Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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Había nacido en el East End. Conocía las calles, los callejones, los atajos, las tabernas y las casas de empeño. Ya no trataba a muchos de sus habitantes, pero sabía perfectamente cómo eran sus vidas. Fue extraño y desagradable volver a recorrer esos lugares conocidos, como si el olor jamás hubiera abandonado el fondo de su garganta y sus pies todavía reconociesen el empedrado irregular que pisaba.

Había pasado muchas veces frente a cada una de esas tiendas y casas; solía ir con las botas agujereadas, siempre hambriento, sin saber si obtendría alimento o calor y temeroso del futuro. Si Jones el Bolsillo procedía de ese barrio, Tellman lo comprendería demasiado para sentirse cómodo persiguiéndolo. El caso de Grover era todavía peor. Tellman lo compadecería porque conocía la vida de la que había escapado y lo odiaba porque había traicionado el camino que el propio Tellman había seguido para salir.

Grover también había visto cómo su madre luchaba para alimentar y vestir a sus hijos y probablemente había perdido a alguno de ellos por culpa de alguna enfermedad. Tellman jamás olvidaría el silencio, el miedo y el sufrimiento que había en su casa. Los viejos podían morir, era previsible, pero a pesar de los años transcurridos el dolor seguía siendo aterrador e inconsolable cuando se trataba de un niño. Si cerraba los ojos aún veía el rostro de su madre la noche que ocurrió, y volvía a sentir aquella impotencia.

Una parte de su ser odiaba a Grover por aprovecharse de los demás. Sin embargo, comprendía que, si se tiene hambre y se está desesperado, se coge lo que se puede cuando se puede. Había que ser muy fuerte, listo o afortunado para no acabar derrotado.

De todos modos, esos pensamientos no afectaban en absoluto su decisión de dar con Jones el Bolsillo y detenerlo. Aunque era una situación que no le producía la menor alegría.

En el transcurso de la noche visitó todas las tabernas situadas en un radio de tres kilómetros de la Dirty Dick y la Ten Bells. Observó a los propietarios y buscó el camino más corto paradesplazarse de una taberna a otra.

Al día siguiente envió a los hombres que solían trabajar con él a realizar diversos recados que los mantendrían ocupados toda la tarde. A mediodía regresó a la Ten Bells. Según lo que Pitt había explicado, era el día de recaudación,por lo que pidió un bocadillo de ternera y una jarra de cerveza yse dispuso a esperar. Se sentó cerca de la puerta y observó acuantos entraban.

Para mayor seguridad había llegado temprano. Al cabo de media hora, un hombre con una larga nariz y el pelo alborotado entró, bromeó con la camarera y pidió un pastelito caliente y una pinta de cerveza.

Tellman estuvo a punto de no fijarse en el siguiente parroquiano. Tenía la cara afilada y puntiaguda, ojos saltones y llevaba un ancho abrigo que al moverse le golpeaba las piernas. De repente la cara de la tabernera rubia se volvió inexpresiva. Sin aguardar a que hablase, la mujer le sirvió una medida de ginebra en un vaso y la dejó encima de la barra. El hombre la cogió, la bebió con un rápido movimiento y volvió a dejar el vaso vacío en la barra. No hubo intercambio de dinero.

Tellman apuró su cerveza y se puso en pie.

La tabernera extendió la mano, con la palma hacia arriba.

El hombre del abrigo buscó una moneda y se la entregó.

Tellman se sintió ridículo. Tendría que volver a sentarse. Después de todo, ese individuo no era Jones.

La tabernera estaba rígida e incómoda. En su rostro no había ninguna sonrisa, como la que le había dedicado a Tellman que, después de todo, era un desconocido en la taberna. Se dirigió al cajón en el que guardaba el dinero como si fuera a buscar el cambio. Hizo un movimiento brusco, llevó la mano a otro cajón y sacó una bolsa con monedas. Lo cerró bruscamente, se volvió y le entregó la bolsa al hombre. Este la cogió, pronunció unas palabras que Tellman no llegó a oír y con mucho cuidado guardó las monedas en uno de los amplios bolsillos exteriores de su abrigo. El pago se había realizado pero, para cualquiera que hubiese estado menos atento, lo ocurrido no era más que el habitual intercambio de dinero por una consumición.

