Vespasia se devanó los sesos en busca de una excusa razonable que le permitiese volver a visitar a Cordelia Landsborough. Nunca se habían caído bien y, a menos que se le invitara, a nadie con un mínimo de sensibilidad se le ocurriría visitar a una persona que acababa de perder a un ser querido. Solo había un pretexto aceptable: el deseo de Cordelia de ser imprescindible en la aprobación del proyecto de Tanqueray.
El coche recorrió las tranquilas calles de una zona residencial. Las elegantes casas con fachada georgiana miraban los árboles cargados de hojas nuevas. Había pocos transeúntes, en su mayor parte mujeres con faldas que agitaba la brisa y parasoles protectores.
Vespasia pensó en Charlotte y en el temor que había detectado en su voz cuando habló de tener un arma y utilizarla en el caso de que Voisey amenazase a Pitt. No era la posibilidad de resultar herida lo que la asustaba, sino la posibilidad de herir y la certeza de que lo haría.
De repente una idea cruzó por su mente. Cuando llegó a casa de los Landsborough y descendió del coche supo exactamente qué diría en el supuesto de que Cordelia la recibiese. A decir verdad, se preparó para que resultara muy difícil negarle la entrada.
Sin embargo, la hicieron pasar inmediatamente al vestíbulo sombrío y la acompañaron al gabinete. Cordelia estaba de pie junto a la ventana mirando el césped y las flores de principios de verano.
– Es muy amable por tu parte volver tan pronto -afirmó Cordelia, sin mordacidad en su tono ni en su rostro pálido y agotado.
Durante unos segundos, Vespasia la compadeció. Sus facciones severas y sólidas mostraban el dolor con más dramatismo de lo que lo harían unos rasgos más suaves y femeninos. Estaba ojerosa, unas arrugas profundas iban de la nariz a la boca y sus labios parecían exangües. Nunca se había maquillado; sus cejas eran negras y en ese momento parecían dos tajos abiertos por encima de sus hundidos ojos.
– Puedo parecer entrometida, aunque espero que no lo interpretes así -explicó Vespasia delicadamente-. No he dejado de pensar en el problema de la violencia anarquista y en el terror que despierta en la gente. Es algo contra lo que tenemos que luchar y admiro tu valor y tu generosidad al hacerlo en un momento en el que has sufrido una pérdida personal tan grande.
Por extraño que parezca, era verdad. A pesar de que Cordelia siempre le había desagradado y en ocasiones la había considerado cruel y demasiado indulgente, en ese instante su entereza impresionaba a Vespasia.
Es probable que Cordelia percibiese su sinceridad, ya que la reconoció:
– Te lo agradezco. Aprecio que no confundas mi compostura con indiferencia por la muerte de mi hijo.
– ¡Desde luego que no! Me parece una idea absurda y ofensiva -acotó Vespasia con ardor-. Siempre se llora a solas. He venido porque, tras analizar lo que debemos hacer para luchar contra esos actos, he pensado en algunos peligros y sé que no podemos permitirnos el lujo de esperar a que las circunstancias mejoren. Tenemos muchos enemigos, no personales pero sí de nuestra causa, que atacarán mientras crean que somos vulnerables.
Con expresión curiosa y consciente de la profunda ironía de esas palabras, Cordelia se volvió para mirarla. De todos modos, optó por concentrarse en el tema que Vespasia había planteado y preguntó:
– ¿Tenemos enemigos en el Parlamento?
– Por supuesto, y por diversas razones -se explayó Vespasia-. Algunos creerán sinceramente que no es aconsejable dar más poder a la policía y otros tendrán simpatías y ambiciones personales. Me temo que siempre hay gente que actúa por enemistades personales, dondequiera que conduzcan. No podemos permitir que nos tiendan una emboscada.
– ¿Una emboscada? -repitió Cordelia con incertidumbre-. Dado que has venido, por decirlo de alguna forma, con la espada en la mano, supongo que has elaborado un plan de defensa.
