– ¿Como en qué?
– En todo lo demás -contestó con aire arisco.
Hablaba en un tono claramente hostil. Tal vez no reparara en ello, pero era un hábito que arrastraba desde la infancia, en que años de broncas y regañinas le habían forzado a medir sus palabras.
– ¿Con qué llenas tu tiempo? ¿Ese tiempo que solías pasar con Annie?
– Intento averiguar lo que sucedió -se le escapó.
– ¿Tienes alguna idea?
– Estoy buscando en la memoria.
– No estoy seguro de que me estés contando todo lo que sabes.
– No le he hecho nada a Annie. Usted cree que fui yo, ¿verdad?
– Para serte sincero, no lo sé. Tendrás que ayudarme, Halvor. Ahora bien, podría decirse que todo indica que Annie estaba atravesando un momento de cambio de personalidad. ¿Estás de acuerdo en eso?
– Sí.
– El mecanismo que está detrás de esos fenómenos se conoce en parte. Algunos factores se repiten a menudo. Por ejemplo, la gente puede cambiar drásticamente al perder a algún ser querido, sufrir un grave accidente, o caer enfermo. Personas jóvenes consideradas como ordenadas, trabajadoras y aplicadas pueden volverse completamente indiferentes, aunque se hayan recuperado físicamente. Otra cosa que puede provocar un cambio es el consumo de drogas. O una grave agresión, como una violación, por ejemplo.
– ¿Habían violado a Annie?
Sejer no contestó a la pregunta.
– ¿Reconoces alguno de esos factores?
– Creo que tenía un secreto -reconoció por fin el chico.
– ¿Crees que tenía un secreto? Continúa.
– Algo que dirigía toda su vida, algo que no lograba olvidar.
– ¿Y quieres hacerme creer que no tienes ni idea de lo que era?
– Así es. No tengo ni idea.
– ¿Quién, aparte de ti, conocía bien a Annie?
– Su padre.
– Pero no hablaban mucho, creo.
– Eso no quiere decir que no la conociera.
– Está bien. ¿Así que si hay alguien capaz de entender algo de ese silencio de Annie, ese alguien tendría que ser Eddie?
– No sé si podrá sacarle algo. Hágale venir aquí solo, sin Ada. Así hablará más.
Sejer asintió.
– ¿Conociste a Axel Bjørk?
– ¿Al padre de Sølvi? Lo vi una vez. Estuve con las chicas en su casa.
– ¿Qué opinas de él?
– Era majo. Nos suplicó que volviéramos. Cuando nos marchamos parecía muy desgraciado, pero Ada se puso imposible, y Sølvi tenía que visitarle a escondidas. Supongo que por fin se hartó; Ada ya estará satisfecha.
– ¿Qué clase de chica es Sølvi?
– No hay mucho que decir. Ya ha visto todo lo que hay que ver, no hay más.
Sejer ocultó la cara entre las manos.
– ¿Por qué no tomamos una Coca Cola? Aquí dentro el ambiente está muy reseco. Todo es material sintético, fibra de vidrio y cosas terribles.
Halvor asintió y se relajó un poco, pero enseguida volvió a ponerse tenso. Tal vez ese primer y modesto intento de mostrarse simpático fuera una táctica del canoso inspector. Seguro que si era amable era porque le convenía. Habría hecho cursillos, estudiado la técnica del interrogatorio y psicología. Sabía cómo encontrar una grieta y meter a la fuerza una cuña. La puerta se cerró tras el hombre y Halvor aprovechó la ocasión para estirar las piernas. Se acercó a la ventana y miró hacia fuera, pero no vio más que una pared gris de hormigón que pertenecía al edificio de los Juzgados, y algunos coches de policía aparcados. Encima del escritorio había un ordenador, un Compaq americano. Tal vez habían encontrado la información sobre su infancia en ese ordenador. Seguro que tenían claves, como Annie, pues esa clase de información era delicada. Se preguntó qué claves serían y quién las habría puesto.
Sejer entró y señaló la pantalla.
– No es más que un juguete. No me gusta demasiado.
– ¿Por qué no?
– Es como si no estuviera de mi parte.
– Claro que no. No puede tomar partido, por eso uno puede fiarse de él.
– Tú tienes uno, ¿verdad?
– No, yo tengo un Mac. para jugar. Annie y yo solíamos jugar juntos.
Se distendió un poco y una media sonrisa se dibujó en su rostro.
