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Karin Fossum: El Ojo De Eva

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Eva es una joven pintora de escaso éxito, divorciada y madre de una niña pequeña. Un día se encuentra a Maja, una vieja amiga, que intenta convencerla para que se gane la vida como prostituta y poder saldar así sus deudas, cada día más acuciantes. Maja invita a Eva a su casa y la anima a ver por un resquicio de la puerta cómo se hace el trabajo. Pero de pronto el cliente y Maja se enzarzan en una pelea y Eva acaba con el cadáver de su amiga entre las manos. El comisario Sejer, que se encarga del caso, esconde una mente sutil y experimentada tras un aspecto ordinario y gris. Al hacerse cargo de la investigación intuye que la joven artista, a quien ha tomado declaración como amiga de la víctima, sabe más de lo que dice. Poco a poco irá atando cabos, pues todas las respuestas a sus interrogantes están en la vida secreta de Eva Magnus.

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Se secó las lágrimas y fumó.

– Maja recibía a toda clase de gente. También a policías, ¿lo sabía usted?

Sejer no pudo ocultar una sonrisa, que le salió involuntariamente.

– Bueno, bueno, supongo que no somos diferentes a los demás. Ni mejores ni peores. Prefiero no saber nombres.

– ¿Pueden ustedes verme a través del ventanuco de la puerta? -preguntó de repente.

– Sí, podemos.

Eva lloriqueó y se miró las manos. Se puso a quitarse manchas de pintura de los dedos con una uña afilada.

No tenía más que decir. Esperaba que él hiciera algo, que lo arreglara todo, para poder descansar, relajarse y hacer lo que le dijeran. Eso era lo que quería.

Capítulo 45

Markus Larsgård hacía esfuerzos tumbado en el sofá, debajo de la manta. Si era alguien conocido, alguien qué sabía que era viejo y lento, y que el teléfono estaba en el despacho, por lo que tenía que cruzar todo el salón con esas piernas hinchadas, insistiría. Si era un extraño, no llegaría a tiempo para cogerlo.

Por otra parte, no solían llamar muchos desconocidos a Markus Larsgård; sólo algún vendedor de esos que vendían cosas por teléfono, o alguno que otro que se equivocaba de número. O bien era Eva. Por fín consiguió incorporarse; el teléfono seguía sonando, lo que significaba que era alguien conocido. Se agarró a la mesa con un gruñido y se levantó con mucha dificultad. Apoyado en su bastón dio gracias al destino porque alguien se molestaba en llamarle y sacarle de su descanso matutino. Cruzó la habitación cojeando, se empeñó en dejar el bastón apoyado en el escritorio pero tuvo que desistir. Al final el bastón cayó al suelo con un chasquido. Algo sorprendido oyó una voz desconocida en el teléfono: un abogado. De parte de Eva Marie, dijo. Si podía acudir a la comisaría. ¿En prisión preventiva?

Larsgård buscó torpemente una silla, y se sentó. Tal vez se trataba de una broma pesada, de uno de esos delincuentes telefónicos que llamaba para atormentarle, había leído sobre ellos en el periódico. Pero éste parecía educado, casi amable. Markus escuchó haciendo grandes esfuerzos y volvió a preguntar, intentando entender lo que el hombre le estaba diciendo, pero no lo logró. Tenía que tratarse de un malentendido, seguro, ya lo averiguarían. Pero de todas formas tenía que ser una terrible experiencia para la pobre Eva, una historia espantosa. ¿Prisión preventiva? Tenía que ir allí inmediatamente. Llamaría a un taxi.

– No, le enviaremos un coche, Larsgård, espere ahí tranquilamente.