– Eso creo, pero no podré ponerlo en práctica sin tu colaboración -precisó Vespasia. Permanecieron de pie junto a la ventana y sus faldas se rozaron. Vespasia había ido a buscar información-. Estoy segura de que sabes mucho más que yo, pero debemos trabajar juntas.
Cordelia vaciló. Semejante idea era arriesgada, dada la relación que hasta entonces habían mantenido. No se dejaría convencer tan fácilmente.
Vespasia aguardó. No debía mostrar impaciencia porque entonces revelaría sus intenciones. Por muy profunda o sincera que fuese, la compasión no debía impedirle ver el carácter de Cordelia. Sonrió ligeramente y añadió:
– Al menos en este asunto.
Cordelia se tranquilizó.
– ¿Te apetece una taza de té?
– Encantada. Será un placer.
Cordelia accionó el tirador de la campanilla.
En cuanto la dueña de la casa pidió el té, ambas tomaron asiento y se acomodaron las faldas con movimientos casi iguales. Vespasia tomó la palabra y fue a por todas. Una vez establecida la alianza tenía que justificarla.
– Los que están contra nosotros atacarán nuestros motivos. Debemos cerciorarnos de que nuestras razones son aceptables y lógicas; serán las únicas que daremos. Si diéramos demasiadas explicaciones parecería que pedimos excusas. -Cordelia no se dejó impresionar-. No podrán criticaros a vosotros ni al señor Denoon. -Vespasia hizo un esfuerzo sobrehumano para disimular su impaciencia-. Probablemente tampoco podrán criticar al señor Tanqueray, aunque lo cierto es que no lo conozco lo suficiente para estar segura de ello. ¿Y qué decir del resto de nuestros aliados? La mejor táctica es atacar a los más vulnerables y derribar a los partidarios de uno en uno.
Un súbito brillo de inteligencia iluminó el rostro de Cordelia.
– Sí, tienes razón -confirmó-. Y también funciona a la inversa. Nos convendría saber quiénes son nuestros adversarios.
Vespasia controló su mirada y su tono de voz y mantuvo las manos apoyadas en el regazo. Era un juego peligroso, pero sabía perfectamente lo que hacía.
– Ni más ni menos. Somerset Carlisle será uno de nuestros adversarios. Es un excéntrico. -¡No podía decirse que esa definición explicara su participación en la retirada de los cadáveres de Resurrection Row! Claro que, excepto Pitt, nadie lo sabía-.Por otro lado, es muy apreciado -continuó sin inmutarse-. Ya han intentado difamarlo, pero no lo han conseguido. Por lo que tengo entendido, también está Jack Radley. Está lejanamente emparentado con mi familia y desempeña un puesto secundario en el Parlamento. Me temo que atacarlo se considerará un acto desesperado y no estaría bien que pareciéramos rencorosos o forzados a apelar a cualquier recurso.
– Hasta ahora parecen adversarios insignificantes -coincidió Cordelia-. ¿Hay alguien que deba preocuparnos?
Su mirada denotaba cierta diversión, pero estaba pendiente de todo y sabía que Vespasia había acudido con algún propósito.
– Sir Charles Voisey -contestó Vespasia con la esperanza de no haberse equivocado al llamar la atención de Cordelia acerca de ese hombre-. Ejerce mucha más influencia de lo que parece.
Cordelia enarcó inquisitivamente sus negras cejas.
– ¿Lo dices en serio? No había oído hablar de él hasta aquel asunto con los republicanos, sus disparos contra aquel italiano y la forma en que salvó a la soberana. Nunca sé hasta qué punto creer en estas cosas.
A Vespasia le dio un vuelco el corazón; sintió la intensidad de aquella pérdida como si hubiese ocurrido la víspera. «Aquel italiano» al que Cordelia se había referido tan condescendientemente había sido el gran amor de su vida. Se miró las manos apoyadas en el regazo porque no habría soportado cruzar la mirada con Cordelia.
– Voisey tiene muchos asociados -añadió en voz baja-. Tiene amigos y enemigos en muchas partes. Ya sabes cómo son estas cosas, los hombres contraen obligaciones y adquieren ciertos conocimientos.
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