Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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Denoon se comportaba como si no estuviese emocionalmente implicado.

– Analizábamos la mejor forma de promover el proyecto de Tanqueray -explicó a Landsborough-. Por lo visto, lady Vespasia piensa que Charles Voisey se convertirá en un adversario digno de ser tomado en serio.

Landsborough lo observó con muy poco interés.

– ¿De verdad?

– ¡Sheridan, ya está bien! -exclamó Cordelia impetuosamente-. Ahora mismo, cuando todas estas atrocidades están en la mente de todos, debemos prestar la ayuda que podamos. Ahora no podemos estar de duelo.

– Exactamente -coincidió Denoon, sin quitarle ojo a Landsborough-. Sin duda conoces a Voisey. ¿Cuáles son sus debilidades? ¿Dónde están sus puntos flacos? Tengo la impresión de que lady Vespasia opina que probablemente se convertirá en una molestia. Si quieres mi opinión, no comprendo por qué habría de serlo.

– Lo más probable es que se oponga al proyecto -aseguró Landsborough sin alterarse. Continuaba de pie, como si deseara marcharse en cuanto pudiera-. Por lo que ha llegado a mis oídos, está convencido de que la reforma será más eficaz si se realiza de manera moderada, aunque con el tiempo será necesaria para conseguir una sociedad pacífica.

– Es un oportunista -declaró Denoon fríamente-. Sheridan, tienes una opinión demasiado buena de los demás. Te falta realismo.

Vespasia se puso furiosa y preguntó en tono gélido:

– ¿Cree que lo que ha dichoes una visión idealizada del comportamiento de sirCharles?

– Creo que su defensa de una reforma pacífica es interesada -dijo Denoon. Su tono daba a entender que incluso a Vespasia tendría que haberle resultado evidente.

– Por supuesto que es interesada -espetó Vespasia-, pero no es esa la cuestión. A nosotros lo único que nos importa es qué defenderá, no cuáles son sus convicciones.

Denoon se sonrojó.

Un atisbo de sonrisa apareció en los labios de Cordelia.

– Vespasia, había olvidado qué franca eres -comentó casi con regocijo.

– Y tu gran sensatez -apostilló Landsborough. Vespasia sonrió ligeramente.

– Espero que tenga la amabilidad de concederme el placer de oír su opinión -añadió Denoon a regañadientes. Cordelia lo miró, furiosa.

– Espero que Vespasia nos ofrezca algo más que su opinión. Dado que coincide con nosotros en la urgencia y la necesidad de acabar con la violencia y de tomar alguna medida para que la policía pueda hacerlo antes de que la ola de destrucción nos arrolle a todos, Vespasia podría sernos de gran utilidad.

Durante unos segundos el intento de dominar su arrogancia se reflejó en el rostro de Denoon, pero no tardó en disimularla. Miró con afabilidad a Vespasia.

– Me parece excelente. Sé perfectamente que tiene mucha influencia en ciertas personas cuyo apoyo necesitaremos. Huelga decir que dicha influencia sería de un valor incalculable.

La criada entró con la bandeja del té y el debate se centró en cuestiones prácticas. Mencionaron a otros parlamentarios, a directores de periódicos y de panfletos políticos y hablaron de conseguir su ayuda o, en el caso de que no compartieran sus ideas, del mejor modo de contrarrestarlos.

Vespasia se fue en cuanto la cortesía se lo permitió. Dijo que tenía otros compromisos. Se excusó y se despidió de Cordelia y de Denoon. Algunos minutos antes Enid había abandonado el gabinete sin dar explicaciones. Vespasia pidió que se despidieran por ella y se dirigió al vestíbulo en compañía de Landsborough.

El mayordomo mandó buscar su coche; durante la espera, Vespasia miró hacia el pasillo que daba a la puerta que conducía al jardín y vio que Enid hablaba en voz baja con un lacayo. No llevaba la librea de los Landsborough, por lo que probablemente pertenecía a la casa de Enid y había llegado con ella. Se trataba de un joven apuesto, condición que a menudo se exigía a los de su profesión. De todos modos, fue su expresión lo que llamó la atención de Vespasia y la mantuvo momentáneamente atenta. La mirada del joven era directa, muy sincera, y escuchaba a Enid como si esta le diera instrucciones para llevar a cabo una tarea complicada y de gran importancia. El lacayo se cuadró mientras Enid le hablaba en voz baja; se acercó a él más de lo necesario y parecía que no habían reparado en la presencia de nadie más.