Larsgård se quedó sentado. Se olvidó de colgar el teléfono. Debería haber sacado algo de ropa de abrigo antes de que llegara el coche, pero pensó que no tenía importancia, realmente no la tenía. Era indiferente si pasaba frío o no. Habían detenido a Eva y la habían encerrado. Tal vez debería coger algo de ropa para ella, tal vez hiciera frío allí. Estuvo un rato intentando orientarse en la habitación y recordar dónde tenía sus cosas. La asistenta municipal había ordenado todo. Quizá debería llevarle una botella de vino. No, seguramente estaba prohibido. ¿Y dinero? Había bastante dinero en su frasco de mermelada vacío, era como si ese dinero nunca se agotara, como si se multiplicara. También rechazó esa idea, no habría ningún lugar donde poder comprar en los Juzgados, había estado allí una vez, aquel otoño en que le robaron la motocicleta, y no recordaba haber visto ninguno… Además, si estaba en prisión preventiva, como decían, no la dejarían salir para nada. Quiso levantarse y volver al salón, pero sus piernas estaban tan muertas, tan raras… Su salud no era lo que había sido, y además estaba estremecido. Se quedaría allí sentado otro ratito.Tal vez debería llamar a Jostein. Intentó levantarse una vez más, pero se volvió a caer hacia atrás, sintiéndose de repente mareado. Le pasaba a menudo, era provocado por calcificaciones en las venas en la parte de la nuca, que cerraban el suministro de sangre al corazón. Eso le ocurría porque era viejo, era algo normal y corriente teniendo en cuenta su edad. Pero era molesto, especialmente en ese momento, porque no desaparecía. El techo empezó a bajar, también se estaban acercando las paredes por ambos lados, todo se estaba estrechando, e iba oscureciendo lentamente. Eva estaba detenida por homicidio, y había confesado. Haciendo enormes esfuerzos logró estirar las piernas. Lo último que sintió fueron las rodillas puntiagudas que le golpearon la frente con una fuerza inmensa.

Capítulo 46

Sejer contempló el aparcamiento de los coches de la policía a través de la ventana; la frágil puerta, por la que los tipos dudosos de la calle se metían constantemente y la destrozaban. Miró los restos de hierba seca a lo largo de la valla. En alguna ocasión la señora Brenningen había plantado petunias allí, pero las malas hierbas habían ganado la batalla por el espacio. Nadie tenía tiempo para arrancarlas. Leyó en el informe que la detenida Eva Magnus no había dormido nada y se había negado a beber y a comer. Todo eso tenía mal aspecto. También se había sentido molesta por el hecho de que pudieran observarla por el ventanuco de la puerta y porque la luz estuviera encendida toda la noche.

Tenía que ir a informarla, pero se resistía, y por eso se sintió aliviado cuando alguien llamó a la puerta. Un pequeñísimo aplazamiento. La cabeza de Karlsen apareció.

– Me han dicho que has tenido una noche muy ajetreada.

Se dejó caer en una silla junto a la mesa y empujó hacia un lado un montón de papeles.

– Hemos recibido una denuncia de desaparición.

– ;Ah! -exclamó Sejer. Un nuevo caso era exactamente lo que le hacía falta en ese momento, algo que le recordara que ése era sólo un trabajo por el que percibía un sueldo; un caso que podía meter en el cajón a las cuatro de la tarde si lo intentaba.

– Me ocupo de lo que sea, salvo casos de niños.

Karlsen suspiró. También él echó un vistazo a los coches de la policía, como para asegurarse de que estaban en su sitio. Los dos parecían un par de viejos vaqueros sentados en la mesa del saloon, vigilando el terreno por si aparecían ladrones de caballos.

– Por cierto, ¿has informado a Eva Magnus?

Sacudió la cabeza.

– Estoy haciendo todo lo posible por aplazarlo.

– No sirve de mucho, ¿no?

– Sí, pero me apetece tan poco…

– Puedo hacerlo por tí, si quieres.

– Gracias, es mi trabajo. O lo hago o me jubilo. -Miró a su colega-. ¿Quién no ha vuelto a casa esta noche?

Karlsen sacó del bolsillo interior del uniforme un papel y lo desdobló. Leyó primero en voz baja, se tiró un par de veces del bigote carraspeando, desganado.

– Niña de seis años. Ragnhild Álbum. Ha dormido en casa de una amiga de la vecindad esta noche y tenía que volver a casa por la mañana. Un paseo de sólo diez o doce minutos. Llevaba un cochecito de color rosa con una muñeca dentro, de esas que lloran, que se llaman Elise.

– ¿Elise?

– Una de esas que llevan un chupete, y cuando se lo quitas empieza a llorar. Están de moda, todas las niñas las tienen. Pero como tú tienes nieto y no nieta, no las habrás visto. Yo sí. Lloran igual que un bebé de verdad. Bueno, en el cochecito llevaba también un camisón y un pequeño bolso con el cepillo de dientes y un peine. Todo ha desaparecido.

– ¿Falta desde…?

– Desde las ocho.

– ¿Desde las ocho?

Sejer miró rápidamente el reloj. Eran las once.

– La niña quiso irse a su casa nada más despertarse, y la madre de su amiga no llamó para avisar a la familia de la pequeña porque aún estaba en la cama. Pero oyó que las niñas se levantaron y que la puerta de la calle se abrió y cerró sobre las ocho. La niña iba sola, su casa estaba cerca, y no se supo nada más hasta que la madre de Ragnhild llamó sobre las diez para decirle que mandara a su hija, que tenían que ir a hacer la compra. Ahora está desaparecida.

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