus le paga bien. Lo heredó. Lo heredó su mujer. ¿Hay alguna razón para que ninguna de estas posibilidades sea la correcta?

Se encogió de hombros.

– Soy un hombre muy rico, señorita Warshawski. Crecí con un montón de dinero y estoy acostumbrado a vivir con él. Hay mucha gente sin dinero que se encuentra perfectamente a gusto con él y alrededor de él. Martin es uno de ellos, y el almirante Jergensen otro. Pero Clayton y Jeannine no. Si lo heredaron, fue un suceso inesperado que les llegó tarde.

– Sigue siendo una posibilidad. No tienen por qué ser de su clase para permitirse la casa y todo lo demás. Quizá una abuela gruñona lo fue acumulando para poder privar a los demás del mayor placer posible. Esto ocurre al menos tan a menudo como la malversación.

– ¿Malversación?

– Eso es lo que sugiere usted, ¿verdad?

– Yo no estoy sugiriendo nada. Sólo pregunto.

– Bueno, les apadrinó usted para que entrasen en el Club Náutico. Eso es algo imposible para los nuevos ricos, por lo que he leído. No es bastante ganar un cuarto de millón al año para entrar en ese lugar. Tiene que tener uno antepasados entre los Palmer y los McCormick. Pero usted consiguió que entrasen. Tiene que saber usted algo de ellos.

– Eso fue cosa de mi mujer. A veces se mete en extrañas caridades. Jeannine fue una que más tarde lamentó.

Sonó un teléfono en un algún lugar de la casa, seguido de cerca por un zumbido en un aparato que no había advertido antes, colocado en una alacena junto al bar. Grafalk contestó.

– ¿Sí? Sí, cogeré la llamada… ¿Me perdona un momento, señorita Warshawski?

Me levanté educadamente y me fui hacia el vestíbulo, yendo en dirección opuesta al lugar por donde entramos. Caminé hasta llegar a un comedor en el que una gruesa dama de mediana edad con blusa blanca y falda azul estaba poniendo una mesa para diez. Colocaba cuatro tenedores y tres cucharas en cada lugar. Yo estaba impresionada. Imagínate, tener setenta tenedores y cucharas a juego. También había un par de cuchillos por persona.

– Apuesto a que aún tienen más.

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