Jones había terminado su tarea. Se dio la vuelta y salió a la calle. Tellman salió detrás de él.

Lo siguió, aunque a cierta distancia. Incluso se permitió perderlo de vista, ya que sabía adónde iba. Solo lo preocupaba que no entregase el dinero ese mismo día. En ese caso no sabría dónde encontrar nuevamente a Jones antes de la semana siguiente en la misma ruta, pero Pitt no podía esperar siete días más.

Eran cerca de las seis y no había visto que Jones diera el dinero a otra persona o entrara en un edificio que pudiese ser su hogar.

Al final Jones entró en una taberna de Bethnal Green y pidió la cena. Pitt reparó en que la camarera se la sirvió sin pedirle que pagase. En un primer momento llegó a la conclusión de que formaba parte de su ronda, pero vio que la mujer reía y se dio cuenta de que no estaba molesta. Caminaba contoneando ligeramente las caderas. Parecía muy segura de sí misma; coqueteó con otros clientes cuando pasaba a su lado, miró a algunos y les guiñó el ojo. Bromeaba con ellos. Un hombre corpulento replicó y la camarera fingió que se escandalizaba. Sonaron más risas. Jones se sumó a ellas.

La mujer regresó a la barra, apuntó algo en un trozo de papel y lo guardó en el cajón.

Jones era un cliente habitual. No la extorsionaba: la mujer simplemente apuntaba la cena en su cuenta. Sin duda solía comer allí. Lo más probable es que viviese cerca.

Por fin había averiguado dónde encontrar nuevamente a Jones. Se marchó con paso ágil. Notó que estaba hambriento, pero decidió comer en otro lugar, no quería cenar en la misma taberna que Jones el Bolsillo.

Tellman llegó a su alojamiento con una sensación triunfal, pero cuando se tumbó en la cama y pensó en ello se dio cuenta de que, aunque sabía exactamente qué era lo que había visto, no tenía pruebas de que Jones hubiera cometido un delito por el que pudiese arrestarlo. Paradójicamente, pensó que si el proyecto de la nueva ley se hubiera aprobado habría podido aplicar las nuevas competencias de la policía. Claro que lo último que le apetecía era llevar un arma y, menos aún, que la policía corrompida por Wetron y los de su calaña dispusieran de ellas.

Necesitaba una excusa para detener a Jones y mantenerlo encerrado el tiempo suficiente para que Pitt ocupara su lugar, recaudara el dinero y esperara a que sus jefes fuesen a buscarlo.

Sin embargo… si los jefes suponían que Pitt también era corrupto, como ellos esperaban, sus motivos para detener a Jones no tenían por qué ser honrados.

Pero si los jefes no eran corruptos y Wetron se enteraba, Tellman caería en sus redes y pagaría por su delito durante el resto de su vida.

Se dio la vuelta y se tapó con la ropa de cama. Tuvo la sensación de que la almohada estaba llena de plumas apelmazadas. Tan pronto tenía mucho calor como al minuto siguiente se moría de frío.

Había algo peor que caer en las redes de Wetron: perdería el honor. ¿Qué pensaría su madre? Imaginó su desprecio y también, más amargo que el desprecio, su dolor.

Por no hablar de Gracie. Se pondría furiosa con él por no haber sido lo bastante inteligente para encontrar una salida más airosa. A sus ojos dejaría de ser un héroe.

Desde un punto de vista legal, ¿con qué motivo podía arrestar a Jones? Era culpable de extorsión, pero no había forma de demostrarlo porque nadie declararía que había pagado contra su voluntad; nadie se atrevería a decirlo. Si lo hacía, se arriesgaba a recibir la visita de la policía, que, misteriosamente, encontraría en su casa mercancía robada, dinero falsificado o algún documento comprometedor cuidadosamente colocado a fin de comprometerlo.

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