En ese momento Landsborough regresó y sus pisadas interrumpieron la escena. Enid se calló y el lacayo retrocedió un paso y recobró su actitud sumisa. Aceptó las instrucciones y se retiró para cumplirlas. Enid regresó lentamente al vestíbulo y con gran naturalidad se acercó a Landsborough.

Vespasia volvió a despedirse. Enid se lo agradeció y se dirigió hacia el gabinete. Landsborough acompañó a Vespasia hasta el coche.

– ¿Estás realmente convencida de que será bueno que se dé más armas a la policía? -preguntó Sheridan, con la cara fruncida de preocupación. Ya estaban en la acera.

La mujer dudó. Landsborough la miraba con desconcertada honestidad y a cambio esperaba sinceridad. En el pasado se habían dicho muchas cosas que probablemente eran más amables que verdaderas, aunque nunca con la intención de engañar. Pero en esos momentos era distinto; aquella faceta de su relación pertenecía al pasado y hacía mucho tiempo que los acontecimientos la habían alterado. La pena y la sabiduría habían sustituido a la impaciencia, y en el presente la soledad era de otra naturaleza y requería un tratamiento distinto.

¿Qué verdad sería soportable en medio de un sufrimiento tan desgarrador? Al evocar el afecto de la expresión de Enid cuando lo miró, Vespasia no solo recordó la frialdad de Cordelia, sino la clara indiferencia que había manifestado Sheridan. También estaban presentes otras penas, más antiguas, pesares que podía deducir. Por el bien de todos, ¿hasta qué punto debía confiar en él?

Un coche avanzó por la calle, el caballo levantó las patas a gran altura y su arnés resplandeció bajo el sol.

– Es necesario hacer frente a los anarquistas -respondió Vespasia-. Pero todavía no sé con certeza cómo.

– Aumentar las competencias policiales no es el camino adecuado -añadió Landsborough con gran seriedad-. Magnus me habló mucho de los abusos que ya se habían cometido. La ley debe proteger a los inocentes y también atrapar y castigar a los culpables; de lo contrario, se convierte en una licencia para oprimir.

– Lo sé.

Vespasia escrutó su rostro, deseosa de comprender las emociones que había tras sus palabras. ¿Hasta qué punto estaba al corriente de lo que Magnus había hecho? ¿Qué podía creer que fuera soportable para él?

– ¡No confíes en Voisey! -exclamó Sheridan y repentinas y profundas emociones dieron gravedad a su voz-. ¡Te lo ruego! Vespasia, sigas el camino que sigas, ten mucho cuidado y asegúrate de en quién confías. Hay en juego mucho más de lo que parece.

Como si se hubiera dado cuenta de que lo observaban desde las ventanas que se encontraban a sus espaldas, Landsborough se despidió, la ayudó a subir al coche e inclinó educadamente la cabeza cuando el coche se alejó.

6

Tellman estaba empeñado en dar lo antes posible con Jones el Bolsillo, pero sabía que debía hacerlo con sumo cuidado y en su tiempo libre, no durante su jornada en Bow Street. Si alguien lo veía tendría que dar explicaciones de su interés por un hombre cuyos delitos, en el caso de que existieran, no se habían cometido en su distrito. Tarde o temprano la situación llegaría a oídos de Wetron, que no tardaría en sacar sus propias conclusiones.

La primera noche, Tellman se puso ropa vieja, que era algo que detestaba porque le recordaba su juventud, los tiempos en los que era lo único que tenía. Muy a su pesar, tuvo que hacerlo. Necesitaba pasar desapercibido y sabía que su cara chupada y peculiar era reconocible en demasiados lugares. Era la única ventaja de desplazarse a la zona de Cannon Street, pero tampoco se atrevía a pedir ayuda a los agentes de esa comisaría. No tardarían en mencionárselo a Simbister y, pocas horas después, llegaría a oídos de Wetron. Si Pitt tenía razón y la corrupción estaba tan extendida como temía, Tellman no trabajaba con la policía, sino contra ella.

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