– Lo que más le gustaba era el esquí de descenso. ¿Sabe? Se puede elegir la nieve en polvo o gruesa, seca o húmeda, la temperatura, la longitud y el peso de los esquís, las condiciones del viento y todo eso. Annie siempre me ganaba, y eso que elegía la pista más difícil: Deadquins Peak o Stonies. Se deslizaba por la pista en medio de la noche en plena tormenta, con nieve mojada y los esquís más largos, y aún así yo no tenía la más mínima posibilidad de ganar.
Sejer lo miró sin entender nada, y movió la cabeza de un lado para otro. Echó Coca Cola en dos vasos de plástico y volvió a sentarse.
– ¿Conoces a Knut Jensvoll?
– ¿El entrenador? Sé quién es. A veces iba con Annie a ver los partidos.
– ¿Te parecía simpático?
Halvor se encogió de hombros.
– Tal vez no era precisamente un gran tipo, ¿no?
– A mí me parece que perseguía demasiado a las chicas.
– ¿A Annie también?
– ¿Bromea?
– Pocas veces, sólo pregunto.
– El tío no se atrevía. Ella no se dejaba.
– ¿De modo que era dura?
– Sí.
– Pero no entiendo eso, Halvor.
Sejer apartó el vaso de plástico y se inclinó sobre la mesa.
– Todo el mundo habla maravillosamente bien de Annie, de lo fuerte, independiente y maja que era, de la poca importancia que daba a su aspecto, y además, era casi inabordable, «no se dejaba sobar». Y sin embargo se fue con un tipo al bosque, hasta la misma orilla de la laguna. Probablemente por propia voluntad. Y luego -añadió bajando la voz-, luego se dejó matar.
Halvor le miró aterrado, como si por fin se hubiera dado cuenta de lo terriblemente absurdo de la situación.
– Alguien tuvo que haber tenido poder sobre ella.
– ¿Pero había alguien que tuviera poder sobre Annie?
– No que yo sepa. Yo por lo menos no.
Sejer bebió Coca Cola.
– Qué faena que no dejara nada, por ejemplo un diario.
Halvor metió la nariz en el vaso y dio un largo sorbo.
– ¿Pero puede ser que alguien ejerciera realmente algún poder sobre ella? ¿Alguien a quien no se atreviera a oponer resistencia? ¿Podía Annie estar involucrada en algo peligroso, algo que no debía saberse? ¿Alguien pudo haber estado, de alguna manera, chantajeándola?
– Annie era una buena chica. No creo que hiciera nada malo.
– Se pueden hacer cosas malas y ser una buena chica de todos modos -replicó Sejer pensativo-. Un solo acto no dice gran cosa sobre una persona.
Halvor reparó en esas justas palabras y las guardó en su interior.
– ¿Hay droga en vuestro pueblo?
– Ya lo creo. Desde hace años. Ustedes aparecen de vez en cuando para hacer una redada en el café del centro. Pero es igual, Annie nunca pisó ese sitio. Apenas compraba en el quiosco de al lado.
– Halvor -insistió Sejer-. Annie era una chica tranquila y reservada a la que le gustaba dirigir su propia vida. Pero piensa antes de responder: ¿te parece que tenía miedo a algo?
– No exactamente miedo. Más bien estaba como… encerrada en sí misma. Algunas veces parecía enfadada, otras desanimada. Pero he visto a Annie muerta de miedo. No es que tenga nada que ver con esto, pero acabo de acordarme -se olvidó de sus reparos y empezó a hablar-. Sus padres y su hermana fueron a Trondheim, donde vive una tía de las chicas. Annie y yo estábamos solos en su casa. Yo iba a quedarme a dormir allí. Era en la primavera del año pasado. Primero fuimos a dar un paseo en bici, y luego nos quedamos despiertos casi toda la noche escuchando discos. Hacía bueno y decidimos dormir en el jardín, en una tienda de campaña. Preparamos todo, y luego entramos en casa a cepillarnos los dientes. Yo me acosté primero. Annie llegó después, se agachó y abrió su saco de dormir. Dentro había una víbora, una víbora enorme y negra enrollándose. Salimos corriendo de la tienda, y fui a buscar al vecino de enfrente. Él pensó que se había metido dentro del saco para calentarse, y por fin logró matarla. Annie estaba tan aterrorizada que vomitó. Y desde entonces, yo siempre tenía que sacudir su saco de dormir cuando íbamos de acampada.
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